Celebramos hoy la solemnidad de la Santísima Trinidad, y celebramos también en este día la Jornada de la Vida Contemplativa. El lema de este año dice así: «La vida contemplativa. Corazón orante y misionero». En este domingo agradecemos especialmente el corazón contemplativo y misionero de tantos hombres y mujeres que, desde sus claustros y monasterios, dedican su vida a la contemplación del rostro de Dios y a irradiar su luz a lo largo y ancho de la tierra.
El misterio de la Santísima Trinidad es el centro de nuestra fe. Es un misterio que sobrepasa las posibilidades humanas de comprensión, pero Dios mismo ha salido a nuestro encuentro para revelarse, para darse a conocer a través de gestos y palabras como Padre, Hijo y Espíritu Santo, Unidad en la Trinidad, comunión eterna de amor y vida. El Padre da todo al Hijo; el Hijo recibe todo del Padre con agradecimiento, y el Espíritu Santo es como el fruto de este amor recíproco del Padre y del Hijo. Este amor se revela como una inefable comunión de Personas. Este es el misterio fontal y central de la vida cristiana, que debería ocupar la mayor parte de nuestro estudio, de la reflexión y meditación, así como de nuestra oración y contemplación.
El fundamento de la espiritualidad cristiana es el misterio de la inhabitación trinitaria, es decir, su presencia en cada uno de los creyentes. El hecho de que Padre, Hijo y Espíritu Santo nos aman tanto se constituye en el principio ontológico y dinámico de vida nueva para nosotros. Por eso es tan importante y necesario mantener una relación personal con cada una de las Personas divinas. Más todavía, todos los elementos de la vida cristiana deberían de estar referidos a esta relación.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el principio de nuestra vida cristiana. Esto debe reavivar una vida de oración que acoge conscientemente esta presencia interior de Dios; y debe fortalecer el amor en la Iglesia, la actitud de humildad y el gozo constante por la vida nueva en el Espíritu. Para ello necesitamos un corazón sencillo y una inteligencia humilde, que sepa reconocer la grandeza del amor de Dios, que está presente en nuestras almas por su inmensidad, y nos invita a ser dóciles a los impulsos del Espíritu Santo (cf. Gal 4,4-7; Rm 8,14-15). La acción de la Iglesia Universal será eficaz y auténticamente real si brota de este principio sobrenatural.
Los planteamientos espirituales y pastorales que no están fundamentados en la inhabitación de la Trinidad, son incompletos. Se trata de espiritualidades que por omisión, por distorsión o por falta de esperanza se olvidan de lo esencial y se centran casi exclusivamente en los valores éticos del Evangelio sin vincularlos adecuadamente a la realidad y a la relación con las Personas divinas. Son espiritualidades que tienen el peligro de caer en voluntarismos de cualquier tipo, en el neopelagianismo o el neognosticismo que señala el Papa Francisco, y que olvidan, en definitiva, la primacía de la gracia en la vida espiritual y en la acción pastoral.
Hoy rezamos especialmente por la vida contemplativa, que es la voz orante de la Iglesia. Como nos indicaba el papa Francisco, los monjes y monjas, con su oración, posibilitan que la misericordia de Dios llegue a todas las persona necesitadas, como aquellos que en Cafarnaúm superaron todas las dificultades y llevaron al paralítico hasta la presencia de Jesús descolgándolo por el techo y propiciaron de esta manera su curación; o como los brazos alzados de Moisés, que se elevaron para interceder ante el Señor, así se eleva la oración de los contemplativos por el bien de toda la humanidad y la Iglesia.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa