

El papa Francisco ha puesto en el corazón de este año jubilar las obras de misericordia. Lo dice claramente en la bula de convocación: “Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales” (MV 15). En la lectura del Evangelio de este domingo –XVI de durante el año- se recoge el episodio –tan humano como profundo- de la visita de Jesús y sus discípulos a la casa de tres hermanos: Lázaro, Marta y María. El evangelista Lucas, llamado “el evangelista de la misericordia” se centra en las dos mujeres: Marta, la mujer hacendosa, que se preocupa para acoger y servir al Señor y a sus discípulos, y María, la mujer contemplativa, que “sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra”.
Es mi deseo, primero, valorar y defender a Marta, porque ella, en realidad, ejerce una doble obra de misericordia: dar de comer al hambriento y acoger al forastero. Marta, de hecho, está en el corazón del Evangelio, y a ella se le pueden aplicar estas palabras del papa Francisco: “En el Evangelio, los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta de si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos…” (MV 15). Y Marta está en todo esto, al preocuparse por servir al Señor pobre y a los que le acompañan.
Sucede que mientras Marta se está desviviendo hasta el agobio para atender debidamente a los invitados, su hermana está tranquila y embelesada escuchando al Maestro. Por eso, llega un momento en que protesta: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Jesús le responde: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada» (Lc 10, 41-42). No desprecia el trabajo de Marta ni su hospitalidad solícita. El problema no está en “ocuparse” de las cosas, algo que es del todo necesario, sino en “preocuparse” innecesariamente, en agobiarse y perder la paz. Por otra parte, señala que lo más importante es estar atentos al Señor.
En este sentido es cierto que María reconoce y da primacía al Visitante, escuchando su palabra. Marta se gana el cielo con sus fatigas por acoger; María anticipa el futuro y se sitúa en la acogida y escucha del Enviado de Dios Padre, anticipando aquella plenitud en que, gozando de la presencia de Dios ya no habrá fatigas. Hay un texto de San Agustín que señala que “Él (Dios) será el puerto donde terminarán nuestras fatigas: veremos a Dios y alabaremos a Dios. Entonces no se nos dirá: levántate, trabaja (…), abre tu mano al pobre… Ya no existirán las obras impuestas por la necesidad allí donde no habrá necesidad alguna. No habrá obras de misericordia porque no habrá miseria alguna. No compartirás tu pan con el pobre donde nadie es mendigo. No hospedarás al peregrino donde todos viven en su patria. No visitarás al enfermo donde todos están sanos para siempre. No vestirás al desnudo donde todos están revestidos de la misma luz. No deberás sepultar a los muertos donde todos vivirán sin fin” (Sermón 37).
En el fondo, la vida de fe es una síntesis de Marta y de María, dos figuras emblemáticas de la existencia cristiana para todos los tiempos.
+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa