De "buenas personas" a "cristianos convencidos".

La carta del 23 de julio terminaba con la intención de proponer algunas reflexiones a los jóvenes de hoy partiendo del episodio del encuentro de Jesús con el “joven rico”. Ahora escribo pensando en los jóvenes creyentes que además son practicantes. El joven rico pertenecería sin duda a este grupo.
 
El joven rico es a todas luces un buen muchacho, una buena persona. Según nos lo describe el relato, parece que, más que interesarse por conocer un ideal de altura, lo que pretendía era una confirmación del estilo de vida que seguía, de lo buena persona que era. Posiblemente esperaba que Jesús le dijera que era suficiente con la vida que llevaba. En el fondo no deseaba más. De otro modo, no se explica que cuando Jesús le ofrece la totalidad, la plenitud a través del dejarlo todo y seguirle, marche triste e incapaz de responder a  la llamada del Maestro.

Otro ejemplo de buena persona, una buena muchacha en este caso, es Santa Teresa de Jesús. Antes de su nueva “conversión” es una religiosa cumplidora, y además brillante y simpática. Pero la vida que lleva no la llena, no es suficiente para ella. También podemos recordar a Pablo de Tarso, a Teresa de Calcuta y especialmente en estos días a Francisco Javier. Eran buenos, majos, pero el encuentro profundo con Cristo produjo en ellos la conversión que les llevó posteriormente a la perfección.

El corazón humano está sediento de felicidad, una sed de felicidad que sólo Dios puede saciar. En ese camino de búsqueda de felicidad y de sentido, el encuentro con Cristo provoca un cambio radical en la vida. Porque la persona que encuentra a Jesús, encuentra el tesoro, y eso produce plenitud y alegría, ese encuentro llena de sentido la existencia. “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel. También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra”( Mt. 13, 44-46).

El hombre de la parábola vende todo lo que tiene para  hacerse con el tesoro o con la perla. El encuentro con Cristo ha de producir en nosotros un cambio radical, una conversión profunda. Y hay que empezar venciendo una tentación inicial consistente en  pensar que el “dejarlo todo” es una utopía inalcanzable, un imposible. En realidad no es tan difícil y de sobras es conocida la experiencia de que cuando uno se enamora locamente de otra persona es capaz de renunciar a “hobbies”, caprichos, posesiones, etc., sin dificultad, sin que cueste especialmente, porque todo ello en conjunto tiene poco valor comparado con la fuerza del nuevo amor. Sólo un encuentro en profundidad con Cristo en la fe, la esperanza y el amor, hecho posible por la gracia de Dios, puede ser la base de aquel cambio de vida que logre que muchos jóvenes que son “buenas personas” pasen a ser unos “cristianos convencidos”. Volveré sobre este mismo tema.

+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa