Cada vez es más frecuente encontrar grupos de personas que están juntas, distribuidas más o menos en círculo, cada una con su IPhone. La impresión primera es que cada una está inmersa en su mundo virtual, y que no hablan ni se comunican. A veces es así, pero en otras ocasiones sí que se están comunicando, pero no por lenguaje oral, ni corporal, ni mirándose a los ojos. Se están comunicando a través de un chat en el que cada uno va introduciendo sus comentarios. Por otra parte, queramos o no queramos, muchos estamos inscritos en diferentes grupos de WhatsApp. Son las nuevas “comunidades” o “grupos” que se crean en la red. No podemos negar las ventajas que tienen este tipo de grupos a la hora de comunicar avisos, notificaciones, pasar información, etc. Otra cosa es que al final el abuso de este tipo de relación acabe reduciendo o desplazando la relación personal más profunda, tan importante en los ámbitos familiares, educativos, laborales, etc.
Se trata de un fenómeno creciente, y desconocemos el impacto que las nuevas tecnologías producirán en nuestros niños y jóvenes, y también en los adultos. El Santo Padre Francisco presta mucha atención a los nuevos ambientes comunicativos y, en especial, hacia las redes sociales, y ha elegido como tema para la 53ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales: «Somos miembros los unos de los otros” (Ef 4,25). De las comunidades en las redes sociales a la comunidad humana». Nos invita a reflexionar sobre la naturaleza, la situación actual y los nuevos modos de relación y comunicación en Internet, para recuperar la idea de comunidad como red entre las personas, pero con sentido de totalidad.
Algunas de las tendencias predominantes en el llamado social web nos sitúan ante una pregunta fundamental: ¿hasta qué punto se puede hablar de verdadera comunidad en las redes sociales? La metáfora de la red nos recuerda otra figura llena de significados: la comunidad. Y en nuestro caso, no cualquier comunidad, sino el ideal de la comunidad cristiana, que implica la construcción de un “nosotros” basado en la escucha del otro, en el diálogo, en la relación personal. Por eso es tan importante devolver a la comunicación una perspectiva amplia, fundamentada sobre la persona, y poner el acento en el valor de la interacción, entendida siempre como diálogo y oportunidad de encuentro con los demás.
Ser comunidad significa dar el paso del yo y del tú hacia el nosotros; significa compartir, hacer propias las situaciones de los otros miembros del grupo. La comunidad nace cuando todos los individuos se sienten mutuamente acogidos y aceptados; por eso, en una comunidad que funciona bien, el menos dotado se sentirá el más acogido y el más comprendido. En segundo lugar, para que un grupo de personas llegue a ser comunidad es imprescindible que se sientan y sean interdependientes, es decir, que todos los miembros del grupo se identifiquen con un proyecto común que establezca relaciones de interdependencia. Por último, cada miembro ha de tener conciencia de desarrollar una misión en el grupo; todos se han de sentir útiles, sentir que aportan su colaboración a la obra común. A veces, el deseo imperante de eficacia lleva a concentrar trabajos y cargos en los más dotados para llegar a resultados inmediatos, lo cual provoca inhibiciones en los otros e impide a otros miembros desarrollar sus capacidades.
Ser comunidad es tener un solo corazón y una sola alma. Vivir la amistad, el clima de familia, la solidaridad de quienes forman un mismo cuerpo; tener el mismo proyecto de vida: el Evangelio; llegar a compartir los bienes materiales y las situaciones interiores; responsabilizarse mutuamente los unos de los otros.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa