Celebramos hoy el Domingo Mundial de la Propagación de la Fe, el popular Domund, con el lema: "Es la hora de tu compromiso misionero". Este lema es incisivo y claro: nos dice que los cristianos hemos de ser misioneros; nos dice que no podemos encerrar la luz del Evangelio de Jesucristo entre los muros del propio grupo, de la propia confesión, de la propia comunidad. Nos dice que esta fe que nos ha sido dada estamos llamados a compartirla con todos cuantos todavía no la conocen.
Es la hora de la misión. El bautismo ha sembrado en nosotros una vida nueva que nos lleva a la santidad y a la misión. Y nos lleva a congregarnos en Iglesia, en una Iglesia que es esencialmente misionera. Todo cristiano está llamado a la santidad y a la misión. Cristo no sólo nos ama hasta dar la vida para salvarnos; no sólo nos salva, dando la vida en la cruz por cada uno de nosotros. Cristo nos invita también a ser colaboradores de su misión, colaboradores de su obra de salvación, y nos entronca en la Historia de la salvación, que es la historia del amor de Dios a toda la humanidad y a cada hombre y a cada mujer en particular.
Dice el Señor a los Apóstoles y en ellos a todos sus discípulos: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15,16). Propiamente hablando, no hay más que una misión: la de Cristo. Él es el primer misionero, el apóstol del Padre. Ahora bien, Él, después de que con su muerte y resurrección completó los misterios de nuestra salvación, antes de su Ascensión a los cielos, fundó su Iglesia y envió a sus Apóstoles al mundo entero: "Como el Padre me envió, así os envío yo" (Jn 20,21). La Iglesia es misionera porque tiene la misión de Cristo, confirmada con la efusión del Espíritu en Pentecostés. Por eso podemos afirmar que la Iglesia es misionera por su naturaleza, porque toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre (cf. AG 2).
Por eso la Iglesia está llamada a contemplar, siempre de forma renovada, el rostro del Cristo evangelizador y hacerse a sí misma evangelizadora. Porque quienes acogen la buena noticia del Evangelio constituyen una comunidad que además de ser evangelizada es a la vez evangelizadora. Quienes hemos recibido la buena nueva y estamos congregados en la comunidad de la fe y de la salvación, estamos llamados a comunicarlas y difundirlas. Evangelizar constituye, por ello, la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para llevar a las personas a Cristo y alimentar su fe, su esperanza y su amor con la formación en la fe y en el testimonio, con la celebración de la eucaristía y los demás sacramentos, y para completar esta vivencia con las obras de amor a todos, en especial a los más pobres y olvidados.
Que Dios nos conceda ser una diócesis misionera desde estos mismos comienzos que ahora estamos viviendo.
+ Josep Àngel Saiz Meneses, Obispo de Terrassa
Es la hora de la misión. El bautismo ha sembrado en nosotros una vida nueva que nos lleva a la santidad y a la misión. Y nos lleva a congregarnos en Iglesia, en una Iglesia que es esencialmente misionera. Todo cristiano está llamado a la santidad y a la misión. Cristo no sólo nos ama hasta dar la vida para salvarnos; no sólo nos salva, dando la vida en la cruz por cada uno de nosotros. Cristo nos invita también a ser colaboradores de su misión, colaboradores de su obra de salvación, y nos entronca en la Historia de la salvación, que es la historia del amor de Dios a toda la humanidad y a cada hombre y a cada mujer en particular.
Dice el Señor a los Apóstoles y en ellos a todos sus discípulos: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15,16). Propiamente hablando, no hay más que una misión: la de Cristo. Él es el primer misionero, el apóstol del Padre. Ahora bien, Él, después de que con su muerte y resurrección completó los misterios de nuestra salvación, antes de su Ascensión a los cielos, fundó su Iglesia y envió a sus Apóstoles al mundo entero: "Como el Padre me envió, así os envío yo" (Jn 20,21). La Iglesia es misionera porque tiene la misión de Cristo, confirmada con la efusión del Espíritu en Pentecostés. Por eso podemos afirmar que la Iglesia es misionera por su naturaleza, porque toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre (cf. AG 2).
Por eso la Iglesia está llamada a contemplar, siempre de forma renovada, el rostro del Cristo evangelizador y hacerse a sí misma evangelizadora. Porque quienes acogen la buena noticia del Evangelio constituyen una comunidad que además de ser evangelizada es a la vez evangelizadora. Quienes hemos recibido la buena nueva y estamos congregados en la comunidad de la fe y de la salvación, estamos llamados a comunicarlas y difundirlas. Evangelizar constituye, por ello, la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para llevar a las personas a Cristo y alimentar su fe, su esperanza y su amor con la formación en la fe y en el testimonio, con la celebración de la eucaristía y los demás sacramentos, y para completar esta vivencia con las obras de amor a todos, en especial a los más pobres y olvidados.
Que Dios nos conceda ser una diócesis misionera desde estos mismos comienzos que ahora estamos viviendo.
+ Josep Àngel Saiz Meneses, Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa