Homilía en las ordenaciones del 20 de noviembre de 2016

Homilía de Mons. Josep Àngel Saiz Meneses en la ordenación presbiteral de los sacerdotes Rubén García, Eduard Martínez y Eduardo Pire

Catedral de Terrassa, 20 de noviembre de 2016, a las 6 de la tarde Solemnidad de Jesucristo, Rey del Mundo, ciclo C

Saludos Queridos hermanos en el Episcopado, sacerdotes y diáconos de nuestra diócesis y de las diócesis hermanas; seminaristas, miembros de la vida consagrada; queridos fieles provenientes de diferentes parroquias; especialmente apreciados: Eduardo, Rubén, Eduardo y sus familiares presentes. Estimados todos, hermanas y hermanos que participáis en esta celebración. Celebramos en comunión con la Iglesia universal la solemnidad de Jesucristo, Rey del Mundo, y la clausura del Año de la Misericordia por el santo padre Francisco en Roma. Hoy nuestra comunidad diocesana se verá enriquecida por tres nuevos sacerdotes. Una vez más podemos repetir con el salmista: “Es magnífico lo que el Señor hace con nosotros, y estamos alegres”. Solemnidad de Jesucristo, Rey de todo el Mundo La liturgia de la Palabra nos ha presentado grandes momentos de la Historia de la Salvación: la unción real de David por parte de los ancianos de Israel, el himno cristológico con el que san Pablo introduce la carta a los de Colosenses, y finalmente, la crucifixión de Jesús según el relato del evangelista san Lucas. En la escena de la crucifixión contemplamos actitudes bien contrapuestas: las Autoridades, los soldados y uno de los otros dos condenados a la cruz, se burlan de Jesús y le hablan con desprecio: “Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo“. En cambio el otro condenado se solidariza con Jesús y llega a confesar implícitamente su realeza cuando le pide que se acuerde de él cuando llegue a su Reino. La muerte de Jesús en la cruz muestra la máxima revelación de Dios en este mundo, porque Dios es amor, y esta muerte en cruz es el acto de amor más grande de la historia. La Cruz de Cristo nos introduce en el Reino del Cielo, en la vida eterna de Dios. San Pablo, en la carta a los Colosenses expresa la alegría y la gratitud a Dios Padre porque nos ha llamado a tener parte en la herencia del pueblo santo en el Reino de la luz. Su acción de gracias se orienta al misterio de Cristo en dos sentidos: en primer lugar, en cuanto a la creación de todas las cosas y, en segundo lugar, a su reconciliación. La realeza de Cristo consiste en que “todo fue creado por él y para él y todo se mantiene en él”, y también que a través de su muerte en la cruz, Dios ha reconciliado con Él todas las criaturas y ha puesto la paz tanto en la tierra como en el cielo. Resucitado, el Padre lo ha constituido primicia de la nueva creación, plenitud de toda realidad y jefe del Cuerpo místico que es la Iglesia. Sacerdocio ministerial Estimados Rubén, Eduard y Edu. Nuestro camino como discípulos consiste en seguir al Maestro, y seguir por el camino de la cruz: “Si alguno quiere venir conmigo, que se niegue a sí mismo, tome cada día su cruz y me siga. Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero el que la pierda por mí, la salvará “(Lc 9, 22-24). Dar la propia vida para reencontrarse, esta es la paradoja del seguimiento de Cristo, la actitud que tienen que vivir todos los discípulos y de un modo particular el sacerdote. Aquel que intenta velar la propia vida, cuidarla, protegerla por encima de todo, la acaba perdiendo. Quien busca sólo el propio interés, quien se aferra desesperadamente a las seguridades materiales o humanas, lo que rechaza todo aquello que le resulta desagradable, acabará perdiendo su vida. ¿Quién se salva? Se salva el que tiene el corazón abierto, lo que no rehúye el sacrificio. No salva la vida el que vive aferrado a su propio yo y sus intereses, sino el que se entrega generosamente a los demás sin buscar nada a cambio. En nuestro y en nuestros tiempos, el sacerdocio no puede ser un refugio para encontrar una cierta seguridad, una cierta estabilidad, y menos aún para alcanzar un cierto reconocimiento social. Sólo se puede entender como un camino de entrega de la propia vida al Señor y a los hermanos. Recibiréis la ordenación presbiteral hoy, día en que el Papa ha clausurado el Año de la Misericordia en Roma. En el umbral del tercer milenio, en una época difícil y apasionante a la vez. Tiempo de secularización y de relativismo, tiempo de pérdida del sentido de la vida, y del sentido de la fe. No es extraño que al perder el sentido de Dios, se pierda el sentido del hermano, y por ello tienen lugar tantas situaciones de pobreza y de guerra, de desplazados y refugiados. Una época de globalización en que las nuevas tecnologías van atrapando a los individuos a sus redes con el riesgo de que queden debilitadas las relaciones personales. En esta época vosotros habéis sido llamados y sois enviados. Habéis sido llamados por Nuestro Señor a participar en su único Sacerdocio. Seréis configurados por la Ordenación a Jesucristo, Cabeza y Pastor, y enviados a la Iglesia y al mundo para anunciar el Evangelio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo y como servidores de las personas concretas, de vuestros hermanos. Será una presencia sacramental de Jesucristo en la Iglesia y en el mundo, proclamando su palabra, renovando sus gestos de salvación, ejerciendo el cuidado amoroso del rebaño hasta el don total de vosotros mismos, congregándolo en la unidad y conduciéndolo al Padre. (Cf. PDV 15). Año de la Misericordia El Año Santo de la Misericordia ha llegado a su conclusión. Damos gracias a Dios por habernos concedido este tiempo extraordinario de gracia. Ha sido un año de peregrinación exterior e interior, un año propicio para la conversión, para llegar a ser misericordiosos como el Padre poniendo en práctica las obras de misericordia. En la misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama para siempre, gratuitamente y sin pedir nada a cambio. La misericordia es el amor puesto en práctica, es lo que lleva a cabo el Buen Samaritano de la parábola (Lc 10, 27-37). El camino para ser misericordioso es experimentar en tu propia vida la misericordia de Dios junto a la conciencia de la propia pequeñez y miseria, de que no soy nada y todo el he recibido de Dios. La humildad facilita el encuentro con Dios y la compasión hacia los demás. El Santo Padre nos ha recordado a lo largo de este año que la misericordia se pondrá en práctica sobre todo con el perdón: no juzgando, no condenando, perdonando. Hemos de suspender los juicios y las condenas para legar a vivir unas relaciones de fraternidad para con los demás. Hemos de ser conscientes de que el perdón es el pilar que sujeta la vida de la comunidad cristiana. ¿Y por qué debemos perdonar? Porque antes hemos sido perdonados por Dios. Todos tenemos un amplio historial de quejas, ofensas, agravios e injusticias que hemos padecido en el largo de la vida, que hemos ido archivando, y que nos atrapan en el rencor. En la propia familia, en el trabajo en el ambiente; també en un presbiterio o en una comunidad. Cuando se produce un problema, la culpa, habitualmente, pensamos que es de los demás, aunque lo justo es repartirla. Pues bien, es preciso purificar la memoria con el perdón. Formatear esa parte de la memoria para poder volver a empezar nuestras relación con los demás. El cristiano está llamado a amar y a perdonar siempre y sin medida, así como Dios mismo ofrece siempre su perdón con misericordia infinita. La donación, la entrega de sí mismo es el segundo pilar de la misericordia. En este Año hemos sido llamados a redescubrir las obras de misericordia a través de la reflexión y la puesta en práctica con nuevo ímpetu y motivación. En vuestro caso, como sacerdotes, estáis llamados a hacer de vuestra existencia una ofrenda agradable al Padre, un don total de vosotros mismos, siguiendo el ejemplo de Jesús, que da su vida en la cruz para la salvación del mundo. Asimismo, el sacerdote vive en medio de la sociedad haciendo del servicio a Dios y a los demás el eje central de su existencia, gastándose y desgastándose por los hermanos. Como señalaba el papa Francisco esta mañana en la Santa Misa de clausura del Año de la Misericordia, “damos gracias  y recordamos que hemos sido investidos de misericordia para revestirnos de sentimientos de misericordia, para ser también instrumentos de misericordia”. Final Contemplamos María, la Madre de la Misericordia. Bajo su protección, bajo la mirada de sus ojos misericordiosos ponemos los nuevos sacerdotes. Que su mirada benévola nos acompañe siempre, para que podamos experimentar el amor misericordioso de Dios y convertirse en testigos de este amor en nuestro mundo. Que así sea.