En este primer domingo de julio, celebramos una jornada de aquellas cuya finalidad va mucho más allá del ámbito de las comunidades cristianas. Quizá a algunas personas les pueda sorprender que la Iglesia se preocupe por el tráfico, ya que la jornada tiene precisamente este título: Jornada de responsabilidad en el tráfico. La palabra responsabilidad sin duda nos indica ya la razón por la que la Iglesia promueve esta jornada. Se trata de invitar a los cristianos, y a todos aquellos que quieran atender a este mensaje de la Iglesia, a conducir y conducirse en todo momento con sentido de responsabilidad.
Si tuviéramos que buscar una razón para justificar que la Iglesia hable, un domingo al año, de la moral del tráfico, bastaría el hecho de las cifras de personas fallecidas cualquier fin de semana, cifras que aumentan dramáticamente cuando coinciden varios días festivos o en fechas en las que tradicionalmente se multiplican los desplazamientos. Decía un conocido periodista que se trata de un hecho dramático al que parece que ya nos hemos acostumbrado y no le damos la importancia que tiene, por las personas que pierden la vida y por las personas que quedan afectadas en sus capacidades, a veces de por vida. No nos podemos acostumbrar a este hecho como si fuese una fatalidad inevitable. ¡Cuántas familias rotas! ¡Y cuántas vidas truncadas!
No es, desde luego, un problema que pueda o que deba resolver la Iglesia. Las autoridades sienten este problema y trabajan para solucionarlo de la mejor manera posible. Los ciudadanos, por su parte, han de juzgar -sobre todo a través de los medios de comunicación social- sobre la oportunidad, la necesidad y la eventual mejora de las medidas orientadas a incrementar la seguridad vial.
Pero la Iglesia puede hacer una aportación educativa, también en este ámbito. La fe -como nos recordó el Concilio Vaticano II- no puede separarse de la vida. La fe nos ilumina el camino de la vida con unas verdades, pero de esas verdades se derivan unas normas de buen hacer. En todos los ámbitos de la vida. Los estudiosos suelen expresar este pensamiento con pocas palabras pero apodícticas: la ortodoxia -la recta concepción de lo que hay que creer- no puede separarse de la ortopraxis -o sea, el recto proceder derivado de la misma fe.
El lema escogido para la jornada de este año, que promueve el llamado Apostolado de la Carretera, o Pastoral del Tránsito- es: "Responsables desde niños". Se centra, por tanto, en la educación desde los primeros años. Se impone una pedagogía continuada de la persona, en todas las edades, en la responsabilidad en el tráfico para la prevención de accidentes. Tanto de los conductores como de los peatones. Porque tanto unos como otros pueden cometer imprudencias. El tráfico es una cuestión moral de primer orden. Y se hace necesaria una educación vial ya desde la escuela. Ya se trabaja en ello, por lo que he leído del trabajo de algunos expertos en esta cuestión.
El concilio Vaticano II, en la constitución pastoral Gaudium et Spes, sobre la Iglesia y su misión en el mundo actual, habla explícitamente del problema del tráfico, con motivo de los accidentes, a veces provocados por un fallo básicamente de orden moral: "Otros tienen en muy poco ciertas reglamentaciones de la vida social, por ejemplo las normas sanitarias o el código de la circulación, no cayendo en la cuenta de que con tal descuido ponen en peligro su vida y la de los demás" (GS 30). La educación de los niños y niñas en el buen conducir y el buen conducirse depende en buena parte de las actitudes que ellos y ellas vean en los adultos de hoy. Por esto esta jornada es una llamada a la responsabilidad sobre todo de los adultos, aunque su intención sea lógicamente la educación de las nuevas generaciones en la seguridad vial.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa