Es realmente difícil que el ser humano no quede admirado ante la belleza de la creación. Para expresar la belleza de las cosas creadas tienen, como nadie, un don los poetas. Entre ellos el mismo san Juan de la Cruz, que he citado en algunos de mis últimos comentarios. Sirva como ejemplo este fragmento de su “Cántico Espiritual!: “Mi Amado, las montañas, / los valles solitarios nemorosos, / las ínsulas extrañas, / los ríos sonorosos, / el silbo de los aires amorosos. / La noche sosegada, / en par de los levantes de la aurora, / la cena que recrea y enamora”.
Se comprende que, según afirman los textos bíblicos, los cielos narran, sin palabras, la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos y desde la hermosura de las criaturas se pueda llegar, por analogía, al autor de tanta belleza. Las primeras páginas del Génesis nos presentan a un Dios admirado de la obra de sus manos. Vio Dios que las cosas creadas eran buenas y bellas al mismo tiempo, como explican los expertos en los estudios bíblicos a partir tanto del término hebreo como del término griego usado en el texto sagrado.
De esta bondad y belleza de la creación se deriva una exigencia de respeto hacia ella. De respeto que es expresión del amor y de la admiración, como se desprende del famoso “Cántico de las criaturas”, de San Francisco de Asís. Actualmente es una actitud compartida por creyentes y no creyentes la preocupación por el deterioro, la degradación, el riesgo incluso de aniquilamiento que se deriva de una interpretación incorrecta del mandato de Dios al hombre de someter la creación y ponerla a su servicio. Dios confió la creación al hombre, pero éste no ha de considerarse un dueño absoluto para usar y abusar de ella, sino un administrador responsable de la misma.
La mentalidad ecológica tiene unas claras raíces cristianas. Santo Tomás de Aquino estableció un principio muy iluminador que formuló diciendo que “la gracia no destruye el orden de la naturaleza, sino que lo perfecciona”. Es sabido que en los documentos recientes de la Doctrina Social de la Iglesia se insiste en la necesidad de preservar la naturaleza y de asegurar un medio ambiente saludable tanto para las actuales como para las futuras generaciones.
Se deriva de estas consideraciones un imperativo ético, una norma de actuación, que consiste en admirar la belleza de la naturaleza y tratarla con un respeto que asegure el uso y disfrute de las presentes y de las futuras generaciones. Esto no conviene que quede en un “buen deseo”, sino que inspire unas actitudes prácticas de respeto, que en el verano, cuando muchos ciudadanos se acercan más a la naturaleza, pueden ser especialmente necesarias.
Como dice Benedicto XVI en su encíclica “La caridad en la verdad”, la naturaleza y el medio ambiente son “un don de Dios para todos, y su uso representa para nosotros una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y para toda la humanidad (…) El creyente reconoce en la naturaleza el maravilloso resultado de la intervención creadora de Dios, que el hombre puede utilizar responsablemente para satisfacer sus legítimas necesidades –materiales e inmateriales- respetando el equilibrio inherente a la creación misma. Si se desvanece esta visión, se acaba por considerar la naturaleza como un tabú intocable o, al contrario, por abusar de ella”. (Caritas in veritate, n. 48).
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa