El próximo martes es la fiesta de los apóstoles San Pedro y San Pablo. Por este motivo, celebramos en este domingo próximo a la fiesta de los santos apóstoles el Día del Papa, la jornada en que somos invitados a recordar el ministerio del sucesor del apóstol Pedro a través de los siglos, y a rezar por el que actualmente ejerce esta misión en la Iglesia y en el mundo, nuestro querido Benedicto XVI..
Estoy seguro de que el Día del Papa tendrá este año un especial eco en el corazón de muchos, como reacción a los ataques que ha sufrido últimamente desde determinados medios de comunicación. Tales sentimientos se manifestaron en la pasada fiesta de la Ascensión, el 16 de mayo, cuando los movimientos de laicos de Italia entera se concentraron en la plaza de San Pedro, a la hora en que el Papa reza el Regina Coeli, para manifestarle su solidaridad y su afecto.
Quiero que en mi resuenen las palabras que les dirigió Benedicto XVI, ya que expresan una de sus preocupaciones fundamentales en estos cinco años de servicio como obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal: la preocupación por la purificación de la Iglesia. “El verdadero enemigo al que debemos temer –les dijo- y al que debemos combatir es el pecado, el mal espiritual, que a veces, por desgracia, también contagia a los miembros de la Iglesia. Vivimos en el mundo, sin ser del mundo (Ju 17,14). Los cristianos no tenemos miedo del mundo, aunque hemos de estar prevenidos ante sus seducciones. En cambio, hemos de temer al pecado, y por ello debemos estar del todo arraigados en Dios y ser solidarios en todo lo que sea bien, amor y servicio”.
Desde una visión positiva y esperanzada, dijo también a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro: “Esto es lo que vosotros procuráis hacer habitualmente en las parroquias, en las asociaciones, en los movimientos. Servir a Dios y servir al hombre en nombre de Cristo”. Y como buen maestro espiritual, proponía la actitud de espíritu con la que todos debiéramos vivir estos momentos especialmente difíciles para la vida de la Iglesia. “Continuemos juntos con confianza siguiendo este camino, y las pruebas, que permite el Señor, nos han de conducir hacia una mayor radicalidad y coherencia”.
Hemos de rezar por nuestro querido Santo Padre Benedicto XVI. Y hemos de renovar los sentimientos de comunión con aquel que está llamado a “confirmarnos en la fe”. Al mismo tiempo que, me parece, hemos de agradecerle su valentía al reconocer la realidad del pecado en la Iglesia y la necesidad de purificarla. Ya que, como él mismo afirmó contestando a las preguntas de los periodistas en su reciente viaje a Portugal y al santuario de Fátima: “La principal persecución de la Iglesia no proviene únicamente de los enemigos de fuera, sino que nace del pecado en la Iglesia. Y la Iglesia tiene, por tanto, una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender tanto el perdón como la necesidad de la justicia, porque el perdón no sustituye a la justicia”.
Palabras que podemos considerar como verdaderamente programáticas para Benedicto XVI y que manifiestan con claridad que estos son los dos grandes objetivos de su pontificado: por una parte, reavivar la llama de la fe en un mundo que se olvida de Dios y, por la otra, conducir a la Iglesia hacia la purificación y la penitencia en todo lo que sea necesario para que –como él dijo en Fátima- “pueda resplandecer ante los ojos de nuestros contemporáneos la luz de Cristo”.
+ Josep Àngel saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa