La semana pasada concluíamos nuestra reflexión afirmando que el encuentro con Cristo cambia la existencia, la hace nueva, la transforma, le da plenitud, y convierte a la persona en un testigo enviado a anunciar la Buena Nueva del amor de Dios. Todos estamos llamados a vivir ese encuentro profundo con Cristo que convierte, que cambia totalmente el corazón, dejando que sea el Señor de nuestra vida, viviendo con libertad interior, superando el materialismo y el relativismo reinantes en la sociedad, avanzando por la vida contracorriente de muchas costumbres y modas. Y no sólo estamos llamados a vivirlo, sino también especialmente a testimoniarlo.
La experiencia profunda de fe a la que llamamos encuentro con Cristo, suscita un estilo evangelizador, testimonial, convencido y convincente, que nace de este principio elemental: quien ha encontrado a Cristo, y ese encuentro ha cambiado su vida, no puede reservarse ese tesoro y esa alegría para sí mismo, porque sería pecar de egoísmo; pero es que además resultaría imposible no comunicar y compartir un gozo tan grande que ha cambiado la existencia de una persona. El gozo del encuentro con algo grande que cambia la vida nos impulsa a compartirlo con los demás. Así lo expresa Jesús en el Evangelio y de esa experiencia hemos sido testigos en innumerables ocasiones. Las personas que acogen la Buena Nueva, que viven el encuentro con el Señor, forman una comunidad que a la vez se convierte en evangelizadora.
El futuro y el secreto de esa acción evangelizadora está en la colaboración que establece entre todos los miembros de esa comunidad evangelizadora que es la Iglesia. Los obispos, cumpliendo su misión de guiar la comunidad como pastores, como maestros de doctrina. Los presbíteros y los diáconos, consagrándose plenamente al servicio de la Iglesia diocesana y compartiendo la solicitud por la evangelización. Los miembros de la vida consagrada, siendo en el mundo testigos elocuentes del Dios vivo y de la dimensión escatológica de la Iglesia. Los fieles laicos, viviendo en el mundo implicados en sus trabajos y ocupaciones y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social; a través del ejercicio de sus propias tareas, manifestando a Cristo ante los demás con su palabra y testimonio, con la vivencia de su fe, esperanza y caridad. Las imágenes que encontramos en el evangelio de la sal, la luz y la levadura expresan la inserción y la participación de los laicos en el mundo, en la sociedad, y muestran a la vez la originalidad de esta participación. Ellos contribuyen a la transformación del mundo desde dentro, como el fermento en la masa.
La tarea de fermentar de Evangelio los ambientes es responsabilidad de cada cristiano en su propio ambiente, trabajando persona a persona o sobre las estructuras en las que se halla y actúa. Este apostolado es personalizado y constante, es el principio y fundamento de todo apostolado seglar, y es absolutamente insustituible; por eso, todos los laicos son llamados a este apostolado, que es útil siempre y en todas partes, y que en algunas circunstancias es la única manera de hacer llegar la nueva nueva. Con la palabra oportuna y el testimonio eficaz. Este trabajo se realiza también a través de la acción comunitaria de los cristianos, ayudando a cada uno de los miembros a vivir la vocación a la santidad, y también impulsando la acción personal de sus miembros en sus respectivos ámbitos, y favoreciendo que puedan desarrollar acciones de colaboración entre las distintas realidades que forman la Iglesia.
+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa