Del 18 al 25 de enero se celebra la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos que este año tiene como lema: "Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia". El lema se inspira en un fragmento de la segunda carta de san Pablo a los corintios (2 Co 5, 14-20). El texto subraya que la reconciliación es un don de Dios destinado a toda la creación. Como consecuencia de la acción de Dios, la persona que ha sido reconciliada en Cristo está llamada a su vez a proclamar esta reconciliación con palabras y obras. Esta reconciliación no se da sin sacrificio: Jesús entregó su vida, murió por todos. Los mensajeros de la reconciliación están llamados a dar su vida de forma parecida; ya no viven para sí mismos, viven para aquel que por ellos murió.
La experiencia de encuentro con Cristo que tuvo Pablo camino de Damasco cambió totalmente su existencia. Entendió que Cristo había muerto y resucitado por él y por todos. Jesús no murió sólo por sus discípulos o por su pueblo; murió por todas las personas pasadas, presentes y futuras. La cruz ocupa un lugar principal en la historia de la humanidad y es objeto de referencia continua de la teología paulina. La cruz es el centro del misterio cristiano, la manifestación más elocuente del amor de Dios. En el texto que meditamos este año san Pablo hace dos afirmaciones fundamentales: por una parte, Cristo ha muerto por todos; por otra, Dios nos ha reconciliado consigo. La reconciliación es el principal fruto de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, lo cual implica una radical restauración del ser humano en su relación con el Padre.
Después de llegar a esa comprensión del misterio de Cristo y del ministerio de la reconciliación, Pablo sentía también que el amor de Cristo lo apremiaba a predicar la Buena Noticia de la reconciliación con Dios. Y nosotros estamos llamados también a participar de este “ministerio de la reconciliación”, que supone siempre aceptar la salvación de Dios para poder encontrar nuestra fuerza precisamente en la humildad del amor y nuestra sabiduría en la debilidad para que resida así en nosotros la fuerza de Dios. El amor de Cristo nos apremia a hacer que la reconciliación de Dios se haga presente en todos los ámbitos de nuestra vida, y en consecuencia, hemos de examinar nuestras conciencias acerca de las divisiones que vivimos en todos los ámbitos y niveles. Sin olvidar que Dios siempre otorga la gracia necesaria para sanar las relaciones rotas.
Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros…Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación. (Rm 5, 6-11). La reconciliación entre Dios y la humanidad es la realidad central de nuestra fe cristiana. Las Iglesias cristianas comparten este mismo mandato de proclamar el mensaje evangélico de la reconciliación y la unidad. Dios es quien hace posible la reconciliación y quien nos hace experimentar su misericordia, con lo cual nos capacita y nos envía para corresponder a esa experiencia de gratuidad, ofreciendo el perdón y siendo agentes de reconciliación. Debemos preguntarnos a la luz de nuestras divisiones cómo podemos anunciar este Evangelio de la reconciliación y restaurar la unidad. Para ser signo de credibilidad ante el mundo como el Señor nos pide.
+Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa