Día del Seminario: “Apóstol por gracia de Dios”

La campaña del Día del Seminario de este año se inspira en la figura de san Pablo, en sintonía con el año paulino que S.S. Benedicto XVI ha declarado para toda la Iglesia con ocasión del bimilenario del nacimiento del apóstol de los gentiles. El lema, inspirado en sus propias palabras, es muy sugerente “Apóstol por gracia de Dios”.

 

San Pablo acostumbraba a comenzar sus cartas  presentándose como Apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios. Y en otros momentos se presenta como apóstol por gracia de Dios (Cf. 1 Cor 15, 9-10). En la Carta a los Gálatas afirmará que ha sido llamado, elegido por gracia de Dios (Cf. Ga 1, 15-16). Reconoce de esta manera que es el Señor quien tiene la iniciativa, que es Dios quien le constituye apóstol. Esta iniciativa, esta voluntad de Dios en la llamada concreta, se ha de situar  en el marco del plan divino de salvación, en el cual queda inserida la vocación de Pablo a la misión apostólica. Por tanto, el apostolado no es una tarea meramente humana, sino que brota de la voluntad de Dios y requiere la colaboración de las personas. Por eso la vida del apóstol está constantemente referida al Señor, en quien encuentra su sentido, su fortaleza y la gracia para llevar a cabo la misión encomendada.

 

El apóstol es por encima de todo un testigo enviado. Testigo es el que ve, el que escucha, el que experimenta. Pablo, camino de Damasco, vive una experiencia de encuentro con Cristo que cambia radicalmente su existencia. Él ha visto al Señor (Cf. I Cor 9,1). El ha sido testigo de Cristo Resucitado, que vive, le ama y opera en él. Sabiéndose escogido por el Señor, él responde con su vida, que entrega totalmente a la tarea encomendada: anunciar la Buena Nueva del Evangelio con su palabra y su vida por todo el orbe conocido, desde la vivencia de una unión con Cristo de tal intensidad que le lleva a decir: “para mi la vida es Cristo” (Flp 1,21); “y ya no vivo yo, sino que es Cristo quién vive en mi” (Ga 2,20). Desde esa unión con Cristo vivirá en el conocimiento amoroso del Padre y en el amor al Padre, en el conocimiento amoroso de cada una de las personas, y en la entrega a todas ellas hasta dar la vida.

 

No actúa por elección propia, ni en virtud de unos poderes propios, sino como mensajero de Cristo. Sus actitudes se refieren en primer lugar a quien le envía, a Cristo; en segundo lugar, al mensaje que le ha sido confiado; en tercer lugar, a sí mismo en tanto persona llamada como apóstol, pero asumida por Jesús en su Iglesia, y por último a aquellos a quienes es enviado. En tanto que es un enviado, no se anuncia a sí mismo, sino a quien le envía. Anuncia el mensaje de su Señor, con fidelidad y coherencia, independientemente de si se le quiere escuchar o  no. Para cumplir su misión  se verá obligado a proponer, a exhortar, a motivar, y en otras ocasiones a corregir, a enderezar, a subsanar, implicándose siempre con intensidad en el combate de la fe, combinando  la mansedumbre y la humildad, con la firmeza en las convicciones, sin caer jamás en el desaliento, y llenando de caridad su vida y su tarea.

 

Un día, camino de Damasco, el Señor resucitado irrumpió poderosamente en la vida del joven Saulo, que desde entonces sería Pablo. Ese encuentro con Cristo le cambió radicalmente la vida, le cambió el corazón. Pasó de ser perseguidor de cristianos a ser el gran apóstol de los gentiles y a fundar Iglesias por todo el orbe conocido en su tiempo. La gracia de Dios llenó de fecundidad su trabajo apostólico y su existencia. Desde ese momento nada ni nadie fue capaz de separarlo del amor de Dios, de mitigar la plenitud afectiva con que el Señor llenaba su vida. Desde ese momento, no hubo dificultades ni penalidades o sufrimientos que fueran capaces de arrancarle la verdadera alegría de su consagración a Cristo en totalidad. Y aquí y ahora, dos mil años después, el Señor sigue llamando, y sigue cruzándose en el camino de muchos jóvenes para cambiarles la vida, para llenar de plenitud su corazón a través de un seguimiento en totalidad de tiempo, de fuerzas, y sobre todo de amor. Ojalá que su respuesta sea tan valiente y decidida como la de san Pablo.

            + Josep Àngel Saiz Meneses

            Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa