Este fin de semana está fuertemente marcado por la fiesta de la Epifanía o manifestación del Señor, que la Iglesia celebra como culminación del intenso ciclo de fiestas navideñas. La vigilia del 6 de enero es una noche mágica para los niños y las niñas.
Esta fiesta comporta uno de los hechos más populares del año. Casi todas las poblaciones –y en las ciudades importantes muchos de sus barrios- se preparan para recibir la llegada de los tres Reyes Magos de Oriente, Melchor, Gaspar y Baltasar, de colores y razas diferentes, que llegan rodeados de un gran séquito en las llamadas cabalgadas de los Reyes. Podríamos decir, sin exagerar, que esta llegada es como una fiesta de la fraternidad universal, de la pluralidad de razas y culturas del mundo. Durante el recorrido, la comitiva va repartiendo caramelos a los niños que, acompañados de sus padres, observan con ilusión el espectáculo. Es como una gran fiesta de la diversidad, como un acto de afirmación de que los hombres y las mujeres del mundo podemos vivir en paz y nos podemos alegrar de las diferencias.
Por esto no voy a esconder la intención de este escrito: defender nuestras tradiciones y de manera especial nuestras tradiciones navideñas. Para hacerlo y hacerlo bien y con eficacia, hemos de estar convencidos de la bondad de estas tradiciones. Y la primera convicción que hemos de fortalecer es que éstas son nuestras tradiciones; es decir, aquellas que ha forjado nuestro genio como pueblo, dentro de las culturas mediterráneas y latinas, fortalecidas y elevadas por la fe y las tradiciones cristianas.
Son tradiciones navideñas nuestras –y al decir nuestras no quiero decir que sean exclusivamente nuestras. Otros países también las tienen, pero entre nosotros se han plasmado con nuestro talante y a nuestra medida, por decirlo así. Son tradiciones navideñas nuestras el belén familiar, las canciones de Navidad, las representaciones de los Pastorets, los belenes vivientes, la Misa del Gallo de la noche de Navidad, el Canto de la Sibila y la generosidad de la tradición del tió navideño, que es como el anuncio de la generosidad de la naturaleza, simbolizada por el árbol fecundo, y para los niños el preludio de la generosidad de los Reyes Magos, si se han hecho merecedores de su generosidad.
En los últimos tiempos, como consecuencia de la creciente internacionalización y de la imposición de costumbres de otros mundos culturales, nuestras tradiciones, las navideñas y otras, han encontrado competidores. Y los tres Reyes Magos también topan con la competencia de otras figuras que los lectores pueden adivinar fácilmente. Tengamos fe en la calidad y la bondad –humana y también cristiana- de estas tradiciones nuestras. No rehuimos la apertura a este mundo tan diverso, pero hemos de ser lúcidos, comparar aquello que nos llega con aquello que es más nuestro y amarlo. Y no sustituirlo por otras cosas, si éstas no tienen la calidad cultural y espiritual de nuestras tradiciones.
Sobre todo no olvidemos el alma de estas tradiciones y el que fue su núcleo inspirador, que es la fe en Dios que es amor y que es el origen de todas las cosas; el Dios que se nos ha hecho próximo en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre para darnos una plenitud de vida en este mundo y en el mundo futuro.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa