En este sexto domingo de Pascua celebramos la llamada Campaña del Enfermo, que se inicia cada año con la Jornada Mundial del Enfermo, colocada el 11 de febrero, festividad litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, y concluye este domingo con la llamada Pascua del Enfermo.
Concluye hoy esta campaña anual, es cierto. Pero no termina el compromiso de la Iglesia peregrina con sus miembros más sufrientes, los enfermos. El lema de la actual campaña es muy expresivo: "Acoger, comprender y acompañar", tres obligaciones de las comunidades cristianas con sus miembros enfermos.
Hay tareas que la Iglesia no puede en modo alguno descuidar. Y una de éstas es su presencia junto a los enfermos, la llamada pastoral de la salud y la enfermedad. El sufrimiento se hace presente, de una u otra manera, en la vida de todos los humanos. El ser humano, en la enfermedad y el sufrimiento, experimenta una de las realidades más hondas de su condición humana, que a menudo tendemos a olvidar: nuestra fragilidad, lo que la filosofía clásica denomina la contingencia.
Ahora bien, los cristianos no nos podemos quedar aquí, por muy cierto que esto sea. La fragilidad del ser humano, experimentada en la enfermedad y el sufrimiento, ha de abrirse a la esperanza cristiana, que tiene su raíz en la Pascua de Cristo, el Señor vencedor del mal, del pecado y de la muerte. Sólo si llegamos a vivir y a comunicar esta gracia, podemos decir que, para nuestros enfermos y para nosotros mismos, hemos iluminado el sufrimiento con la luz pascual y hemos hecho realidad la llamada Pascua del enfermo.
¿Qué queremos significar con esta expresión? El Papa, en su reciente exhortación apostólica El sacramento de la caridad -de la que comento algunos puntos concretos estos últimos domingos-, se refiere a la necesidad de asegurar la asistencia espiritual a las personas que por motivos de salud o de edad, tanto si están en su casa como si están hospitalizadas, no pueden asistir a la misa de su comunidad cristiana. "Se ha procurar que estos hermanos y hermanas puedan recibir con frecuencia la comunión sacramental" (n. 58).
Y a renglón seguido el Papa nos da una clara indicación de lo que ha de significar, en la práctica pastoral, la Pascua del Enfermo: "Al reforzar así la relación con Cristo crucificado y resucitado, podrán sentir su propia vida integrada plenamente en la vida y la misión de la Iglesia mediante la ofrenda del propio sufrimiento en unión con el sacrificio de nuestro Señor". Este ha de ser el objetivo de la atención a nuestros enfermos: ayudarles a vivir su situación en íntima comunión con Jesucristo.
Cuantos vivimos, en algún momento de nuestra vida y en nuestra propia carne, el dolor y la enfermedad, sabemos por propia experiencia la importancia de asumir nuestra realidad con la luz y la gracia de Cristo. Lo mismo nos ocurre cuando la enfermedad y los achaques llegan a nuestros seres más queridos, como me sucede a mí mismo estas semanas en que, en mi familia, vivimos la cada vez más precaria salud de nuestra madre.
El dolor, así vivido en Cristo, nos humaniza a todos, a quienes lo sufren, a quienes los atienden y quienes están junto a los enfermos. El hecho de enfermar trae consigo, inevitablemente, momentos de crisis y una seria confrontación con la situación personal. Y es un aldabonazo a nuestras convicciones, a nuestra fe. Hay santos y santas que salieron como hombres y mujeres nuevos de la experiencia de la enfermedad. Pienso en los casos de san Francisco de Asís y de nuestro san Ignacio de Loyola. Al pasar por esta experiencia descubrieron la verdad sobre sí mismos, la verdad sobre Dios, la verdad sobre Cristo muerto y resucitado.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa