Homilia de Mons. Josep Àngel Saiz en l’ordenació sacerdotal de Mn. Santiago Cortés, Mn. Javier Fernández, Mn. Oriol Gil i Mn. Francisco Ondo. Catedral de Terrassa, 3 de febrer de 2013, a les 6 de la tarda. Diumenge IV TO, cicle C

  Salutacions   Benvolguts germans en l’Episcopat, preveres i diaques de la nostra diòcesi i de les diòcesis germanes, seminaristes, membres dels instituts de vida consagrada; distingides autoritats presents; germanes i germans que participeu en aquesta celebració. Especialment benvolguts mossens Santiago, Javier, Oriol i Francisco, i familiars que els acompanyeu.     1. «Això  que avui sentiu contar de mi és el compliment d’aquestes paraules de l’Escriptura»   A la lectura de l’Evangeli que ens ha estat proclamat, hem escoltat com Jesús, a la sinagoga de Natzaret, després de llegir un fragment del llibre del profeta Isaïes, afirma solemnement que en Ell te lloc l’acompliment d’aquell anunci messiànic: Ell ha estat ungit per l’Esperit del Senyor per a portar la bona nova als desvalguts, per anunciar als captius la llibertat, i als cecs el retorn de la llum, per deixar en llibertat els oprimits i proclamar l’any de gràcia del Senyor. Aquestes paraules expressen la seva missió profètica, en ell tenen el seu compliment i pronunciades per ell reben un significat nou i definitiu.   El Senyor, en aquest fragment, no comenta únicament les paraules d’Isaïes, sinó que les actualitza i aleshores la seva interpretació va més enllà de les expectatives que s’hi havien generat. La seva paraula és un esdeveniment de salvació, i la profecia es converteix en vida per a aquells qui escolten i acullen el missatge: els pobres i els petits, els oprimits, els que posen la confiança en el Senyor. Ell porta un missatge que canviarà a cada persona i al món sencer. Ara bé, ell demana als oients una resposta de fe i de conversió, de seguiment i de compromís, que implicarà tota la vida. Ell provoca una decisió que penetra totes les vinculacions terrenes i  no hi ha res en el món que pugui ni contrastar ni detenir.   El centre de la seva predicació és el Regne de Déu. Es tracta d’un canvi profund en l’ésser humà, una fonamentació nova, una nova orientació de tota la seva existència. Per això quan Jesús, en un altre episodi evangèlic, explica aquestes realitats a Nicodem, li diu que cal néixer de nou. Perquè Jesús no ha vingut per a fer uns retocs externs o  a arranjar una mica  la façana de les nostres vides; ha vingut per a renovar totalment la vida de les persones. Un nou home i un món nou, regits per uns valors nous; un món construït sobre uns fonaments ben diferents dels actuals.   El seu Regne ho abasta tot: l’interior i l’exterior, l’espiritual i el material, l’individu i la comunitat, aquest món i l’altre. És un canvi de l’ésser humà en totalitat. Una transformació de les maneres de pensar i actuar en sintonia amb la voluntat de Déu. Per a construir un Regne de veritat, d’amor, de justícia, de fraternitat, un Regne dels pobres. Aquesta és la paradoxa més desconcertant, ja que els pobres, els que posen la seva confiança en el Senyor, són els seus primers i principals destinataris.     2. La llamada al sacerdocio   Todos somos llamados a la vida nueva del Reino, a vivir en plenitud nuestra realidad de hijos de Dios; todos estamos llamados desde el Bautismo a la santidad y al apostolado. Y no de una forma aislada, sino constituyendo una comunidad de llamados, un pueblo, la Iglesia, que es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero.   Pero el Señor llama a algunos miembros de este Pueblo al sacerdocio ministerial, a dejarlo todo y a seguirle en una vida de amistad con él y de participación en su misión que compromete toda la existencia. La vocación es un misterio en la vida de todo cristiano, pero que se manifiesta con especial relieve en los que Cristo invita a dejarlo todo para seguirle compartiendo vida y misión. La vocación  no es fruto de proyectos o estrategias personales. Es un don de Dios, una iniciativa misteriosa del Señor, que entra en la vida de una persona y propicia en ella una entrega total y definitiva.   La historia de toda vocación sacerdotal comienza con un diálogo en el que la iniciativa parte de Dios y la respuesta corresponde al hombre. Así lo encontramos en la Sagrada Escritura y así continúa a lo largo de la historia de la Iglesia. Las palabras de Jesús a los Apóstoles: «no sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido» (Jn 15, 16) reflejan esa primacía de la gracia de la vocación. Dios llama según su voluntad de amor y con un gran respeto por la libertad. Los caminos de la vocación en unos casos toman la forma de una sacudida de conversión y de llamada imprevista en el camino de la vida, o en otros, a través de una suave y persistente inclinación en el ánimo que experimenta el llamado desde su infancia.   Jesús, en el evangelio, llama a los Apóstoles a estar con él, a ser sus compañeros, a formar una comunidad de vida. Estar con Jesús equivale a seguirle, a imitarle, a escucharle en todas y cada una de sus palabras. Estar con él para que lo puedan conocer, para que puedan penetrar el misterio de su vida, de su unión con el Padre. Por eso les procura una formación más amplia y profunda que al resto de los discípulos, comparte con ellos la vida diaria y los momentos más trascendentales. Por eso les enseña a rezar, responde a sus interrogantes y los va preparando para que sean partícipes de su misión.   El objetivo de la llamada del Señor es doble: la comunión con él y la participación en su misión. Por eso los enviará a predicar con poder para arrojar los demonios «y curar toda enfermedad y toda dolencia» (Mt 10, 1). Los envía a anunciar el Evangelio, a llevar su mensaje por todo el mundo, a ser testigos suyos ante los hombres. No son meros repetidores de una doctrina aprendida, sino comunicadores de su palabra, de los misterios del Reino, en definitiva, de Cristo mismo. Los envía para que den testimonio ante los hombres de lo que han visto y oído, de lo que han experimentado.   Jesús «llamó a los que quiso». La llamada es una decisión del Señor, un don, una gracia suya. No es un derecho del hombre, ni el resultado de un proyecto personal o de terceras personas que pudieran inclinar la decisión en una dirección concreta. Asimismo debe quedar excluido todo planteamiento del sacerdocio como posible camino de promoción social o de modus vivendi. El sacerdocio es entrega, es servicio, es renuncia a los bienes materiales, a los honores, a las distinciones, a los poderes. Nuestro único tesoro es el Señor. Por eso repetimos con el salmista: «El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad» (Salmo 15).   3. Dos actitudes   La segunda lectura que hemos escuchado en la liturgia de hoy,  nos ha actualizado una de las páginas más hermosas de la Palabra de Dios, el llamado "himno a la caridad" del apóstol san Pablo, que nos muestra el camino de la perfección cristiana. Para recorrer este camino no se requieren unos carismas extraordinarios o unas cualidades humanas excepcionales. La perfección cristiana se alcanza por la caridad, es decir, por el amor auténtico, el que Dios nos reveló en Jesucristo. Un amor que se expresa en las grandes ocasiones de la vida y en los pequeños detalles de la cotidianidad, un amor que ha de impregnar los hechos, las palabras y los pensamientos, un amor que lleva a alegrarse con el bien ajeno y a gozar con la verdad.   Nosotros estamos llamados a vivir esa caridad desde nuestro sacerdocio, desde nuestra configuración con Cristo. Por eso, nuestra caridad, es caridad pastoral. La caridad pastoral es un aspecto esencial en el ministerio y la vida del Presbítero, es el elemento fundamental y unificante. El decreto conciliar Presbyterorum Ordinis, en el número 14, la presenta como generadora de unidad de vida en el presbítero: “conseguirán la unidad de su vida uniéndose a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre, y en el don si mismos por el rebaño que les ha sido confiado. Así, desempeñando el oficio de buen pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral hallarán el vínculo de la perfección sacerdotal que reduzca a unidad su vida y acción”.   La primera lectura, finalmente, nos recordaba la llamada al profeta Jeremías, y la exhortación del Señor a que no tenga miedo en su misión. También hemos escuchado en el evangelio el rechazo de los paisanos de Jesús, que no supieron ver más allá de sus prejuicios. Nuestra misión tampoco estará exenta de dificultades y de cruz. Como sacerdotes, somos testigos de Jesucristo que han de vivir con actitud martirial, que se han de comprometer en su seguimiento hasta el punto de dar la vida si llegara la ocasión, como el grano de trigo que cae en tierra y muere y da un fruto abundante.   En la actualidad contemplamos muchos areópagos del mundo moderno hacia los cuales ha de orientarse el testimonio. Lugares de anuncio, de propuesta, de sana confrontación, ámbitos propicios para la evangelización. Pero hemos de ser conscientes de que los areópagos se pueden convertir en coliseos, es decir, lugares de persecución aunque ésta sea de un modo sutil e incruento. En todo momento hemos de recordar las palabras de Jesús que nos dice: «Tened confianza, yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33).       Final   Benvolguts Santiago, Javier, Oriol i Francisco.   Avui és un dia molt important en la vostra vida; és la culminació d´una etapa i el començament d´una altra. Un camí d´amor i de gràcia de Déu que us ha portat al sacerdoci. Sereu sacerdots joves en una diòcesi molt jove. Fonamenteu, doncs, la vostra vida en la identificació amb Jesucrist, perquè avui rebreu el sacerdoci de Crist per fer-lo present  com a cap i com a pastor de la seva Església.   Inicieu una nova etapa. Haureu de treballar per conduir els germans tot seguint l´exemple de Crist Bon Pastor, que no vingué a fer-se servir, sinó a servir fins a donar la vida. No tingueu por a les febleses personals o a les dificultats ambientals, perquè resideix en vosaltres la força del Crist. Viviu sempre el vostre sacerdoci de la mà de Maria, la Mare de Déu de la Salut. Que així sigui.