Misa exequial de Mn. Ramón Casafont Baliellas

Residencia San José Oriol, 2 de julio de 2015.

Lecturas: 1ª: Rm 6, 3-9; Salmo 22; Ev: Jn 6, 37-40.

Queridos hermanos sacerdotes de la diócesis de Terrassa y de las diócesis hermanas; queridos familiares de Mn. Ramón; queridos fieles de diferentes parroquias de nuestra provincia eclesiástica; sed todos bienvenidos.

Nos hemos reunido en torno al altar del Señor para despedir a nuestro hermano Mn. Ramón, que el Señor ha llamado a su presencia. Lo hacemos con la celebración del sacrificio eucarístico, en el que se actualiza el Misterio pascual, la pasión, muerte y resurrección del Señor.

El Evangelio que hemos escuchado nos ayuda a superar la tristeza por la pérdida de un ser querido. La esperanza en la resurrección, se fundamenta en la palabra misma de Jesús: "Porque la voluntad de mi Padre es que todos los que ven el Hijo y creen en él, tengan vida eterna. Y yo lo resucitaré el último día". Estas palabras alivian el dolor por su pérdida. Ante el misterio de la muerte, la persona que no tiene fe puede llegar a pensar y sentir que todo se ha perdido sin remedio, que quedan rotos todos los lazos y relaciones que a lo largo de la vida se han ido entretejiendo. Entonces, es la palabra de Cristo la que ilumina el camino de la vida y confiere valor y sentido en cada momento de la existencia, en cada hecho, cada alegría y cada tristeza, a todos y cada uno de los actos pequeños y grandes que han ido conformando nuestro ministerio sacerdotal.

Jesucristo es el Señor de la vida, y vino para resucitar en el último día todo lo que el Padre le había confiado. Este es también el mensaje que Pedro anuncia con gran fuerza en el día de Pentecostés. Porque Jesús no podía ser retenido por la muerte. En la cruz Cristo obtuvo su victoria, que se tenía que manifestar con la superación de la muerte, es decir, con su resurrección. Nuestro hermano Ramón vivió toda su existencia en este horizonte de fe, consagrado al servicio de Dios y de los hermanos, convirtiéndose así en testigo de la fe en Cristo, de confianza todo poniéndose en las manos de Dios.

Mn. Casafont había nacido en Besora, diócesis de Solsona, el 25 de octubre de 1925. Ingresó en el Seminario de Solsona y recibió la ordenación sacerdotal el 15 de julio de 1951 en Navàs. En la diócesis de Solsona ejerció como vicario de la parroquia de Torà (1951), encargado y regente de Bodegas y Claret (1952), rector de Montpal (1956) y regente de Vilasana (1959).

En 1968 se trasladó a Barcelona, y ejerció como adscrito en Sant Oleguer (1968), coadjutor en San Martín de Sant Celoni (1973), encargado de San Pedro Apóstol de Sabadell (1977), y desde el 1977 hasta su jubilación canónica en 2005 fue regente y rector de Santa María de Ullastrell. El año 1993 fue también rector de Sant Martí de Sorbet de Viladecavalls y desde el año 1996 hasta la jubilación también ejerció como rector de la parroquia de Santa María de Villalba, que actualmente forma parte de la diócesis de San Feliu de Llobregat.

El año 1970 se incardinó en Barcelona, y con la creación de la diócesis de Terrassa el 15 de junio de 2004 quedó incardinado. En 2005 se jubiló canónicamente y pasó a vivir en esta Residencia Sacerdotal de San José Oriol. Sus restos serán trasladados al cementerio de Ullastrell donde recibirán cristiana sepultura.

Mn. Ramón era un sacerdote celoso y trabajador, entregado a la paroquia; fomentó la liturgia y las devociones populares. Todavía recuerdo diferentes ocasiones en que presidí el viacrucis del viernes santo por todo el pueblo de Ullastrell con una gran participación y un despliegue importante de ornamentación en cada estación. La mayor parte de su ministerio se empleó en Ullastrell, de donde estoy seguro que era muy querido, como en las otras parroquias donde sirvió. En la celebración de su despedida fui testigo de cómo le expresaban su agradecimiento de diferentes maneras y en especial con el regalo de un viaje a Tierra Santa.

Queridos hermanos, acabamos de escuchar las palabras del apóstol san Pablo: «Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él" (Rm 6, 8). Este fragmento de la carta a los Romanos es uno de los textos fundamentales de nuestra fe. En efecto, cada año se lee durante la Vigilia Pascual, cuando celebramos la resurrección del Señor, su victoria sobre la muerte y el camino de resurrección que nos abre a nosotros. Mientras damos a Mn. Ramón la última despedida, estas palabras iluminan nuestro horizonte vital y reavivan nuestra esperanza. ¡Cuántas veces él mismo las habrá leído, meditado y predicado! Lo que el Apóstol escribe a propósito de la unión mística del bautizado con Cristo muerto y resucitado, ahora lo está viviendo liberado de los condicionamientos que el pecado impone a la naturaleza humana.

Pablo insiste en que la resurrección de Jesucristo no es sólo un hecho aislado, prenda de una resurrección futura, sino que nos compromete desde ahora con Él. Estamos muertos "con él", estamos enterrados "con él", vivimos "con él" una vida nueva. El bautismo nos ha sumergido en el proceso que conduce a la resurrección. La muerte física no puede impedir el desarrollo de un proceso que hace penetrar cada vez más en nosotros una vida divina, en la medida de nuestra imitación del servicio, del desprendimiento de sí mismo, del amor, que conforman las características de la muerte de Cristo, Dios y hombre y de la vida de Dios.

La unión sacramental, pero real, con el Misterio pascual de Cristo abre al bautizado la perspectiva de participar en su misma gloria. Y esto tiene una consecuencia para la vida de este mundo, para que, si en virtud del bautismo nosotros participamos en la resurrección de Cristo, entonces ahora «podemos vivir una vida nueva» (Rm 6, 4). Por esta razón, el traspaso a la casa del Padre de un hermano en Cristo, más aún si está marcado por el carácter sacerdotal, siempre es ocasión de acción de gracias a Dios, por la llamada que él recibió para vivir como hijo de Dios y como sacerdote de Jesucristo.

Invocamos para nuestro hermano la intercesión de María, Madre de Dios y madre nuestra, y encomendamos su alma al Padre de la vida, porque lo reciba en el lugar preparado para sus amigos, servidores fieles del Evangelio y de la iglesia.

Descanse en paz.