Constancia en el amor y en el servicio

            Este domingo celebramos el bautismo de Jesús en el río Jordán. Hoy es el último día del tiempo de Navidad. Aquel niño que adorábamos en Belén con los ángeles y los pastores, aquel niño que, junto a su madre María, se manifestaba a los reyes magos que venían de tierras lejanas guiados por una estrella, hoy lo contemplamos ya como un hombre adulto, que se acerca al Jordán, con todos los que querían recibir el bautismo de conversión que Juan predicaba.

               Y allí, en aquel ambiente de fe, Dios manifiesta públicamente que Jesús es su enviado, su Hijo. Y Jesús comienza  desde aquel momento su misión. El primer volumen del libro de Benedicto XVI sobre nuestro Señor comienza precisamente con el bautismo en el Jordán, aunque anuncia que en el segundo volumen tratará también de los hechos relativos a la infancia de Jesucristo.

            Juan reconoce que Jesús es el Mesías. Y su mesianismo ha de realizarse con las actitudes del “Siervo de Yahvé” (Isaías 42,1); que cumplirá su misión con la donación total de su vida, que prefigura ya su muerte y su resurrección, llevando a la plenitud la justicia y el perdón de Dios: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.

            Jesús no realizará su mesianidad por los caminos del poder y la imposición, sino por los caminos del amor y el servicio. “Amar y servir en todo”. Esta sentencia de San Ignacio de Loyola cuadra muy bien y expresa de forma sintética el mesianismo de Jesucristo. Jesucristo es el “Siervo sufriente”, que dará su vida en rescate por los pecados del pueblo. Este tema lo glosa admirablemente el profeta Isaías, en sus capítulos 42 a 53, llamados con justicia “el Evangelio del Antiguo Testamento”.

            Y los cristianos no tenemos otro mesianismo. Esta es la importancia de lo que celebramos hoy: el “misterio” –un acontecimiento con un significado o mensaje salvador- del bautismo de Jesús en el Jordán, que Juan Pablo II colocó como el primero de los “misterios de luz” que él incorporó a la tradicional plegaria del santo rosario.

            En mi carta pastoral para este curso titulada  “Madre de Dios y Madre nuestra” he incluido un apartado que lleva este epígrafe: “Constancia  en el amor y en el servicio”. “Siguiendo el ejemplo de María, habremos de vivir constantes en el servicio”, se dice al comienzo de esa parte del texto.

            En profunda proximidad a la misión de su Hijo, María se define como ”la sierva del Señor”, deseosa de cumplir su Palabra, en respuesta a la misión que Dios le encomienda. El término “sierva del Señor” significa una respuesta de humildad, de sencillez, pero más todavía significa una respuesta de fe, de docilidad a la voluntad del Señor, de amor y de servicio.

            Siempre hemos de iluminar la figura de María desde su vinculación con Cristo, su Hijo. La obediencia y la docilidad de María a los designios de Dios, el servicio materno de María se ilumina desde el servicio redentor de Jesucristo. Y ella nos ayuda a integrar nuestro modesto servicio, cada uno en el lugar al que le ha llevado su vocación en la vida, en el plan de Dios para la salvación del mundo en Cristo.

 

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa