Homilia de Mons. Josep Àngel Saiz en l’ordenació presbiteral del P. Carlos Fuentes

Homilia de Mons. Josep Àngel Saiz en l’ordenació presbiteral del P. Carlos Fuentes, OFM. Parròquia de Sant Francesc, de Sabadell, diumenge dia 4 de maig 2014, a les 6 de la tarda. Diumenge III de pasqua, cicle A.

 

Salutacions

Benvolguts  Ministre provincial  i membres de la familia franciscana;   preveres, i diaques; membres de la vida consagrada; feligresos d’aquesta parròquia i d’altres comunitats; benvolguts Fra Carlos, pares, familiars i amics; benvolguts tots, germanes i germans en Crist, presents avui en aquesta celebració.

Hemos escuchado en la lectura del evangelio  el relato del encuentro de los discípulos de Emaús con Cristo resucitado. Son dos discípulos que abandonan Jerusalén  abatidos y tristes y se dirigen a una aldea próxima.

 

La Palabra. “Les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura”

El camino que lleva a Emaús simboliza en realidad todos los caminos de la vida: es el camino  de la vida de todo cristiano, y por extensión, podemos decir que es el camino de la vida de todo ser humano. Un camino sembrado de expectativas de futuro, de sueños y esperanzas, en el que se harán presentes también los problemas y desengaños, las  dificultades y tropiezos; un camino  de éxitos y fracasos, de luces y también de sombras.

En la conversación de los discípulos con el peregrino desconocido llama la atención una expresión que refleja su estado de ánimo: «Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió esto» (Lc 24, 21). Este es el resumen de la situación: pensábamos, esperábamos, creíamos, seguíamos,….pero todo ha acabado con el fracaso de la muerte en cruz. Por eso ellos marchan temerosos y decepcionados. 

Este drama de los discípulos de Emaús es como un espejo de la situación a la que podemos llegar los cristianos de nuestro tiempo. Hay momentos en que la fe entra en crisis a causa de experiencias negativas o dolorosas que nos llevan a sentirnos abandonados por el Señor, con el peligro de que la esperanza se vaya debilitando.  Y la esperanza es un elemento fundamental que está en el centro de la vida humana y que en la actualidad tiene una particular relevancia precisamente porque nuestra época está marcada por una crisis de esperanza debido a las graves dificultades por las que atravesamos, que no se han podido resolver del todo con los avances de la ciencia y de la técnica, ni tampoco fueron solucionadas por las grandes revoluciones de la historia reciente.

Los discípulos de Emaús habían perdido toda esperanza  y volvían a casa sumidos en el desánimo. Entonces, Jesús resucitado se hace presente y hace camino con ellos. Y aquel caminante misterioso les ofrece una perspectiva radicalmente distinta para interpretar los acontecimientos recientes a la luz de las Sagradas Escrituras.

 

La Eucaristía. Lo reconocieron al partir el pan

Al llegar al lugar de alojamiento, “sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio”. Y entonces lo reconocieron, y comentaron entre ellos: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”.

Los mismos hechos que habían producido el desánimo, son ahora contemplados desde la perspectiva de la fe, a la luz de las Sagradas Escrituras.  “¿No era necesario que el Mesías padeciera estopara entrar en su gloria?”. Sin duda, pero es que precisamente eso es lo que rompe nuestros esquemas y resulta un misterio de difícil comprensión para nosotros.

Por esto necesitamos que una y otra vez Jesucristo nos salga al encuentro y con paciencia nos vaya explicando las Escrituras y parta para nosotros el pan, es decir, se haga alimento en la Eucaristía. En la celebración eucarística nos encontramos con Cristo resucitado, y también nos reunimos como familia, como comunidad, como Iglesia en torno a la Palabra y a la presencia del Señor. En la Eucaristía tenemos cada domingo una cita, un encuentro  con Él y con los hermanos, para reforzar nuestra fe, para recibir el alimento, la fuerza que nos permite seguir adelante por el camino de la vida.

Los discípulos de Emaús le dijeron: “Quédate con nosotros”. Eso mismo le decimos nosotros. En nuestros caminos Jesús resucitado se hace compañero de viaje para reavivar en nuestro corazón el calor de la fe y de la esperanza y partir el pan de la vida eterna. De igual forma hoy podemos entrar en diálogo con Jesús escuchando su palabra. De igual modo hoy se entrega a sí mismo como nuestro pan. Así, el encuentro con Cristo resucitado acrecienta nuestra fe, la hace más profunda y auténtica; una fe sólida, porque no se alimenta de ideas o de criterios puramente humanos, sino de la Palabra de Dios y de la Eucaristía. 

 

La Misión. Volvieron a Jerusalén y contaron lo que les había pasado

El encuentro con Cristo cambia la vida de la persona. Quien se encuentra con Él y experimenta una vida nueva, un gozo inefable, no retiene egoístamente ese hallazgo, sino que lo comunica. Por eso los dos discípulos de Emaús vuelven a Jerusalén  a explicar a los Apóstoles lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Querido Carlos. Hoy es un día muy importante en tu vida y en tu misión. Culmina una etapa y comienza otra. Una vida, un camino de amor y de gracia de Dios que te ha llevado en primer lugar a la vida cristiana, al recibir el Bautismo, después la Eucaristía y la confirmación en esta parroquia, en este barrio, en esta ciudad de Sabadell. Después tu camino te ha llevado a la vida religiosa en la Orden de Frailes Menores y a recibir el diaconado.

Hoy das un paso más, recibiendo el presbiterado. Porque desde hace un tiempo has percibido esta llamada cada vez con más intensidad. La historia de toda vocación cristiana y de toda vocación sacerdotal, es la historia de un inefable diálogo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la libertad del hombre que responde. La iniciativa de la llamada pertenece a Dios. No es un mero proyecto personal o una planificación nuestra. Esto queda bien reflejado en las palabras de Jesús a los apóstoles: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto y que vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16).

Como sacerdote serás, ante todo, ministro de la Palabra de Dios, enviado para anunciar el Evangelio del Reino, conduciendo a los creyentes a un conocimiento y comunión cada vez más profundos del misterio de Dios, revelado y comunicado en Cristo. Esta será tu obligación principal: anunciar el Evangelio de Cristo. Para ello, debes ser el primero en familiarizarte con la Palabra de Dios,  de tal manera que ella engendre en ti un corazón nuevo. Has de ser oyente de la Palabra y servidor de la Palabra.

Serás también ministro de los sacramentos. Los siete sacramentos acompañan la vida humana desde el inicio hasta el traspaso. Por el Bautismo introducirás a los hombres en el Pueblo de Dios; por el Sacramento de la Penitencia reconciliarás a los pecadores con Dios y con la Iglesia; con la Unción aliviarás a los enfermos; con la celebración de la Eucaristía  actualizarás el sacrificio redentor de Cristo, por el que el Señor se hace presente en la historia con toda su fuerza salvadora y reúne a su pueblo, y edifica a la Iglesia. Para ti ha de ser el lugar verdaderamente central, tanto de tu ministerio como de tu vida espiritual.

Por último, estás llamado a actualizar el servicio de Jesucristo guiando y sirviendo la comunidad eclesial y a todas las personas que se crucen en tu camino. Se trata de conducir a los fieles para que desarrollen su propia vocación viviendo la caridad, la libertad en Cristo y buscando la voluntad de Dios en todos los acontecimientos. Servir a todas las personas sin distinción de ningún tipo, y si se diese alguna preferencia, siempre por los más pobres y necesitados. Que seas un auténtico Padre de los pobres.

Serás un presbítero franciscano. Que vive este carisma particular al servicio de la Iglesia y de la sociedad: Como san Francisco, procura imitar a Cristo a través de la humildad, de la pobreza, del servicio. Ser instrumento de paz, de concordia, de unidad. Vivir la desinstalación, no renunciar nunca a la utopía. Encontrar la verdadera alegría. En resumen: vivir el Evangelio directamente, en toda su novedad, sin glosas ni aditamentos.

 

Final

Con el salmista podemos repetir que nuestro corazón está alegre, porque tenemos siempre presente al Señor y con él avanzamos seguros por los caminos de la vida.

Pido al Señor que sigas el ejemplo de Jesucristo Buen Pastor, que no vino a ser servido, sino a servir hasta dar la vida. Confía plenamente en el Señor y en su palabra como Pedro y los Apóstoles, como Francisco y Clara, como tantos otros que nos han precedido. En su nombre echa las redes y no dudes que se producirá una pesca abundante. Que así lo vivas, de la mano de María, madre amorosa y cercana, que peregrina junto a nosotros. Que así sea.