Comenzamos hoy un nuevo año cristiano. Celebramos hoy el primer domingo de Adviento, el período de cuatro semanas con el que comienza el año litúrgico y nos preparamos para la Navidad. El Concilio Vaticano II, en su constitución sobre la liturgia (SC 35), recomienda que, especialmente en el Adviento y la Cuaresma, se fomente la celebración y el acercamiento de los fieles a la Palabra de Dios, mediante la lectura y meditación de los textos de la Biblia. Los cristianos lo hacemos en todas las celebraciones de la misa, pero también es conveniente hacerlo, sobre todo en este tiempo, con la lectura personal o privada y con la lectura comunitaria, en familia, en los grupos y las asociaciones cristianas. La tradición de colocar una corona de Adviento, que se ha generalizado entre nosotros en los templos y en los hogares, puede ser una ayuda para vivir también este rito en las casas, con los niños.
El centro de nuestras celebraciones será Cristo que viene, que se hace presente. Hacia El hemos de volver la mirada y preparar la celebración de su nacimiento. Nos puede servir de ayuda reflexionar a la luz y siguiendo el ejemplo de lo que en la liturgia de este tiempo llamamos los personajes del Adviento: el profeta Isaías; el precursor, Juan Bautista; y María, la madre, la maestra.
Isaías es el profeta por excelencia del tiempo de la espera; una figura cercana a nosotros y a nuestras expectativas por su deseo de liberación, su deseo de lo absoluto, de Dios; un hombre valiente que pasará su vida en medio de la lucha y el combate; emocionado por el esplendor futuro del Reino de Dios que se inaugura con la venida de un Príncipe de paz y justicia. El profeta Isaías representa especialmente a los profetas que, como dice la Plegaria eucarística IV, tienen el cometido de llevar “a los hombres la esperanza de la salvación".
Juan Bautista es también un profeta de fuego. Asceta y penitente. Juan, como Isaías, se entregó en la misión de suscitar la esperanza en el pueblo de Israel Su predicación es directa y contundente: ”Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos”. Su figura es conmovedora y edificante por el entusiasmo de su predicación, el realismo, la humildad y el amor hacia Aquel de quien no se siente digno de desatar la correa de su sandalia, consciente de que llega el momento de disminuir y que El crezca. Prepara el camino, señala al Mesías y desaparece humildemente.
María es la madre y maestra hacia la que dirigimos la mirada especialmente al comenzar un nuevo Adviento. Ella nos enseña cómo se espera y cómo se prepara la venida del Emmanuel: del Dios con nosotros. Más aún, para aprender también cómo se da al mundo el Salvador. Sobre su disposición profunda, la liturgia del Adviento nos ofrece una perla en el prefacio segundo: "... Cristo Señor nuestro, a quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres. El mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su Nacimiento, para encontrarnos así, cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza". Esperó con un amor de madre inefable, que no se puede explicar con palabras. Seguramente la experiencia de todas las madres que esperan un hijo es inefable. María es también paradigma de esa espera. Fe, esperanza, amor, ocultamiento. Actitud de servicio desde la sencillez.
No faltan quienes, en el pasado y en el presente, quieren marginar a Cristo de la historia. Pero el Adviento nos anuncia, como el arcángel Gabriel a María, que estamos llamados, en la humildad, a dar a Cristo nuestro tiempo y nuestra vida.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa