Homilía de Mons. Josep Àngel Saiz Meneses en la ordenación sacerdotal de los sacerdotes Walter Cifuentes, Arturo Fabregat, Guillem López, Andrés Ramírez, Hernán Urdaneta y Agustín Villalba

Saludos

«Cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley y recibiéramos la condición de hijos». Este texto que hemos escuchado en la segunda lectura es el más antiguo de la Sagrada Escritura que habla de la maternidad divina de María. No se menciona el nombre de María ni siquiera el de Jesús, pero son presentados los elementos esenciales de su persona y de su venida. En definitiva, se encuentran recogidos el misterio de la encarnación del Verbo eterno y la maternidad divina de María.

Queridos hermanos en el Episcopado, sacerdotes y diáconos de nuestra diócesis y de las diócesis hermanas; seminaristas, miembros de la vida consagrada; dignísimas autoridades presentes; queridos sacerdotes Walter, Arturo, Guillermo, Andrés, Hernán y Agustín y sus familiares presentes; queridos fieles provenientes de diferentes parroquias de nuestra diócesis; queridos todos, hermanas y hermanos que participe en esta celebración.

Virgen y madre nuestra

Celebramos una fiesta que lleva un significado muy especial para nosotros, la solemnidad de la Virgen de la Salud, patrona de nuestra diócesis. En esta celebración conferiré la ordenación sacerdotal a seis diáconos de nuestro seminario que entrarán a formar parte del presbiterio diocesano. Damos gracias a Dios. Hoy es un día propicio para contemplar con emoción y alegría filial a María, que nos lleva a Jesús, el Salvador del mundo. Ella es la Virgen, y esta maternidad es el misterio fundamental con respecto a su persona ya su función en la Historia de la Salvación. Dios podía hacerse presente por caminos diferentes y de formas diversas en la historia humana. Pues bien, al llegar la plenitud de los tiempos, en un pueblecito llamado Nazaret, en la periferia geográfica del Imperio Romano, el Padre eterno dispuso que el Verbo se encarnara y se hiciera hombre en el seno de una mujer por la acción del Espíritu Santo. María responde a esta misión que Dios le encomienda con una confianza plena y una vida entregada en totalidad. Vemos que Dios no actúa en nuestra historia prescindiendo de los seres humanos; por el contrario, lo hace a través de su mediación, de su colaboración. Como recordaba el beato Papa Pablo VI: «El Misterio de Cristo está marcado, por designio divino, de participación humana. Ha querido tener una Madre; ha querido encarnarse mediante el misterio vital de una Señora, de la Señora bendita entre todas ". Este es su lugar en el plan de salvación de Dios. Ella es también nuestra madre, la Madre de la Iglesia. Recordemos las palabras del Señor poco antes de morir: "Mujer, ahí tienes a tu hijo. Y luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre "(Jn 19, 26-27). Palabras que son dirigidas a su madre y también al discípulo amado, palabras que establecen unas relación nueva entre María y los creyentes.

Asociada a la obra redentora

María ha sido asociada a la obra redentora. El milagro que Jesús hace en Caná de Galilea, que hemos escuchado en el evangelio, es muy significativo de esta realidad. Contemplamos la solicitud por parte de María en cada momento de la narración. En primer lugar, se hace cargo de la situación y lo comunica de inmediato al Hijo haciéndole notar la dificultad de aquella familia y pidiéndole que ponga remedio: «No tienen vino». No se trata de transmitir una simple información. Pide una intervención porque se ha producido un imprevisto grave.

La respuesta de Jesús puede parecer decepcionante: «Mujer, y yo qué tengo que ver? Todavía no ha llegado mi hora ». Hay que recordar que en el Evangelio de san Juan aquella «hora» significa el acontecimiento pascual, su pasión, muerte y resurrección, el momento en el que el Hijo realiza su obra y debe ser glorificado. Sobre todo fijémonos como la respuesta de Jesús eleva el diálogo a otro nivel de novedad radical que se refiere a los bienes mesiánicos, y no se queda en el plano humano de la necesidad más concreta y material.

Ella no discute sino que indica a los servidores que hagan todo lo que él les diga. De esta manera inicia un proceso que culminará en el milagro. Y así se manifiesta la gloria de Jesús y se confirma la fe de sus discípulos en Él. En este episodio María ha dirigido a Jesús ya los servidores. Con humildad y confianza se dirige al Hijo ya la vez orienta los demás hacia él.

Este relato es como un icono de la solicitud maternal de María, que fue sensible a la necesidad de aquellos novios y es sensible a las necesidades de sus hijos en todo tiempo, y muestra la eficacia de su intercesión. De la misma manera que intercedió para ayudar aquellos novios en Caná de Galilea, intercede por todos sus hijos a lo largo de la historia. Es la madre cercana y solícita a nuestras necesidades que nos lleva a Cristo, y que nos conduce a Él. A ella debemos acudir en nuestras necesidades, en las angustias, en las penas y también en las alegrías.

María y el sacerdote

Queridos Agustín, Hernán, Andrés, Guillem, Arturo i Walter. Por la ordenación sacerdotal seréis configurados a Cristo sacerdote. Vuestra vida ha de ser prolongación de la palabra de Jesús, de su acción salvífica, y por tanto, de su sacrificio. Tal como él asocia a su Madre en la obra de la salvación, vosotros debéis asociarla a vuestro ministerio. Ella no es un elemento más entre las devociones particulares. La relación de Cristo con María, sus actitudes y sentimientos hacia ella, deben ser imitados y vividos por vosotros.

Existe una relación esencial, fundamental, entre María y el sacerdote, que deriva de la relación que tiene lugar entre la maternidad divina de María y el sacerdocio de Cristo (Cf. Juan Pablo II). Al convertirse en madre de Cristo, María se convirtió en madre del único y eterno sacerdote. Desde ese momento tiene lugar una unidad perfecta entre Madre e Hijo y de aquí deriva la existencia de un vínculo especial del sacerdocio ministerial con María santísima.

En el Calvario Jesús confió a María una maternidad nueva. Su intención en aquel momento era, ciertamente, la de establecer la maternidad universal de María con respecto a los discípulos de todos los tiempos. Pero no podemos ignorar que esa maternidad adquiría una fuerza concreta e inmediata en relación a Juan, un Apóstol que puede considerarse prefiguración de todos los sacerdotes.

Juan subraya en su evangelio que "desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19, 27). Para todo sacerdote, acoger a María en su casa significa hacerle un lugar en su vida, estar unido a ella diariamente con el pensamiento, los afectos y el celo por el reino de Dios. No se trata de algo exterior, sino de introducirla en el dinamismo de la existencia entera.

María, por obra del Espíritu Santo, concibió a Cristo y lo dio a luz en Belén. Vosotros, ungidos y consagrados por el Espíritu Santo en la ordenación, estáis llamados también a llenaros de Cristo para después ofrecerlo a los demás y hacer que nazca en los corazones mediante el anuncio de la palabra, la administración de los sacramentos y una vida entregada en totalidad.

María fue asociada de modo único al sacrificio redentor de Cristo. Ella participó unida a su Hijo en la entrega por la salvación de todos e intercede para que  los que participan del sacerdocio ministerial respondan  a las exigencias de la entrega, del sacrificio espiritual que el sacerdocio implica. Vosotros también seréis asociados de un modo particular al misterio de la redención. Al entregaros la patena y del cáliz os diré: “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz de Cristo”.

Conformar la vida con el misterio de la cruz de Cristo significa vivir identificados con su actitud de servicio, con su entrega hasta dar la vida. Significa también la lucha constante para perfeccionar la gracia recibida en el bautismo y en la ordenación muriendo al pecado para vivir en la novedad de la resurrección. Puesto que seréis configurados a Cristo Cabeza y Pastor, es preciso que viváis su caridad pastoral, que os dejéis la vida en la entrega de cada día para que los fieles encomendados lleguen a la plenitud que Dios quiere para ellos, que seáis auténticos servidores del Evangelio.

En estas semanas se está celebrando la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de obispos, que trata sobre "la vocación de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo". Vosotros estáis llamados a ser servidores de la familia, para que en nuestra tierra y en nuestro tiempo se cumpla el designio de Dios Creador y Redentor sobre ella. Seréis también servidores de la misericordia de Dios, vosotros que sois ordenados a las puertas del Jubileo de la Misericordia que ha declarado el Papa Francisco para que la Iglesia ofrezca con mayor intensidad los signos de la presencia y del amor misericordioso de Dios.

Final

En este camino de unión con Cristo y de servicio a los hermanos no faltarán dificultades, pero el Señor cuenta con nuestra fragilidad y nos llama a ser sacerdotes santos, porque eso es lo que necesitan la Iglesia y el mundo de hoy. Siempre encontraremos la ayuda de María. Hemos de encomendarnos a ella y confiarle nuestras pobres personas y nuestro ministerio pastoral. Y tal como ella congregaba en la unidad al grupo primero de apóstoles en la comunidad de Jerusalén, nos ayudará a vivir unidos como presbiterio y como familia diocesana. Que así sea.