Durante el año civil que ha terminado se ha celebrado el Año de la Fe, que el Papa Benedicto XVI proclamó para toda la Iglesia antes de su renuncia. Hemos vivido la elección del Papa Francisco y los primeros meses de su servicio a la Iglesia y al mundo, Hemos asistido a sus primeros viajes oficiales dentro de Italia –Lampedusa, Asís- y a su primer viaje internacional, a Brasil, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud.
Se ha especulado con la posibilidad de un viaje del Papa Francisco a Tierra Santa, con motivo de cumplirse los cincuenta años de aquel histórico viaje del Papa Pablo VI a la tierra del Señor durante la celebración del Concilio Vaticano II.
Fue el mismo Pablo VI quien anunció su propósito a los padres conciliares al final de la segunda sesión del Concilio, el 4 de diciembre de 1963. El viaje comenzó el 4 de enero de 1964, hace ahora cincuenta años. El Papa se trasladó, primero a Aman, la capital de Jordania, y después a Israel, donde fue recibido en Meguiddo, localidad próxima a la frontera entre Jordania e Israel. Visitó Jerusalén, Belén y las localidades de Galilea más relacionadas con la vida de Jesús: Nazaret, Caná y especialmente Cafarnaúm.
En vísperas de celebrar –del 18 al 25 de enero- la Semana de Plegaria por la Unidad de los Cristianos, deseo destacar el gran acontecimiento ecuménico que comportó aquel viaje de Pablo VI, el primer Papa que visitaba los lugares y las rutas que siguieron Jesús y san Pedro en su vida sobre esta tierra.
En Jerusalén, y precisamente en el entorno del Huerto de Getsemaní –lugar de la agonía y la plegaria de Jesucristo antes de su pasión- se produjo el encuentro entre Pablo VI y Atenágoras I, patriarca de Constantinopla, cabeza espiritual de las Iglesias orientales llamadas “Ortodoxas”. Era el primer encuentro de dos mundos espirituales alejados – e incluso ofendidos entre sí- desde hacía nada menos que cinco siglos. Estaban tan distanciados que incluso se habían excomulgado mutuamente.
Aquel encuentro fue una gran esperanza de unos nuevos tiempos. Es de justicia recordar a aquellos dos grandes cristianos que comprendieron que el ecumenismo era un verdadero signo de los tiempos. También lo comprendieron los obispos que elaboraron los documentos del Concilio Vaticano II. Hemos de recordar y dar gracias a Dios por este hecho: el Concilio Vaticano II, el 8 de diciembre de 1965, terminó con el levantamiento recíproco de las excomuniones lanzadas entre Roma y Contantinopla cinco siglos antes.
De hecho, era ya un fruto del encuentro del enero de 1964 en Jerusalén. En la declaración final de su encuentro en Jerusalén, Pablo VI y Atenágoras, ponían fin a siglos de silencio entre la cristiandad de Oriente y la de Occidente con estas palabras: “Ambos peregrinos, con la mirada fija en Jesucristo, piden a Dios que este encuentro sea el signo y el preludio de las cosas que han de venir para la gloria de Dios y la iluminación del pueblo fiel. Después de siglos de silencio, ambos se han encontrado ahora en el deseo de realizar la voluntad del Señor y de proclamar la antigua verdad de su Evangelio, confiado a la Iglesia”.
Recemos, pues, por la unidad de manera especial durante la ya próxima Semana de Plegaria por la Unidad de los Cristianos. Y esperemos que aquellas “cosas que han de venir” puedan llegar cuanto antes gracias a la misericordia de Dios y a la buena voluntad de los hombres.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa