Hoy celebramos el Día del Seminario. Os invito a que nos preguntemos: ¿qué le pedimos a un sacerdote de nuestro tiempo? Que viva una espiritualidad profunda, que tenga una sólida formación doctrinal, que no sea un burócrata frío o un pequeño director ejecutivo, sino que tenga por encima de todo un corazón de pastor que da la vida por las ovejas. Uno de los aspectos de ese corazón de pastor que hoy se valora y se reclama es “que sea cercano”. Ciertamente, el sacerdote está llamado a ser instrumento de cercanía de Dios al ser humano, y a la vez ha de ser un hombre cercano con sus hermanos. Su misión es conectar dos realidades aparentemente separadas, el mundo de Dios y nuestro mundo humano. Está llamado a ser mediador, como un puente que enlaza, que lleva al hombre a Dios. Ciertamente, nadie es capaz de cumplir esa misión por sí mismo, es Dios quien toma la iniciativa y llama. El sacramento del orden manifiesta la cercanía de Dios a los hombres, y por parte del sacerdote, la respuesta positiva a la llamada y la disponibilidad para ser instrumento de esta cercanía.
El sacerdote debe ser un “hombre de Dios”, que vive la configuración con Cristo como el centro que unifica todo su ministerio y toda su existencia. Un verdadero oyente de la Palabra, con una intensa vida de oración y que deviene un maestro de oración. Tanto su vida como su acción pastoral están centradas en la Eucaristía, y es en la celebración eucarística donde expresa e intensifica su unión con Cristo, actualiza su ofrecimiento al Padre y recibe la gracia para renovar e impulsar su ministerio, para estrenarlo cada día. Sus ojos, su corazón, su vida entera está fija en Dios, hablando a Dios de los hombres y a los hombres de Dios, para poder guiar a sus hermanos hasta Dios.
Por otra parte, el sacerdote debe ser muy humano, verdaderamente humano. Ser de Dios, estar con Dios, y ser realmente hombre, según la voluntad de Dios, según su designio creador. Vivir cerca de Dios y de los hermanos, no alejarse de las ovejas sino ser cercanos al pueblo de Dios. Jesús nos da el mayor y mejor ejemplo. Primero por el hecho de la encarnación, haciéndose en todo igual a nosotros, excepto en el pecado. A lo largo de su vida, compartiendo, escuchando, acogiendo a todos, haciéndose cargo de las situaciones de quienes se acercaban a él, compadeciéndose de ellos. La cercanía más grande es participar realmente en el sufrimiento del ser humano, asumiendo en sí mismo el sufrimiento del mundo, haciéndose uno con cada persona.
La cercanía va acompañada también de alegría y esperanza, del testimonio de una vida plena, de la felicidad del servicio a Dios y a los hermanos, de entrega generosa hasta dar la vida. Jesús no ofreció un sacrificio de algo externo a Dios, sino que se ofreció a sí mismo. El sacerdote hace de su existencia una ofrenda agradable al Padre, un don total de sí mismo siguiendo el ejemplo de Jesús, que «no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por la multitud» (Mc 10, 45). Cerca de Dios, cerca de las personas, en medio de la sociedad, en el tiempo que nos ha tocado vivir, haciendo del servicio a Dios y a los demás el eje central de su existencia, aceptando la voluntad de Dios, ofreciendo la vida en totalidad, gastándose y desgastándose por los hermanos, especialmente por los más pequeños y necesitados.
Pidamos hoy especialmente al Señor por las vocaciones, para que nos bendiga con sacerdotes santos y sabios, cercanos y sencillos, a imagen del Buen Pastor.
+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa