Homilía en la celebración de inicio del Año Santo de la Misericordia

Homilía de Mons. Josep Àngel Saiz Meneses en la celebración de inicio del Año Santo de la Misericordia

Catedral Terrassa, 13-XII-15, 20 h Domingo III de Adviento, C

Saludos

Estimados: hermano en el Episcopado, sacerdotes y diáconos; seminaristas, miembros de la vida consagrada; queridos fieles de esta comunidad parroquial y provenientes de diferentes parroquias de nuestra diócesis; queridos todos, hermanas y hermanos que participáis en esta celebración. Celebramos hoy el tercer domingo de Adviento y también hemos abierto la Puerta de la Misericordia, iniciando de esta manera el Año de la Misericordia que el Papa Francisco ha promulgado para toda la Iglesia.

Hemos iniciado este Año Santo en continuidad con el camino recorrido por la Iglesia en los últimos 50 años. Hacemos memoria en primer lugar, del Concilio Vaticano II; del beato Pablo VI, que convocó un «Año de la fe" en 1967; del Gran Jubileo del año 2000, con el que san Juan Pablo II propuso de nuevo a toda la humanidad a Jesucristo como único Salvador; y finalmente, del papa Benedicto XVI, que convocó un Año de la fe a los 50 años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II. En todo este camino contemplamos a Cristo como centro del cosmos, de la historia y de la evangelización. Jesucristo es el centro de la fe cristiana. Él es el rostro de la misericordia del Padre. A lo largo de este Año debemos "redescubrir y hacer fecunda la misericordia de Dios, con la que todos estamos llamados a ofrecer consuelo a cada hombre y cada mujer de nuestro tiempo".

Liturgia de la Palabra

En este tercer domingo de Adviento la liturgia nos invita a la alegría. El Adviento es un tiempo de compromiso y de conversión para preparar la Navidad, y también es tiempo de alegría. El profeta Sofonías nos invita a la alegría porque el Señor está presente en medio de nosotros. No hay ningún motivo de desconfianza, de desánimo, de tristeza, porque estamos seguros de la presencia del Señor, que nos serena y alegra los corazones.

También san Pablo invita a los Filipenses a alegrarse en el Señor. ¿Por qué? Porque «el Señor está cerca». Dentro de pocos días celebraremos la Navidad. Debemos alegrarnos por su presencia, porque Cristo está con nosotros. Siempre podemos contar al Señor nuestras necesidades y preocupaciones, nuestras peticiones en la oración y la súplica. Y esto es un gran motivo de consuelo y de alegría: saber que el Señor no está lejos, que nos conoce y nos escucha, que siempre responde a nuestras peticiones. Y el Apóstol Pablo recomienda también que damos gracias a Dios, porque la alegría es plena cuando captamos a nuestra vida los signos de su bondad y reconocemos con agradecimiento su misericordia.

El Evangelio nos habla de la conversión, nos dice que para acoger al Señor que viene, hay que disponer revisando nuestro comportamiento. En las varias personas que preguntan a Juan Bautista que deben hacer como preparación para la venida del Mesías, él responde que Dios no pide nada extraordinario, sino que cada uno viva siguiendo criterios de solidaridad y de justicia. Si nosotros preguntamos al Señor qué espera y qué quiere que hagamos, debemos saber que tampoco nos pide hechos extraordinarios. Lo que sí nos pide es proceder en la vida ordinaria con rectitud y bondad, tratando de hacer el bien en todas las situaciones, buscando la verdad en cada una de las circunstancias.

Por otra parte, Juan Bautista nos da testimonio de fidelidad a la misión encomendada y de profunda sencillez cuando indica a quién debemos seguir. En primer lugar deja claro que él no es el Mesías, y luego proclama con firmeza que su misión es de precursor, de preparar el camino a Jesús.

Año Santo de la Misericordia

Iniciamos el Año Santo de la Misericordia. Debe ser un tiempo extraordinario de conversión y de gracia. Entrar por la Puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno de sus hijos.

Nos dice el santo padre Francisco en la bula de convocatoria que la misericordia divina no es algo abstracto, sino que se hace visible en el rostro de Jesucristo. Contemplar ese rostro es introducirse de lleno en la esencia del misterio divino y, por ello, "es fuente de alegría, de serenidad y de paz". La misericordia, dice el Papa, "es la vía que une a Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser estimados a pesar del límite de nuestro pecado" (n. 2). La misericordia revela el ser mismo de Dios y no es un signo de debilidad, sino expresión de su omnipotencia (cf. n. 6).

En la vida de Jesucristo todo habla de misericordia. Con un amor compasivo, Jesús "leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales" (n. 8). Las parábolas de la misericordia enseñan que "la misericordia no es solamente el obrar del Padre, sino que se convierte en el criterio para saber cuáles son realmente sus hijos" (n.9). Nosotros estamos llamados a vivir y actuar como hijos, a vivir de misericordia y vivir la misericordia. Por eso el lema del Año Santo es: "misericordiosos como el Padre".

La Iglesia debe convertirse en un oasis de misericordia, porque la misericordia sostiene la vida de la Iglesia. Dice el Papa que ha llegado el tiempo de proclamar con nuevo ardor el anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo más esencial y hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón será la fuerza que renueve la vida y infunda el valor para afrontar el futuro con esperanza (cf.n.10). La Iglesia, en todos sus miembros, debe vivir y testimoniar la misericordia si quiere ser creíble en su anuncio. Por ello, las parroquias y comunidades, las asociaciones y movimientos, todas las realidades eclesiales estamos llamados a generar espacios de misericordia (cf. n. 12).

En este Año también estamos llamados a vivir el sentido de "peregrinación. Se trata de un camino interior que cada uno tiene que recorrer y que "requiere compromiso y sacrificio". Una etapa importante de esta peregrinación consiste en hacernos juzgar ni condenar; por el contrario, ser capaces de perdonar y dar, de percibir lo que hay de bueno en cada persona (cf. n. 14). También tenemos que abrir el corazón especialmente a aquellos hermanos nuestros que viven en las periferias existenciales. Lo haremos si somos capaces de reflexionar a fondo y poner en práctica con eficacia las obras de misericordia corporales y espirituales (cf. n. 15).

Finalmente, otro aspecto fundamental del Año Santo es el sacramento de la Reconciliación. Será un tiempo propicio para redescubrir el significado y la belleza de la penitencia sacramental, para vivir y transmitir la certeza de que el amor de Dios y su perdón convierten al pecador y le devuelven su dignidad. Todos somos pecadores, pero la actitud de Jesús ante el pecador no es la de condenar sino de salvar. Los sacerdotes tenemos la misión de ser testigos de la misericordia de Dios. Nosotros tendremos que ofrecer un testimonio personal precediendo a los demás fieles en esta experiencia de perdón y reconciliación.

Final

Iniciamos este Año Santo de la Misericordia con el corazón bien abierto y esperanzado. Contemplamos el rostro de Cristo, que nos revela la misericordia del Padre. Seamos conscientes de que la misericordia debe ser el único criterio de actuación para los hijos. Por eso, durante este Año de la Misericordia, pidamos al Señor la gracia de experimentar su amor y ser sus testigos. Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, Madre de amor y de misericordia, nos guiará en este camino. Así sea.