Betania es una aldea situada en la ladera oriental del Monte de los Olivos, a unos 2,5 km al este de Jerusalén, en la frontera con el desierto de Judá, siguiendo el camino de Jerusalén a Jericó. En este lugar viven Lázaro, Marta y María, tres hermanos que gozan de una gran amistad con Jesús y que acogen en su hogar al maestro siempre que éste les visita. Es muy significativa la reacción de Jesús ante el mensaje que le envían las hermanas y que leemos este domingo: «Las hermanas le mandaron recado a Jesús, diciendo: -Señor, tu amigo está enfermo. Jesús, al oírlo, dijo: -Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús apreciaba a Marta, a su hermana María y a Lázaro.
El evangelio de san Juan refleja con claridad la amistad de Jesús con esta familia, hasta el punto de que se conmovió y se echó a llorar ante la tumba de Lázaro, en un gesto de compasión hacia las hermanas y de dolor por la muerte del amigo. Jesús se manifestará como resurrección y vida, como Señor de la vida y de la muerte, como el Hijo de Dios, pero a la vez mostrará una gran compasión de corazón, de un corazón divino-humano. Ciertamente, en este episodio del evangelio contemplamos a Jesús como verdadero Dios y verdadero hombre, como el principio de una nueva vida: “Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque muera vivirá” (Jn 11, 25).
El episodio de la muerte de Lázaro y su resurrección nos sitúa también frente al misterio de la muerte, un hecho ineludible en nuestra vida y –según el dicho popular- la única certeza que tenemos al nacer. En nuestra sociedad se ha convertido en un tema tabú, del que se evita hablar, que se debe ocultar todo lo posible, a pesar de que no hay nada más universal y seguro en la existencia humana. La tendencia materialista y consumista tan típica de nuestra sociedad va llevando a vivir de espaldas a este hecho en lugar de considerarlo como lo que es en realidad, el paso a una existencia más plena. Para el cristiano, la muerte es el final de una etapa aquí en la tierra y la llegada a la patria definitiva.
Mientras peregrinamos en este mundo, Cristo es la Vida que da sentido y plenitud a nuestra vida, es el portador de vida enviado por el Padre, que ha venido para dar la vida al mundo. Es el pan de vida, la luz de la vida, que se manifiesta y comunica a través de sus palabras, que se revela y trasmite mediante signos y se otorga a cuantos acogen su revelación y creen en él. Él es la respuesta a la pregunta del ser humano por el sentido de su existencia y de su verdadera salvación. La vida que el hombre recibe por Cristo no es una realidad material, sino una realidad divina, una participación en la vida de Dios, el Padre viviente y origen de toda vida.
Cristo declara: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre». Y pregunta a Marta si cree. Es la misma pregunta que Jesús dirige hoy a cada uno de nosotros. Si la respuesta de Marta fue positiva, también lo ha de ser la nuestra. A pesar de nuestras oscuridades y dudas, a pesar de nuestros tropiezos y caídas, a pesar de nuestras rutinas y flojeras, también nosotros creemos en Cristo. Creemos en él porque sólo él tiene palabras de vida eterna, porque es el único que nos ha amado hasta dar la vida por nuestra salvación, porque sólo en él encontramos una esperanza cierta en esta vida y en la del más allá. Creemos en Cristo, el Hijo de Dios, camino, verdad y vida.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa