Homilia de Mons. Josep Àngel Saiz Meneses en l’ordenació sacerdotal de Mn. Emmanuel Pujol i Mn. Albert Agib.

Homilia de Mons. Josep Àngel Saiz Meneses en l’ordenació sacerdotal de

Mn. Emmanuel Pujol i Mn. Albert Agib.

Catedral de Terrassa, 18 de gener 2015, a les 6 de la tarda.

Diumenge II TO, cicle B.

 

 

Salutacions

 

Benvolguts germans en l’Episcopat, preveres i diaques de la nostra diòcesi i de les diòcesis germanes, seminaristes, membres de la vida consagrada; germanes i germans que participeu en aquesta celebració. Especialment benvolguts mossens Emmanuel i Albert, i els vostres familiars presents.

 

 

1.      La crida de Déu

 

La Paraula de Déu que hem escoltat ens presenta el tema de la vocació: la crida al profeta Samuel en la primera lectura i en l’Evangeli la crida de Jesús als primers deixebles. En tots dos relats trobem una figura que fa el paper de mediador, tot ajudant a les persones a reconèixer la veu de Déu i a seguir-la. En el cas de Samuel, es Elí, sacerdot del temple de Siló, lloc on es custodiava l’arca de l’Aliança, abans de ser traslladada a Jerusalem. En el cas de Joan i Andreu la mediació ve per Joan Baptista, que tenia un ampli grup de deixebles del qual formaven part. Al dia següent del baptisme de Jesús, el Baptista el va assenyalar en el riu Jordà tot dient: «Mireu l’Anyell de Déu» (Jn 1,36), que era com dir: Aquest és el Messies. Joan i Andreu van seguir Jesús, van quedar-se amb ell aquell dia i es van convèncer que era realment el Crist.

 

Què és el que va passar? En primer lloc, recordem que Andreu i Joan eren dos homes idealistes plens d’inquietuds. Per això havien anat fins a la ribera del Jordà. Però aquella tarda tindria lloc un fet que canviaria radicalment les seves vides. Quan el Baptista assenyala el Messies, immediatament el segueixen. I el Senyor, com sempre, pren la iniciativa de l’encontre i els hi diu: “Què voleu?”. Tots dos li pregunten  “Mestre, on us allotgeu?”. I Jesús els respon: “Veniu i ho veureu”. Els va invitar a seguir-lo i a quedar-se amb ell. I van quedar tan impressionats que de seguida Andreu va anar a buscar al seu germà Simó i li va dir: “Hem trobat  al Messies”.

 

Andreu i Joan cercaven la felicitat, una vida plena de sentit, un ideal que omplís el seu cor, esperaven el Messies anunciat pels profetes; en el fons, buscaven a Déu. Aquesta recerca, tan comuna a l’ésser humà, s’ha expressat al llarg de la historia i s’expressa avui en dia en diferents formes. Aquella tarda ben segur que li van explicar les seves inquietuds personals, les preguntes fonamentals de la seva vida. Així comença sempre la vida cristiana, després d’una trobada personal amb Crist.

 

Crist surt a l’encontre de cada ésser humà i es presenta com el Camí, la Veritat i la Vida, per saciar la seva set de felicitat i omplir de sentit la seva existència. Quan hom viu aquesta experiència, es genera un nou estil de vida i un testimoni convençut i convincent, evangelitzador, perquè qui ha trobat Jesucrist ha trobat el tresor de la seva vida, un goig immens que no es pot reservar egoistament. Després vindrà una segona crida, la vocació concreta de cadascú, en el vostre cas al sacerdoci ministerial.

 

2.      El camino de las mediaciones

Queridos Emmanuel y Albert. Vosotros habéis escuchado esa llamada del Señor a seguirle, dejándolo todo, comprometiendo la vida hasta las últimas consecuencias. La vocación sacerdotal es un misterio que tiene lugar entre Dios y la persona en lo recóndito del corazón, en el interior de la conciencia. Un misterio que se realiza en la Iglesia, que está presente y operante. El camino habitual es que el Señor se sirva de la mediación de personas que suscitan, acompañan en el proceso y ayudan en el discernimiento. La acción que lleva a cabo Andrés con su hermano Pedro de «llevarlo a Jesús», tal como escuchábamos en el Evangelio, inspira nuestra pastoral vocacional. La Iglesia tiene el derecho y el deber de promover las vocaciones sacerdotales, de discernir la autenticidad de las mismas y de acompañarlas en el proceso de maduración.

Todos somos responsables en esta tarea. Los documentos del Magisterio son claros y muy explícitos. La responsabilidad recae en la comunidad eclesial, en todos los ámbitos del Pueblo de Dios. El primer responsable es el obispo, llamado a promover y coordinar la pastoral vocacional y velar  por la formación de los futuros sacerdotes, que nombra para ello un equipo que dirige el seminario.  Los presbíteros, por su parte, han de colaborar con el testimonio de su entrega generosa y con un gran celo evangelizador. Los diáconos harán presente particularmente la dimensión de servicio. Los miembros de la vida consagrada ponen de manifiesto la primacía de Dios a través de la vivencia de los consejos evangélicos.

Los fieles laicos tienen también una gran importancia en la tarea de las vocaciones, especialmente los catequistas, los profesores, los educadores, los animadores de la pastoral juvenil. También hay que implicar a los numerosos grupos, movimientos, asociaciones de fieles y realidades eclesiales. Por último, es preciso promover grupos vocacionales cuyos miembros ofrezcan la oración y la cruz de cada día, así como el apoyo moral y los recursos materiales necesarios. La familia cristiana tiene confiada una responsabilidad especial, puesto que constituye como un «primer Seminario».

No es una tarea fácil y menos en la época que nos ha tocado vivir, tan compleja y apasionante a la vez. Para poder descubrir la voluntad de Dios es necesario un discernimiento de los signos presentes en el camino de la vida. Hay que analizarlos a partir de la oración y la reflexión, en un contexto comunitario-eclesial, desde la libertad personal y desde la recta intención. Es preciso superar dos tentaciones: la de presionar a la persona para que siga nuestra voluntad en lugar de ayudarle a descubrir la voluntad de Dios; y la contraria, que consiste en excluir cualquier tipo de propuesta vocacional por miedo a condicionar su libertad.

En este proceso de discernimiento no hay que esperar manifestaciones extraordinarias o acontecimientos espectaculares, más bien hay que estar atentos a los signos que tienen lugar en medio de la vida cotidiana. La voz del Señor se suele expresar de un modo interior, llamando en la profundidad del alma humana, atrayendo en lo más hondo del corazón, o de modo exterior y visible, a través de las mediaciones humanas que el Señor disponga en su providencia.

3.      Andar en verdad

Nos encontramos en plena celebración del Año Jubilar Teresiano, declarado por el santo padre Francisco con ocasión del quinto centenario del nacimiento de santa Teresa. La santa abulense habla del camino de perfección y de las armas y pertrechos que necesitamos para recorrerlo. Una de ellas es la obediencia humilde. Ella, tan dotada por el Señor de cualidades naturales, de virtudes y de gracias extraordinarias, siempre buscaba la opinión de alguna otra persona para confirmar los dones que Dios le concedía. Así encontraba seguridad y quedaba tranquila. Por eso es tan importante para todo cristiano en el camino de perfección y también en el camino sacerdotal el acompañamiento espiritual, la experiencia y el consejo de alguien con capacidad para guiar y para ayudar a que fructifiquen los dones recibidos y también a discernir en medio de las situaciones concretas y las vicisitudes personales.

Es de gran importancia la colaboración de personas que nos ayuden a no caer en la mentira, en la falsedad, en la doble cara, en el autoengaño. Que nos ayuden a vivir con firmeza, con consistencia, con coherencia, a fundamentar la vida en Dios, a entrar por el camino de la verdad y la humildad. La humildad sitúa a la persona en la verdad y la libra de la vanidad y de la soberbia; en el fondo, no es más que una actitud realista e inteligente, la actitud lógica que tiene la criatura ante Dios, su Creador, la conciencia de su absoluta contingencia. El humilde reconoce que todo lo ha recibido de Dios y que no es nada por sí mismo, por eso no se siente nunca superior a los demás, porque si tiene alguna cualidad, sabe que no es suya, es don de Dios para el servicio de los hermanos.

¡Qué importante y qué difícil! ¿Cómo aprenderla, cómo entrar por caminos de humildad? El camino se aprende sobre todo desde la contemplación de Cristo Redentor y de su humillación hasta la muerte en cruz; desde la conciencia clara de que todo progreso espiritual es gracia de Dios, que resiste a los soberbios y enaltece a los humildes. Santo Tomás de Aquino recuerda que la humildad quita los obstáculos para la virtud porque expulsa la soberbia, a la que Dios resiste, y hace al hombre someterse al influjo de la gracia divina. Por eso no es una virtud más entre las muchas que debemos practicar; en la construcción de la vida espiritual tiene razón de fundamento.

El crecimiento en la vida cristiana y en nuestra vida sacerdotal sólo puede tener lugar en la verdad, porque Dios siempre santifica en la verdad (cf. Jn 17,17), y donde no hay humildad no hay tampoco verdad y, por consiguiente, no puede haber santificación posible. Santa Teresa de Jesús lo explica con lucidez: «Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y me puso delante esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad; que es verdad muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira».

Final

Benvolguts Albert i Emmanuel. En el salm hem cantat: “Aquí em teniu, Déu meu, vull fer la vostra voluntat”. Busqueu sempre la voluntat de Déu, sense condicions ni reserves de cap mena. En aquest camí no estem sols perquè anem de la mà de Maria, la Mare i Mestra, la humil serventa del Senyor, la que va respondre a l’Àngel: “Que es faci en mi segons la vostra voluntat”. Ella us acompanyarà al llarg de la vostra vida i del vostre ministeri. Que ella intercedeixi perquè visqueu configurats a Crist Bon Pastor, obeint la voluntat del Pare i estimant les ovelles encomanades fins a donar la vida. Que així sigui.