El pasado 11 de octubre ha sido un día memorable para la Iglesia contemporánea. Ese día ha comenzado el Año de la Fe, se han conmemorado los cincuenta años del inicio del Concilio Vaticano II (11 de octubre de 1962) y los veinte años de la publicación por Juan Pablo II del Catecismo de la Iglesia Católica. Además, ha comenzado –desde el 7 de octubre- sus trabajos el Sínodo de los Obispos sobre el tema de La Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Y ese día se celebra también la memoria litúrgica del beato Juan XXIII, el Papa que tuvo la valentía de convocar y abrir el Vaticano II.
En la carta apostólica Porta fidei (n. 4), Benedicto XVI dice que Juan Pablo II publicó este catecismo de adultos “con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y la belleza de la fe”. Recuerda asimismo que este catecismo, que es un “auténtico fruto del Vaticano II”, fue querido por el Sínodo extraordinario de los Obispos de 1985, como instrumento al servicio de la catequesis y que fue realizado mediante la colaboración de todo el episcopado de la Iglesia.
Los símbolos de la fe –que son como un catecismo abreviado- y la elaboración de los catecismos han constituido siempre un gran servicio a la fe. La relación entre el Año de la Fe y el Catecismo del Concilio Vaticano II era lógica y diríamos que casi obligada.
El Vaticano II fue un Concilio sin anatemas, sin condenaciones de herejías o de determinadas doctrinas. En la homilía pronunciada en la misa de la inauguración de los trabajos, Juan XXIII no propuso a la asamblea conciliar la redacción de un catecismo, pero insistió en la necesidad de que la Iglesia, en el
Concilio, se proponía sobre todo difundir positivamente la doctrina cristiana en nuestro tiempo, “mostrando la validez de su doctrina más que condenando las doctrinas falaces”.
Entre otros, existe el precedente del llamado “Catecismo Romano”, o Catecismo del Concilio de Trento, resumen de la doctrina cristiana y de la teología tradicional para uso de los sacerdotes, en especial de los párrocos, que fue redactado a petición del Concilio de Trento por una comisión presidida por San Carlos Borromeo y publicado en 1566, con la aprobación de San Pío V. Más recientemente, Pablo VI, al final del Año de la Fe, de 1967, publicó el llamado “Credo del Pueblo de Dios” (30/06/1968). En treinta breves puntos, Pablo VI, tomando como punto de partida el Credo de Nicea, añadía algunas nuevas formulaciones de acuerdo con las necesidades de nuestro tiempo.
Podemos decir que el Catecismo de la Iglesia Católica es el verdadero Catecismo del Concilio Vaticano II. Así lo propuso Juan Pablo II y así han juzgado teólogos y expertos en catequesis prestigiosos, que han subrayado el valor de esta nueva formulación de la doctrina cristiana, enriquecida con las aportaciones del último de los concilios ecuménicos.
Por ello, el Año de la Fe ha de ser también una ocasión para valorar de nuevo la formación cristiana de los adultos y para reconocer el valor de este nuevo instrumento nacido del Vaticano II y que evidencia que la Iglesia de Jesucristo ha de ser siempre una Iglesia confesante, que recibe, confiesa y anuncia la fe recibida de su Señor y Maestro.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa