Pentecostés representa el inicio de la misión de la Iglesia, mediante el impulso y la gracia del Espíritu Santo. Pentecostés es la manifestación de la Iglesia, don de Cristo al mundo, fruto de su inmolación en la cruz. Pentecostés marca también la jornada de la misión de los seglares en la comunidad eclesial.
La Pascua de la comunicación del Espíritu Santo –popularmente conocida como la “Pascua granada”- es el fruto de la redención de Cristo, que tiene lugar por obra de su muerte y en su resurrección. San Ireneo de Lyon –uno de los grandes testigos de la fe de las generaciones próximas a los apóstoles- dice que Jesucristo y el Espíritu Santo son como “las dos manos de Dios Padre”, operantes para la salvación del mundo, para retornar la creación entera, liberada del pecado, al designio primero de Dios. Y un himno de la Iglesia se refiere al Espíritu Santo como “digitus paternae dexterae”, el dedo de la mano derecha de Dios.
El Concilio Vaticano II fue sobre todo el concilio de la Iglesia, completando una visión que había quedado incompleta en los trabajos del Concilio Vaticano I, que tuvo que interrumpirse de forma imprevista por la entrada de las tropas de Garibaldi en Roma por la “brecha de Porta Pia”. Y la visión del último Concilio ecuménico es de una gran riqueza: contempla la Iglesia unida profundamente a Cristo, como su continuación en el tiempo y en el espacio, como el “sacramento de Cristo”.
El mandato misionero del Señor resucitado a los apóstoles tiene su fundamento último en el amor eterno de la Santísima Trinidad y en la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre. Jesús, después de completar nuestra salvación con su muerte y su resurrección, fundó su Iglesia y envió a los Apóstoles por todo el mundo, como Él había sido enviado por el Padre: “Como el Padre me ha enviado a mi, también yo os envío a vosotros” (Jn 20,21).
Pentecostés nos invita, pues, a renovar nuestro amor y nuestro compromiso con la Iglesia, cada uno según su propia vocación y el ministerio que en ella haya recibido. Nos invita a “sentir con la Iglesia”, lo cual es una de las expresiones de nuestro amor a ella.
El Papa Pablo VI, beatificado el pasado 19 de octubre, está presente en nuestra memoria por su gran sentido de la Iglesia, por su gran amor a la Iglesia, por su proximidad a los teólogos del misterio de la Iglesia, como Journet y Congar. Con ocasión de su fallecimiento, ocurrido el 6 de agosto de 1978 en Castelgandolfo, se dio a conocer un escrito de su puño y letra titulado “Meditación sobre la muerte”, su testamento espiritual, en el que escribe: “Ruego al Señor que me dé la gracia de hacer de mi muerte próxima un don de amor para la Iglesia. Puedo decir que siempre la he amado, fue su amor quien me sacó de mi mezquino y selvático egoísmo y me encaminó a su servicio y para ella, no para otra cosa, me parece haber vivido. Pero quisiera que la Iglesia lo supiese; y que yo tuviera la fuerza de decírselo como una confidencia del corazón que sólo en el último momento de la vida se tiene el coraje de hacer”.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa