Cristo es la misericordia

ESCUDO EPISCOPAL SAIZ

“Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”. Con esta afirmación comienza la bula de convocación del Jubileo extraordinario de la misericordia que estamos celebrando. En este domingo, además, se lee en el Evangelio la parábola “del buen samaritano”, que usó de compasión y de misericordia con el hombre que encontró en el camino de Jerusalén a Jericó, un hombre que fue atacado por unos ladrones “que lo despojaron,  lo apalearon y lo dejaron medio muerto” al borde del camino.

San Agustín y otros Padres de la Iglesia han interpretado esta parábola desde un planteamiento cristológico. El camino de Jerusalén a Jericó aparece como imagen de la historia universal, el hombre que yace medio muerto al borde del camino es imagen de la humanidad, herida por el pecado, y Nuestro Señor Jesucristo es el Buen Samaritano.

La constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, nos ofrece esta bella síntesis en el número 22: “En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado”.

Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Solidario con el género humano, el Señor experimentó el sufrimiento, el cansancio, el hambre y la sed. Tiene un cuerpo que sufre las torturas del martirio mediante la flagelación, la coronación de espinas y la crucifixión. Él experimenta verdaderamente los sentimientos humanos: la alegría, la tristeza, la indignación, la admiración, y sobre todo, el amor. Los Evangelios relatan sobre todo su amor a los demás, hasta dar la vida. Enseña a los discípulos que "nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos" (Jn 15,13). Llegada la hora de la pasión, "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Da la vida por la salvación de todos.

Jesús manifiesta su solidaridad en primer lugar por el hecho de la encarnación, compartiendo nuestra condición humana, haciéndose hombre como nosotros. Este amor solidario está presente en toda su vida terrena, se manifiesta particularmente con los que sufren, con los cansados y agobiados, y se expresará de manera especial con su sacrificio redentor en la cruz. Es el buen samaritano que viene a salvar, a curar, a llenar de vida: "He venido para que tengan vida, y la tengan abundante" (Jn 10,10). No ha venido a condenar a las personas, sino a salvarlas. El sentido de la vida humana consiste en experimentar la salvación de Dios en Cristo, el amor de Dios, y también en corresponder a ese amor, y compartirlo con los hermanos.

+Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa