Carta de los obispos de Cataluña en el Año de la Vida Consagrada

Adviento de 2014

 

En Adviento de 2014, convocados por el Santo Padre Francisco, iniciamos la celebración en toda la Iglesia universal del Año de la Vida consagrada y los Obispos de Cataluña queremos acompañar al Pueblo de Dios, las parroquias, comunidades religiosas, movimientos e instituciones de nuestras Iglesias diocesanas, para que este tiempo de reflexión y de gracia sea un paso adelante en la conversión y la renovación espiritual y apostólica, tan fundamentales para la nueva evangelización.

 

Acción de gracias

 

Cuando contemplamos en una visión de conjunto la cantidad y diversidad de comunidades religiosas presentes en nuestras Iglesias diocesanas, tantas Congregaciones que en Cataluña tienen sus orígenes, y el paso de los santos que tan fuertemente han marcado nuestra tierra, el primer sentimiento que aflora en nosotros es de acción de gracias a Dios. Monasterios, casas de espiritualidad y de ejercicios, escuelas, hospitales, residencias de ancianos, apoyo y colaboración en muchas parroquias y movimientos, presencia activa en barrios y pueblos, atención a personas marginadas y excluidas, instituciones universitarias y culturales, colaboración pastoral en las prisiones, soporte activo en las Cáritas diocesanas, los misioneros y misioneras en el tercer y cuarto mundo... representa todo ello un gran don del Espíritu, que evangeliza, transforma y humaniza nuestra sociedad.

 

Esta acción de gracias a Dios la hacemos extensiva a todos los consagrados, religiosos y religiosas, monjes y monjas, contemplativos, vírgenes y laicos consagrados, miembros de sociedades de vida apostólica y de institutos seculares, ermitaños y ermitañas, vírgenes consagradas, y a todos los que, imitando a Cristo y sirviéndole, enriquecen la Iglesia con su vida entregada por amor a Dios y a los hermanos, y que oran, trabajan y buscan caminos de evangelización en nuestro mundo.

Hoy en día constatamos también, con gozo y agradecimiento, la notable colaboración de muchos laicos, hombres y mujeres, que incluso ocupan lugares de responsabilidad en instituciones religiosas o colaboran de muchas maneras con las comunidades y obras apostólicas de los consagrados. Los carismas de las fundaciones al servicio de la vida consagrada se extienden y amplían a muchos niños, jóvenes, hombres y mujeres que los acogen y les dan nueva fecundidad.

 

También valoramos el buen entendimiento y afecto con los obispos, presbíteros y diáconos, de manera que el cuerpo apostólico de la Iglesia, se muestra cordialmente unido por los lazos de comunión que muestran la unidad en la variedad de carismas que el Espíritu Santo reparte generosamente.

 

La vida religiosa y la evangelización

 

Estas constataciones positivas son también estimulantes para ir superando algunas limitaciones, provocadas en gran parte por la disminución de las vocaciones. El Papa Francisco invita a la comunidad cristiana a renovarse para emprender la «evangelización» que ya potenciaron sus antecesores. En una época como la nuestra, marcada por un fuerte sentido de secularización y de relativismo, de individualismo y fragmentación, la Iglesia se reconoce portadora de un mensaje de vida y de salvación, que es una verdadera esperanza para la humanidad. Debemos ir superando todo tipo de mundanidad, divisiones, cansancios y críticas negativas que pueden frenar los ánimos y la esperanza. Y nos urge encontrar las propuestas pastorales más adecuadas para el momento actual, para anunciar el Evangelio de forma creíble y auténtica, sirviendo la paz, la justicia, la fraternidad, la espiritualidad y el respeto a los hombres y mujeres de otras religiones y culturas.

 

La vida consagrada está llamada a aportar esta visión universal y global, ya que está establecida en muchos países de culturas muy diversas. La aportación de universalidad que hacen presente los consagrados y las consagradas es fundamental en el proceso actual de evangelización.

 

Para afrontar la misión evangelizadora hoy, los consagrados, además de la siempre necesaria conversión personal, están llamados a fortalecer –como algunos ya están haciendo– la comunión entre congregaciones e institutos con carismas similares, para ayudarse a mantener obras y misiones.

 

En Evangelii Gaudium, el Papa llama a «recuperar la frescura original del Evangelio», para hacer brotar «nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual» (EG 11). Nos llama a una pastoral en clave de misión, con audacia y creatividad (cf. EG. 33), y pide expresamente hacer la propuesta evangelizadora desde el corazón del Evangelio, cuyo núcleo es la misericordia. Este núcleo es la fuente de la que brota la «alegría» (gaudium) que debe acompañar siempre al evangelizador y por eso la Iglesia –y cada persona en ella– debe ser y aparecer como portadora de esta experiencia de misericordia.

 

Precisamente el 16 de agosto de 2014, en Corea, el Papa decía a los miembros de la Vida Consagrada: «Sea que el carisma de su Instituto esté orientado más a la contemplación o más bien a la vida activa, siempre están llamados a ser “expertos” en la misericordia divina. Sé por experiencia que la vida en comunidad no siempre es fácil, pero es un campo de entrenamiento providencial para el corazón. Es poco realista no esperar conflictos: surgirán malentendidos y habrá que afrontarlos. Pero, a pesar de estas dificultades, es en la vida comunitaria donde estamos llamados a crecer en la misericordia, la paciencia y la caridad perfecta... La experiencia de la misericordia de Dios, alimentada por la oración y la comunidad, debe dar forma a todo lo que ustedes son, a todo lo que hacen».

 

El testimonio de la vida de los consagrados es un bien precioso para toda la Iglesia como lo es también su desprendido trabajo en bien de toda la sociedad. Actualmente esta donación generosa de los consagrados que viven un compromiso en los diversos campos donde les lleva la vivencia de su carisma, recibe un merecido reconocimiento, así como también el testimonio gozoso de los monjes y monjas que brota de la contemplación auténtica y de una vida comunitaria que muestra la belleza del amor fraterno. El papa Francisco ha dicho a los consagrados y a los presbíteros: «No tengáis miedo de mostrar la alegría de haber respondido a la llamada del Señor, a su elección de amor, y de testimoniar su Evangelio en el servicio a la Iglesia».

 

El anuncio del Evangelio, también por parte de los consagrados, debe ir acompañado con la autenticidad de vida y con la coherencia con los consejos evangélicos que han marcado siempre la vida religiosa. Los fundadores de todos los tiempos han dado pruebas con su vida y con sus palabras, del amor intenso a la Iglesia y a todos los hombres, especialmente a los más pobres.

 

Esta solidaridad con los débiles continúa siendo hoy particularmente urgente y significativa para contribuir a humanizar la «sociedad del bienestar» y es para el mundo la señal y la garantía de la «Buena Nueva» que anunciamos como un hecho (Gaudium et Spes, 26).

 

Muchas congregaciones religiosas se dedican a la enseñanza de los niños y jóvenes y son titulares de numerosas instituciones educativas que han realizado un bien inmenso en la educación de un gran grupo de generaciones de hombres y mujeres de nuestro país.

 

Animamos a las escuelas cristianas, como instituciones eclesiales que son, a hacer hoy una aportación específica en la nueva evangelización y les pedimos que ofrezcan a los alumnos una educación que sea esencialmente evangelizadora, teniendo presente que el elemento característico de la escuela católica consiste en «crear en la comunidad escolar un ambiente animado por el espíritu evangélico de libertad y de caridad» (Concilio Vaticano II, Gravissimum educationis 8).

 

La vida religiosa y la espiritualidad

 

En el marco general pastoral y evangelizador, es necesario que los religiosos y religiosas potencien la espiritualidad como una de las aportaciones más urgentes en el momento que vive nuestra sociedad. Las órdenes y congregaciones religiosas tienen una larga tradición espiritual que tomó impulso de renovación en el Concilio Vaticano II, cuando propuso ir a las raíces y a los carismas fundacionales, y «reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy» (cf. Vita Consecrata, 37).

 

Esta fue una muy sabia y acertada medida del Concilio Vaticano II que ha ayudado a la puesta al día y a la renovación de la vida religiosa. Por ello damos gracias a Dios y queremos que éste sea un gran distintivo de la vida consagrada hoy: hacer memoria del Amor de Dios, de su misericordia y amor preferencial por los más pobres y necesitados, y mostrar la alegría que obtiene aquel que se entregado del todo, sin esperar nada a cambio, al Amor de Dios, que se ha revelado de forma plena en la persona de Cristo.

 

Existe hoy un anhelo notable de espiritualidad en muchos sectores de la sociedad. Hay que trabajar y profundizar en la auténtica oración cristiana, en nuestras tradiciones y estilos espirituales, bien fundamentados en el Evangelio, para que la propuesta cristiana se haga presente de forma humilde pero a la vez más comprensible y accesible para las nuevas generaciones.

 

Nuevas oportunidades

 

El Año de la vida consagrada es, pues, una gran oportunidad de renovación y de fortalecimiento de la comunión eclesial. El trabajo en los pueblos y los barrios, en los hospitales, escuelas, universidades y otras instituciones importantes de la sociedad no nace únicamente de una ética racional, fundamentada en los derechos humanos y el altruismo, sino que se inspira y participa del seguimiento de Jesús vivido en la comunión de la Iglesia, que sabe mostrar en las fuentes espirituales y comunicar a nuestros hermanos y hermanas tanto bien recibido. Nuevas oportunidades de evangelización se abren hoy para una espiritualidad que fundamenta y mueve la acción y el servicio. Todo el Pueblo de Dios y la sociedad donde vivimos arraigados, necesita que los consagrados y las consagradas sean muy fieles a los carismas recibidos y a las promesas hechas en su profesión, y den un testimonio auténtico y creíble de su fe y de su amor.

 

«Hay que servir el vino nuevo en odres nuevos», aconseja a los consagrados el papa Francisco. Conviene discernir la calidad y el sabor del «vino nuevo» que hemos recogido en estos últimos tiempos de renovación de la vida consagrada en la Iglesia y evaluar las actuales instituciones, por si son suficientemente adecuadas para contener este «vino nuevo». Como recuerda el Papa, «no debemos tener miedo de dejar los ‘odres viejos’, y renovar los hábitos y estructuras que, en la vida de la Iglesia, y por tanto, también en la vida consagrada, ya no responden a lo que Dios nos pide hoy para que su Reino avance en el mundo» (Discurso del 27.11.2014). Y hay que tener presentes los criterios a seguir en la ardua tarea de evaluar el vino nuevo y comprobar la calidad de los odres, entre los que cabe destacar la originalidad evangélica de las opciones, la fidelidad al carisma, la primacía del servicio, la atención a los más pequeños y frágiles, y el respeto por la dignidad de la persona. Será el Espíritu Santo quien nos conducirá a todos hacia la mayor fidelidad a Dios, imitando en todo la fidelidad y la entrega de su Hijo amado, en quien el Padre se complace.

 

Nos encomendamos a la Virgen de Montserrat, para que desde su santa montaña, espacio de oración, alabanza, encuentro y peregrinación, nos ayude a todos a ser más fieles al amor a Dios y al prójimo, que es lo fundamental de la vida cristiana. Y que la Virgen sostenga a todos los consagrados y consagradas para que, renovando con gozo en este Año su «sí» a Dios, como el de María, den el buen testimonio de la felicidad que brota de un corazón totalmente consagrado a Dios, que atraerá el mundo hacia la alegría de la fe y lo humanizará en la justicia,  la fraternidad, la esperanza y el amor.

 

Los Obispos de Cataluña

 

30 de noviembre de 2014,

 

 

Inicio del Adviento y del Año de la Vida consagrada