Descalzarse ante el misterio (24/03/2019)

       En nuestro itinerario cuaresmal hacia la Pascua, hoy la Liturgia de la Palabra de la Misa nos habla de la conversión como la mejor actitud para asumir la precariedad de la existencia humana y las adversidades que se hacen presentes a lo largo del camino. Contemplamos la figura de Moisés, que mientras pastorea por el desierto el rebaño de su suegro Jetró llega hasta el monte Horeb y se fija en una zarza que ardía sin llegar a consumirse. Se acerca para observar ese fenómeno extraordinario  y entonces el Señor lo llama y le manda quitarse las sandalias de los pies, porque ese lugar es terreno sagrado. Después le encarga la misión de liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto y guiarlo hasta la tierra prometida. El gesto de descalzarse es un acto de humildad y de respeto ante la presencia de Dios, ante el misterio que le sobrepasa.

 

       Descalzarse ante el misterio, postrarse ante la grandeza de Dios, que se hace presente en la existencia. El Concilio Vaticano II nos recordaba (cf. Gaudium et Spes 33) hace ya más de 50 años que el ser humano siempre se ha esforzado con su trabajo y su ingenio para perfeccionar su vida, y que en nuestros días, gracias a la ciencia y la técnica, ha logrado ampliar y sigue ampliando el campo de su dominio sobre casi toda la naturaleza. Actualmente los avances de la ciencia y de la técnica son tantos y tan rápidos que producen vértigo. El problema llega cuando dichos avances tienen como consecuencia un cierto eclipse de la religión. Si con las tecnologías modernas lo podemos conseguir todo, ¿para qué necesitamos a Dios? El peligro llega cuando el ser humano sigue construyendo nuevas torres de Babel no ya para alcanzar la misma altura de Dios y ser como él, sino para dejarlo atrás, como algo obsoleto que pertenece al pasado.

        Hemos de tener presente que la fe y la razón no son incompatibles, y no tiene por qué darse un conflicto entre la religión y el progreso de la ciencia. San Juan Pablo II en el preámbulo a su Carta Encíclica Fides et Ratio decía que “la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”. Recordemos también a  Edith Stein, buscadora infatigable de la verdad, que analizando su propia vida  llega a la conclusión de que Dios es la verdad y de que quien busca la verdad está buscando a Dios, sea o no consciente de ello.  Esta búsqueda se convirtió  para ella en una oración. También llegará a la conclusión que quien busca  la verdad profunda de las cosas y no una mera acumulación de datos, de técnica, de ciencia, etc., esa persona está muy cercana a Dios, que es la Verdad.

        Descalzarse ante el misterio. El significado de la palabra misterio va mucho más allá de lo que es secreto, escondido, oculto. Como señalaba Odo Casel, «es una acción de Dios, la realización de un plan eterno en una acción que procede de la eternidad de Dios, se realiza en el tiempo y en el espacio y tiene nuevamente su término en el mismo Dios eterno. Este misterio puede expresarse en la única palabra «Cristo»”. Dios se hace presente en nuestra vida de diferentes maneras y también llama a cada uno a una misión concreta. En medio de las prisas y el estrés, de la ansiedad y los problemas que nos agobian, es necesario hacer una parada en el camino, hacer silencio, recuperar la admiración, el asombro ante el misterio. Sólo podremos reconocer la presencia de Dios si nos acercamos a él, si somos conscientes de nuestra pobreza y pequeñez,  reconociendo nuestras culpas y limitaciones, con profundo respeto, descalzos ante el misterio del amor de Dios.

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa