Hasta el 28 del pasado mes de febrero la barca de la Iglesia estaba guiada por el Papa Benedicto XVI; y a partir del pasado 13 de marzo, el timón está en manos de su sucesor, el Papa Francisco, que es el nuevo obispo de Roma y sucesor del apóstol san Pedro. Pero, a decir verdad, tanto en febrero como en marzo –como en todo tiempo- la barca de la Iglesia, en última instancia, está en manos de Cristo. Y esto es así, siempre y en todo lugar. La espiritualidad del tiempo de Pascua nos invita, de una manera muy especial, a ser conscientes de esta presencia constante de Cristo entre los suyos, en cada comunidad cristiana.
Cristo resucitado, Señor de la vida y de la muerte, Señor de la historia, que se presenta como amigo y como servidor. La lectura evangélica de la misa de este tercer domingo de Pascua es muy bella y muy significativa en este sentido. “Jesús les dice: Vamos, almorzad. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor” (Jn 21, 12).
Mi mayor deseo, en esta Pascua del Año de la Fe, es que todos cuantos nos reunimos para celebrar la eucaristía dominical, “sepamos bien que es el Señor”, el que está entre nosotros. La Iglesia no es ni del papa, ni de los obispos, ni de los sacerdotes; la Iglesia es de Cristo.
¡Qué bello testimonio nos dejó, en sus últimas intervenciones públicas, Benedicto XVI! Hemos de dar gracias a Dios por su gran testimonio de fe. ¡Quiera Dios que haya tocado el corazón de muchos hombres y mujeres de buena voluntad que quizá buscan una luz en medio de la “niebla baja” que tan a menudo nos rodea!
Como los evangelistas, el Papa Ratzinger utiliza las imágenes marineras. En su última catequesis –la del miércoles 27 de febrero, en la víspera de hacerse efectiva su renuncia- confesó que en los casi ocho años con la máxima responsabilidad al frente de la Iglesia se había sentido como san Pedro con los Apóstoles en la barca sobre el lago de Galilea. “El Señor
–dijo- nos ha dado muchos días de sol y de brisa ligera, días en los que la pesca ha sido abundante; ha habido también momentos en los que las aguas estaban agitadas y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia y el Señor parecía dormir. Pero siempre he sabido que en esta barca está el Señor y siempre he tenido presente que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, es suya, y no deja que se hunda; es Él el quien la conduce, desde luego a través de los hombre que ha escogido, porque así lo ha querido. Esta es una certeza que nada puede oscurecer. Dios nunca ha dejado de sostener a toda la Iglesia y también a mí me ha sostenido con su consuelo, su luz y su amor”.
Deseo que este mensaje, tan pascual, acompañe siempre a todos mis diocesanos y a mí mismo.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa