Al amparo de José y María

            En el domingo después de Navidad la Iglesia católica celebra la Jornada por la Familia y la Vida. Me parece oportuno, en esta jornada, recordar algo de lo que sobre los dos temas nos dijo el Santo Padre en su reciente visita a Barcelona.

 

En la breve alocución a la hora del rezo del Angelus, ante el Pórtico del Nacimiento de Jesucristo, nos recordó lo que podemos considerar como un “pregón navideño”: que Jesucristo, “siendo el Hijo del Altísimo, se anonadó haciéndose hombre y, al amparo de José y María, en el silencio del hogar de Nazaret, nos ha enseñado sin palabras la dignidad y el valor primordial  del matrimonio y la familia, esperanza de la Humanidad,  en la que la vida encuentra acogida, desde su concepción a su declive natural. Nos ha enseñado también que toda la Iglesia, escuchando y cumpliendo su Palabra, se convierte en su Familia. Y, más aún, nos ha encomendado ser semilla de fraternidad que, sembrada en todos los corazones aliente la esperanza”.

 

La esperanza es un tema recurrente en los mensajes de Benedicto XVI y, como se recordará, fue el tema de su segunda encíclica: Spe salvi, “salvados en esperanza”. Es muy significativo que, desde el marco tan navideño de la fachada del nacimiento, quisiera hacer la afirmación de que la familia es la esperanza de la humanidad.

 

Si realmente la familia es la esperanza para los humanos de hoy y de siempre, se siguen de ello unas consecuencias prácticas dirigidas sin duda a los cristianos, pero que también van más allá del ámbito eclesial o confesional.

 

Estas consecuencias prácticas, que el Papa calificó como unos muy deseables “progresos morales”, los recordó en su homilía de la misa de dedicación de la nueva basílica.

 

La primera la formuló así: “La atención, protección y ayuda a la familia, ya que el amor generoso e indisoluble de un hombre y una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento y en su término natural. Sólo donde existen el amor y la fidelidad, nace y perdura la verdadera libertad”. Entre las consideraciones que cabría hacer sobre estas palabras, me limitaré a decir que la ayuda a la familia, en nuestro país, sigue siendo, por desgracia, una asignatura pendiente.

 

La segunda consecuencia fue que “la Iglesia aboga por adecuadas medidas económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena realización, para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado”. A mí me pareció muy equilibrada la visión de la mujer como persona que desea realizarse en su función maternal y también en el trabajo. Es un difícil problema de conciliación entre las exigencias familiares y las laborales, cuestión que es actualmente motivo de debate público.

 

Una tercera consecuencia aludía a dos cuestiones muy relacionadas entre sí. El aborto y el fomento de la natalidad. “Que se defienda –pedía el Papa- la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente”. Es un llamamiento a toda la sociedad y por supuesto a quienes tienen la gran responsabilidad de legislar sobre estas cuestiones. El problema de la baja natalidad en nuestra sociedad está ahí. El Papa se limita a recordar a todos que la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y “apoya cuanto promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar”. Por tanto, no lo propone sólo como compromiso para los creyentes, sino también para todos cuantos sean sensibles al “orden natural” del matrimonio y la familia.

    

 

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa