Reflexiones de un Pastor ante el coronavirus

 

Reflexiones de un Pastor ante el coronavirus

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Queridos hermanos,

 

Han pasado ocho días desde que fue declarado el estado de alarma en nuestro país, y catorce desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró oficialmente que el coronavirus era una pandemia, un problema global ante el que todos los países iban a tener que poner mucho de su parte para combatirlo. Otras pandemias ya golpearon a la humanidad a lo largo de la historia, pero era difícil imaginar que en una época de tantos avances en el campo de la biotecnología, íbamos a ser sacudidos de esta manera por un pequeño virus. Esta pandemia está produciendo una importante crisis sanitaria y acabará ocasionando una crisis económica de grandes dimensiones, que afectará sobre todo a los más pobres y vulnerables.

 

Las diferentes administraciones han decretado medidas con la finalidad de evitar al máximo la propagación de la enfermedad y de llegar a vencerla lo antes posible. Estas medidas han producido un gran impacto en nuestra vida diaria, hasta el punto de haberla trastornado del todo. A lo largo estos días hemos ido emitiendo diferentes comunicados, notas y recomendaciones. En estos momentos me gustaría compartir algunas reflexiones con todos vosotros y con las personas de buena voluntad que quieran tenerlas en consideración. Son, pues, las reflexiones de un pastor ante el coronavirus.

 

Esta auténtica emergencia planetaria debe servir para reflexionar, para recapacitar, para replantear la manera como vivimos, nuestras supuestas necesidades, los ritmos, los gastos, las urgencias y las prioridades. Ahora mismo, nuestra vida diaria ha sufrido una serie de cambios ciertamente drásticos, y no queda más remedio que adaptarse a la nueva situación. Conviene recordar que de cada una de las crisis que la humanidad ha padecido, ha podido salir gracias al esfuerzo y la voluntad, a la capacidad de resiliencia que hay en cada uno de nosotros. Como familia humana, hemos de aprender la lección. Ojalá salgamos de esta crisis más maduros, más responsables, más sensatos y solidarios.

 

Volver la mirada y el corazón a Dios

 

Lo primero es volver la mirada y el corazón a Dios, y ampararnos en su misericordia; cambiar nuestra vida, dejarnos convertir por él. Es la actitud propia del tiempo de cuaresma, en el que nos encontramos. La conversión es como nacer de nuevo, es  una renovación de las actitudes, de la mentalidad, de los criterios y de los valores. Es un cambio profundo en la vida, una renovación interior que comporta una nueva orientación general. Significa volver a Dios, reorientar la ruta, la meta de la vida, para que el eje vertebrador sea Cristo, para que Él sea el centro que articula todos los demás elementos: familia, trabajo, aficiones, compromiso político, voluntariado, en definitiva, toda la vida.

 

El progreso de la ciencia y de la técnica en nuestro mundo es muy grande, con un dominio de las fuerzas de la naturaleza aparentemente ilimitado, hasta el punto de llegar a la clonación de seres vivos. Sintiéndose el ser humano tan poderoso, podría caer en la tentación de pensar que ya no hay necesidad de Dios, porque tiene la capacidad de construir todo lo que desee. Pero no olvidemos que esta historia no es nueva, es la historia de la construcción de la torre de Babel, según relata el libro del Génesis (cf. Gn 11, 1-9). Quisieron ocupar el lugar de Dios, y por su soberbia quedaron confundidos y divididos.

 

El hombre lleva en sí mismo una sed de infinito, una nostalgia de eternidad, una búsqueda de belleza, un deseo de amor, una necesidad de luz y de verdad, que lo impulsan hacia el Absoluto; lleva en sí mismo el deseo de Dios. Dios es la Realidad misma, con mayúsculas, la Vida misma. El sentido de la vida del hombre es recibir el amor de Dios, conocerlo, creerlo y vivirlo; compartirlo y comunicarlo; amar a Dios con todas las fuerzas y al prójimo como a sí mismo. En nuestra vida, en nuestras familias, en nuestra sociedad, demos a Dios el lugar que le corresponde, el primer lugar.

 

Un alto en el camino

 

Esta pandemia de alcance mundial, nos ha obligado, por fuerza, a hacer un alto en el camino. Nos ha tocado aislarnos, recluirnos en nuestras casas apartados del mundo, de la sociedad, de los amigos, algunos incluso de la familia; recluidos con el móvil, el ordenador y pendientes a todas horas de las noticias.  Pero caigamos en la cuenta de que también es una ocasión propicia para conocernos a nosotros mismos más a fondo; para repasar la película de nuestra vida y tomar mayor conciencia de quienes somos y de los caminos por los que discurre nuestra existencia.

 

En la peregrinación de la vida son imprescindibles los espacios de silencio, de recogimiento, de reflexión personal, para conocerse mejor a sí mismo, mirándose al espejo con sinceridad y sin tapujos. En estos días, en los que seguramente dispondremos de más tiempo, será bueno que entremos en nuestro interior, que revisemos la propia vida desde una reflexión sincera que facilite el encuentro con uno mismo y propicie, a su vez, el encuentro con Dios.

 

Esta actitud ha de durar toda la vida, y no es algo nuevo; conviene recordar que en el frontispicio del templo de Delfos estaba esculpida la exhortación «Conócete a ti mismo». A lo largo de la historia el ser humano ha buscado la verdad, el sentido de las cosas y sobre todo el sentido de su vida. En todas las culturas encontramos las preguntas fundamentales sobre el origen y el final de la vida, sobre el mal y la muerte, sobre el más allá, sobre la propia identidad.

 

El conocimiento de sí mismo es imprescindible para situarse debidamente ante Dios y ante los demás. Por otra parte, cuanto más avanza la persona en su vida de fe, cuanto más se acerca a Dios y recibe su luz, tanto más se conoce a sí misma,  es consciente de su pequeñez y más indigna se siente ante él. El examen de conciencia, la revisión de vida a la luz de la Palabra de Dios, será de particular utilidad para el conocimiento de sí mismo y para llegar a la verdadera humildad.

 

Redescubrir a los demás

 

Estos días recibimos mensajes que nos recuerdan la necesidad de luchar unidos si queremos superar esta crisis. Ojalá aprendamos bien la lección de que el egoísmo y el individualismo no nos llevan a ninguna parte, o mejor dicho, nos pueden llevar al precipicio. El papa Francisco nos alerta continuamente sobre esta cuestión. Nuestra vida aquí en la tierra no es definitiva, es una peregrinación hacia la casa del Padre, y el espíritu de fraternidad es imprescindible. Los compañeros de camino siempre son un apoyo para superar las contrariedades que aparezcan durante el viaje, que será más llevadero si se hace en compañía.

 

Los seres humanos nos hallamos juntos, existimos juntos. Podemos vivir unos contra otros, o de espaldas a los otros, ignorándonos, o podemos vivir en relación, en apertura; se puede acoger a los otros, ofrecerse, sentirse próximo a ellos, es decir, convivir con los otros. Ser prójimo, como nos recuerda la parábola del buen samaritano, significa cumplir el mandamiento del amor haciéndose prójimo de los demás, sobre todo de los más necesitados del camino. Soy hermano de todo aquel que me encuentro, de todo aquel que necesita mi ayuda. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en el corazón del cristiano en su peregrinar.

El encuentro con el hermano lleva a compartir y colaborar. El peregrino debe ir ligero de equipaje, con lo imprescindible y sin apego a sus pocas pertenencias. La convivencia comporta la atención al otro, la reciprocidad. Esto significa estar atentos los unos a los otros, no mostrarse indiferentes a la suerte de los demás, ser conscientes de la interdependencia entre personas, ser solidarios. La solidaridad no es un sentimiento de compasión con los más débiles o con la persona necesitada que está junto a mí, es «la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos», en palabras de san Juan Pablo II.

 

Unas palabras de agradecimiento

 

Quisiera acabar estas reflexiones con un profundo agradecimiento a tantas personas e instituciones que en estos momentos están entregando su vida con total generosidad, cada uno según la misión que le corresponde.

 

En primer lugar al personal sanitario, que trabaja hasta el límite en una situación de desbordamiento; a las fuerzas de seguridad, que mantienen las infraestructuras en condiciones y el cumplimiento de las disposiciones gubernamentales; a los responsables y trabajadores de los establecimientos que permanecen abiertos para ayudar a mantener la vida de las familias confinadas; a todos los voluntarios que dedican su tiempo para ayudar a los más necesitados de modo que nadie quede desatendido en esta situación.

 

Asimismo, quiero hacer llegar un agradecimiento especial a las familias, a los padres que se dedican mantener la llama del amor y la convivencia en los hogares, a las personas ancianas que sufren estos momentos desde la incertidumbre, y en algunos casos desde la soledad, aunque no les falta el afecto de los seres queridos.

 

No quiero olvidarme de agradecer el trabajo de las administraciones y de tantas instituciones que están dando lo mejor de ellas mismas para poder mantener el tejido social, la convivencia y especialmente la atención a los más desfavorecidos. Pienso también en las instituciones solidarias, de acción caritativa y social así como las educativas, tanto eclesiales como civiles. Sois ejemplo de compromiso solidario y ponéis en valor lo mejor de nuestra humanidad.

 

Quiero expresar mi agradecimiento, a su vez, a las personas consagradas, las comunidades de vida contemplativa,  y  a los sacerdotes y diáconos. Hemos de mantener la intensidad de nuestra vocación y ministerio en estos momentos a través de la acción pastoral en las parroquias,  hospitales, tanatorios, comedores sociales, etc.; cada vez con más limitaciones a nuestro deseo de estar en primera línea. Es el momento de la creatividad pastoral, de la oración de intercesión y del ofrecimiento diario de la Santa Misa, de manera privada, por el pueblo que tenemos encomendado. Me viene a la memoria la experiencia relatada por el cardenal Van Thuan cuando tenía que celebrar la Misa privado de libertad. En su celda celebraba cada día con los pocos medios que tenía a su disposición ofreciéndola por la salvación de la humanidad. Esta es hoy nuestra trinchera.

 

Unas palabras para la oración

 

Finalmente, una llamada a la oración incesante de toda la comunidad diocesana. Tened también la certeza de mi oración diaria especialmente en la celebración de la Eucaristía por todos y cada uno de vosotros, y en particular por las personas que sufrís el contagio de este virus, las que os encontráis en cuarentena y afectadas por esta situación; así como también encomendamos especialmente a todos los que trabajáis en la investigación, de manera infatigable, para encontrar los medios de vencer esta pandemia.

 

Todos estamos llamados a la oración ferviente e incesante pidiendo a Dios que aleje este mal de nosotros. Que la Virgen María, bajo la advocación de la Salud, patrona de nuestra diócesis, sea nuestro amparo ahora y en toda ocasión.

 

Con mi bendición

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa

 

Terrassa, a 22 de marzo de 2020, cuarto domingo de cuaresma.