Mons. Saiz Meneses felicita la Pascua a sus diocesanos

En esta fiesta de Pascua del Año de la Fe se nos invita a  `profesar nuestra fe’ al decirnos: “En este año, las comunidades religiosas así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el Credo” (Porta fidei, n. 8). Hagámoslo así. Y un día especialmente adecuado para dar un especial relieve a la profesión de fe puede ser este día de Pascua, después de la renovación de las promesas del bautismo.

Para este día he escogido unas reflexiones a partir de la secuencia que se lee antes del Evangelio de la solemnidad pascual. Es una bella pieza, inspirada en los relatos evangélicos y de la que conocemos su autor, Wipo de Borgoña (990-1050), capellán de la corte del emperador romano-germánico Conrado II y del hijo de éste, Enrique III.

Lo primero que destaca esta secuencia es la interpretación teológica de la resurrección de Jesucristo. “Lucharon vida y muerte/ en singular batalla,/ y, muerto el que es la Vida,/ triunfante se levanta”. Y también esta otra interpretación muy ajustada teológicamente. “Cordero sin pecado/ que a las ovejas salva./  A Dios y a los culpables/ unió con nueva alianza”.

La resurrección de Cristo no se sitúa en la intemporalidad del mito, sino que se sitúa como un acontecimiento en la historia y con unos testigos cualificados. Es muy bella la pregunta que el autor de la secuencia dirige a María Magdalena, la primera testigo de la resurrección: “¿Qué has visto de camino,/ María en la mañana”. Y la respuesta: “A mi Señor glorioso,/ la tumba abandonada,/ los ángeles testigos, sudarios y mortaja./ ¡Resucitó de veras/ mi amor y mi esperanza”.

La Pascua es una esperanza para toda la creación, porque Cristo es el primogénito de un mundo futuro en el que ya no habrá muerte: “Primicia de los muertos,/ sabemos por tu gracia/ que estás resucitado; la muerte en ti no manda”.

Esta secuencia nos anuncia que el final de la historia humana  no serán las angustias de la pasión, sino la gozosa convivencia de Galilea, en el descanso y la paz de Dios. “Venid a Galilea,/ allí el Señor aguarda;/ allí veréis los suyos/ la gloria de la Pascua”. ¡La gloria de la Pascua! ¡Que bella expresión! En ella resuena la enseñanza de Pablo que, según algunos, recoge un himno o una profesión de fe de los primeros cristianos: “Por eso, (por haber pasado Jesucristo por la inmolación y el abajamiento de la cruz) Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble – en el cielo, en la tierra y en el abismo- y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre” (Flp 2,6-11)

En esta, como en otras secuencias, que al parecer tienen su origen en la liturgia monástica, se expresa también la piedad cristiana, transida de confianza y de esperanza. Esta piedad se hace hecha plegaria, en las palabras finales: “Rey vencedor, apiádate/ de la miseria humana/ y da a tus fieles parte/ en tu victoria santa”.

Con este deseo y esta plegaria, deseo a todos una santa y gozosa Pascua de Resurrección, en la gloria de la Pascua, que es la gloria de Cristo nuestro Salvador.

 

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa