Homilía de la Misa del Gallo

Homilía de la Misa del Gallo en la parroquia de San Pedro Octaviano de San Cugat del Vallés 24 de diciembre de 2015

Introducción

Celebramos la Misa del Gallo en la Iglesia parroquial de San Pedro Octaviano, el Monasterio de San Cugat, uno de los lugares sagrados más importantes y significativos de nuestra tierra. Un cordial saludo al sr. Rector, a los sacerdotes concelebrantes, el diácono, a los miembros de la vida consagrada, a los laicos y laicas presentes ya todos los que seguís la celebración desde sus hogares a través de la Televisión de Cataluña.

Os anuncio una buena nueva: os ha nacido un Salvador

Hemos escuchado en el evangelio el relato del nacimiento de Jesús. Un relato que nos llega al corazón por su ternura. «No tenga miedo -dice el ángel a los pastores-: os anuncio una nueva que llevará a todo el pueblo una gran alegría: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» ( Lc 2, 10-11). Este anuncio gozoso cambió la historia de la humanidad, y resuena, hoy y aquí para nosotros, en esta noche santa, en la que nos hemos congregado y nos unimos espiritualmente con cientos de millones de hermanos nuestros que también celebran la Navidad en todo el mundo. En las iglesias y en los hogares, en los pueblos y las ciudades, en las regiones y las periferias más lejanas, resuenan estas palabras del ángel, que llenan de esperanza nuestros corazones.

Nos ha nacido el Mesías, el Hijo de Dios, en un establo porque no había lugar para él en la posada ni a ningún hogar de Belén. María puso el niño Jesús en el pesebre, y éste fue el único cuna disponible para el Hijo de Dios hecho hombre. Cada año lo hacemos presente y lo contemplamos con una renovada admiración. El nacimiento de Jesús es el acontecimiento central de nuestra historia. En aquel tiempo la humanidad estaba en expectación y especialmente el pueblo judío. Un testigo privilegiado de esta espera es el profeta Isaías, tal y como hemos escuchado en la primera lectura. Él fija la mirada en esta noche de Belén: "Nos ha nacido un niño, se nos ha dado un hijo".

Dios se revela en este Niño, que es el "Emmanuel", el Dios-con-nosotros, que se ha hecho tan cercano como un bebé. En este nacimiento contemplamos sobre todo el amor de Dios: Un amor eterno e infinito que rebasa nuestra capacidad de comprensión, pero que podemos intuir en la ternura de un niño que es el Hijo eterno de Dios que entra en el tiempo, y se hace presente en nuestra vida. La Navidad revela el inmenso amor de Dios por la humanidad. Este hecho debe reavivar nuestra esperanza porque sabemos que a pesar de las dificultades y sufrimientos que nos toca soportar, somos queridos, somos acompañados por Dios. También este hecho debe hacernos más solidarios de tantos hermanos nuestros perseguidos por su fe en el mundo, o de los desplazados y refugiados debido a diferentes conflictos y guerras que llaman a nuestras puertas.

Una luz resplandece

"El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz" nos dice el profeta Isaías. "Una luz brilla para quienes vivían en el país tenebroso". También el fragmento de la carta de san Pablo a Tito habla de la luz: "Se ha revelado el amor de Dios, que quiere salvar a todos los hombres". Esta revelación es la irrupción de la luz divina en un mundo oscurecido por el egoísmo, por el odio, por los problemas sin resolver. Finalmente, el evangelio relata cómo la gloria del Señor rodeó de luz a los pastores.

Luz significa conocimiento, transparencia, verdad, en contraste con la oscuridad de la mentira y de la ignorancia. Así, la luz nos indica el camino y nos ayuda a vivir. Pero la luz significa también amor y donde hay amor, aparece la luz. Ciertamente, en Belén se hace presente la gran luz que el mundo espera. En aquel Niño acostado en el pesebre Dios muestra su gloria: la gloria del amor. Desde entonces, la luz de Belén nunca se ha apagado, ha iluminado los hombres y las mujeres a lo largo de los siglos. Y allí donde ha brotado la fe en este Niño, ha nacido también la caridad: la bondad hacia los demás, la atención solícita a los débiles y los que sufren, la gracia del perdón. Desde Belén, un camino de luz, de amor y de verdad se abre paso a lo largo de la historia; un camino de misericordia, como nos recuerda el Papa Francisco en este Año Santo que ha declarado.

Recorrer este camino significa obrar de acuerdo con la verdad en toda ocasión. Jesucristo es la luz que ilumina nuestra existencia y lo llena de sentido. Nosotros hemos recibido esta luz y estamos llamados a vivir en la verdad. Es necesario que seamos testigos suyos, que damos razón de nuestra fe y de nuestra esperanza. Tendremos que ver si nuestra vida está centrada en la coherencia o nos encontramos inmersos en la falsedad. Porque vivir en esta luz significa pensar, decir y hacer la verdad, en cada circunstancia de la vida, sin pactar nunca con las medias verdades, la ambigüedad o la mentira.

Paz en la tierra a los hombres que Dios ama

El niño que ha nacido es el "Príncipe de la paz". En el evangelio anuncia a los pastores la gloria de Dios en el cielo y la paz en la tierra a los hombres que él ama. Dios ama a todos los hombres y mujeres de la tierra y les concede la esperanza de un tiempo nuevo, de un tiempo de paz. Su amor, revelado plenamente en el Hijo encarnado, es el fundamento de la paz universal; acogido profundamente en el corazón, reconcilia a cada uno con Dios, renueva las relaciones entre los hombres y suscita el deseo de fraternidad capaz de alejar la violencia y la guerra. Dios busca personas que sean portadoras de su paz y la comuniquen. Que no encuentre cerrado nuestro corazón. Esforcémonos por ser portadores activos de su paz en nuestro tiempo.

La paz es un don de Dios que debemos pedir ya la vez, debemos construir a través de la justicia y el amor. La paz es una de las aspiraciones más profundas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Ahora bien, sólo habrá paz si la humanidad es capaz de vivir como una familia que respeta la dignidad y los derechos de todos sus miembros, si esta familia vive solidariamente, en efectivo el destino universal de los bienes de la tierra, si busca el bien común y sus miembros más débiles no son descartados sino favorecidos.

La paz es como un edificio en continua construcción. En su edificación colabora en primer lugar la familia. Los padres que viven y dan testimonio de paz, de justicia y amor, de servicio afectuoso a los miembros más débiles, de ayuda mutua en las necesidades de la vida, de disponibilidad para acoger al otro y, de perdón. También los educadores y las personas con responsabilidades en los diferentes ámbitos de la sociedad, que deben transmitir los auténticos valores presentes en todas las áreas del saber y en el patrimonio histórico y cultural de la humanidad. La educación para la paz debe ser una formación permanente sobre todo por los niños y jóvenes.

 Final

 «Os anuncio una gran alegría: hoy os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor». Este anuncio nos trae una alegría profunda y una esperanza firme para afrontar el futuro. También nos lleva amor, especialmente en este Año de la Misericordia que el Francisco declaró. Pedimos a Dios experimentar su amor misericordioso en nuestras vidas y proyectarlo sobre nuestro mundo, para que abunden cada vez más la luz y la paz. Santo y feliz Navidad para todos.