Cuando se plantean las virtudes que han de conformar el perfil del obispo de una diócesis cualquiera o de un dirigente político, social o económico, hay como una virtud que no falta nunca: ha de ser dialogante. Sobre todo, que sea dialogante.
Hablar de diálogo es fácil pero no es tan fácil dialogar de verdad. Por eso me gustaría hacer algunas consideraciones en este tiempo de vacaciones, en que disponemos de más tiempo y tranquilidad para ejercitarlo sobre todo en la familia, con los hijos, con el cónyuge.
Dialogar es intercambiar ideas y sentimientos, una intercomunicación de persona a persona, un dar y recibir. A veces se confunde con intercambiar chismes, noticias, informaciones o meras impresiones. Es algo más profundo, es intercambiar ideas, lo cual significa reflexión, pensamiento. Cuando se dialoga en profundidad, de verdad, se produce un encuentro de espíritus, se comunican ideas, se expresan sentimientos y anhelos, se suscitan vivencias.
El diálogo es muy importante para todas las personas, en todos los niveles. Especialmente importante es actualmente el diálogo conyugal. ¿Cómo es posible que tantos matrimonios se rompan y en tan breve tiempo? Una de las causas, sin duda, es la falta de diálogo. Diálogo conyugal, encuentro entre dos personas que comparten un proyecto de vida, un proyecto de donación mutua y de fecundidad, un proyecto fruto del amor y que a la vez alimenta el amor. A través del diálogo conocemos mejor a la otra persona, la descubrimos en profundidad, se abren los secretos del corazón.
A nadie se le escapa que hay muchas dificultades objetivas: desde la falta de reflexión personal, las dificultades para armonizar caracteres distintos, formaciones distintas, mentalidades distintas. También es una dificultad el miedo a tener que cambiar ideas o actuaciones perdiendo la seguridad que nos da la rutina de nuestro proceder. A veces hay miedo al otro o a afrontar aspectos de uno mismo que no se quieren resolver. Otras veces será la falta de tiempo y la cantidad de cosas urgentes que siempre tenemos que resolver. ¡Cuantas cosas realmente importantes quedan sin hacer por la urgencia de otras ciertamente secundarias!
Hemos de conseguir entre todos impregnar la sociedad de una cultura del diálogo. Y eso ha de comenzar por las familias, ha de comenzar por los cónyuges. Si se practica el diálogo conyugal, después vendrá el diálogo en familia, con los hijos, y habremos socializado la práctica del diálogo, desde la infancia.
Ya sabemos que es difícil, ya sabemos que todos tenemos experiencias en que no ha prosperado. Pero hay que intentarlo de nuevo, sin cesar. Con una actitud de saber escuchar, de dejar a un lado los prejuicios, que como su nombre indica son juicios previos que bloquean toda posibilidad de diálogo. Hay que intentarlo con comprensión y empatía, haciendo el esfuerzo por ponernos en el lugar del otro, con respeto y de forma oportunidad. Buscando siempre sinceramente la verdad y el bien, con las baterías cargadas de paciencia y humildad. Y también, con alegría y esperanza. Que Dios nos ayude a lograrlo.
+Josep Àngel Saiz
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa