La campaña de Manos Unidas de este año apunta de una manera especial a lo esencial, al compartir, a la solidaridad. Conviene recordar que el punto de partida de nuestra acción caritativa y social es previo tanto a la búsqueda de soluciones concretas como a la elaboración de proyectos para la promoción de personas y pueblos; y también precede a la denuncia profética de los males estructurales. Jesús comienza su predicación haciendo una llamada a la conversión « El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva » (Mc 1, 15).
La llamada a la conversión se refiere a una dimensión personal e interior, y también a la dimensión exterior, de las relaciones humanas, interpersonales. Es una llamada a la conversión personal y a la conversión social. Ahora bien, ¿cómo podremos verificar esa conversión social? La respuesta está en el hecho de que ambas dimensiones muestran sus frutos en la transformación que se ha de producir en las relaciones humanas, en el ámbito de la sociedad. En los libros de los Profetas encontramos textos iluminadores: "¿No es éste el ayuno que quiero: desatar las cadenas inicuas, romper las ataduras del yugo, volver a liberar a los oprimidos y deshacer todo tipo de sometimiento? ¿No consiste acaso en compartir el pan con el hambriento, en meter en la propia casa a los que carecen de techo, en el vestir a quien veas desnudo?" (Is 58, 6-7). También en la parábola del juicio final: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).
Además de la llamada a la conversión, tiene lugar una llamada a la promoción de las personas y de los pueblos, al desarrollo. Es una vocación para todo cristiano. Todos y cada uno de los seres humanos están llamados a crecer, a desarrollar los dones recibidos, en primer lugar orientando la vida hacia Dios, y también desde su pertenencia a la Iglesia y a la humanidad. Somos herederos de lo que nos han legado las generaciones anteriores y estamos llamados a aportar nuestra colaboración al desarrollo de la familia humana haciendo fructificar los talentos y capacidades que Dios nos ha dado, al servicio de los demás, sintiendo muy viva la llamada al desarrollo social.
En nuestro mundo globalizado, cada vez somos más conscientes de la interdependencia que hay entre personas, instituciones y pueblos. Dicha interdependencia reclama como respuesta una actitud moral y social, una virtud que llamamos solidaridad. En palabras de san Juan Pablo II, es la “determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos (…) La Iglesia, en virtud de su compromiso evangélico, se siente llamada a estar junto a esas multitudes pobres, a discernir la justicia de sus reclamaciones y a ayudar a hacerlas realidad sin perder de vista al bien de los grupos en función del bien común”. Para ello hay que reconocer al “otro” como persona, sentirse responsable de los más débiles, luchar por la justicia y estar dispuesto a compartir los bienes con ellos.
El prójimo, contemplado desde los ojos de la solidaridad, no es simplemente un ser humano con sus derechos y deberes correspondientes y su igualdad fundamental, sino que se convierte en alguien que ha sido creado a imagen de Dios, que ha sido redimido por Jesucristo y que ha sido puesto bajo el dinamismo renovador del Espíritu Santo. Por consiguiente, debe ser amado con el mismo amor con que es amado por el Señor. La máxima expresión de solidaridad es la vida y misterio de Jesús de Nazaret , la Palabra eterna de Dios que se encarnó y habitó entre nosotros, asumiendo una naturaleza igual en todo a la nuestra excepto en el pecado. El prójimo no es un extraño, es mi hermano.
+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa