Nos acercamos ya al final del año cristiano y también al final del Jubileo que el Papa concluirá en la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, el 20 de noviembre en San Pedro del Vaticano. En las lecturas de estos domingos nos habla de las postrimerías, del final de los tiempos. Se hace referencia a tribulaciones, pruebas, cataclismos… La actitud cristiana no tiene que ser el miedo sino la confianza. Estamos en manos de Dios. Estamos en manos de Jesucristo. El Espíritu Santo va llevando todas las personas y la evolución del mundo hasta aquel momento en que Cristo pondrá todas las cosas en manos del Padre para que “Dios sea todo en todos”.
Recuerdo que en el reloj que hay en la sacristía de la Catedral de Barcelona se lee –bajo la esfera que marcan las horas- una inscripción latina que dice así: “Dum tempus habemus bonum operemur” (“Mientras estamos a tiempo, hagamos el bien”). Me parece una inscripción muy sabia, y admiro a la persona que tuvo la idea de colocarla allí. Aprovechemos, pues, el tiempo obrando el bien. Redimamos el tiempo que Dios nos concede llenándolo de obras de bondad y de misericordia. Esta es la sabia actitud cristiana para estos domingos de finales del año cristiano.
En su comentario al salmo 111, san Agustín habla del “buen negocio” que hizo aquel espabilado Zaqueo, que es el protagonista del Evangelio leído el pasado domingo en la misa y que supo confiar en Jesús.
“Germen de la futura mies –escribe Agustín- son las obras de misericordia. Lo atestigua el apóstol cuando dice: ‘No desfallezcamos obrando el bien, porque a su debido tiempo recogeremos’, y en otro lugar: ‘Os recuerdo que quien siembra poco, poco ha de recoger’. ¿Qué poder puede imaginarse más grande que aquel que permitió a Zaqueo comprar el reino con la mitad de sus bienes, mientras que a la viuda le bastaron dos céntimos, y ambos al final consiguieron igualmente poseerlo? ¿Qué hay de más poderoso que volver del mismo valor en orden al reino de los cielos el tesoro del rico y el vaso de agua fresca dado al pobre?”
“La rectitud de corazón –añade- consiste en no resistir a Dios cuando corrige para nuestro bien y en creerle en lo que promete (…) El hombre temeroso de Dios del que habla el salmo, mediante la conversión del corazón, se levanta como templo de Dios, no busca la gloria de los hombres ni anhela las riquezas mundanas. Su casa es el corazón y allí dentro alaba a Dios, y, rico de esperanza en la vida eterna, habita allí con mayor abundancia de la que tendría si, entre las adulaciones de la gente, habitase en estancias de mármol con preciosos artesonados, pero oprimido por el temor de la muerte eterna.”
Concluye Agustín con su conocida referencia existencial: “Cuando perdonas, usas aquella compasión por la que tú también serás perdonado; cuando das, prestas al prójimo algo que te será restituido”. Vemos como en Zaqueo esa confianza le llevó a practicar las buenas obras.
En efecto, el Evangelio afirma: “Perdonad y se os perdonará; dad, y se os dará”. El libro-conversación del papa Francisco con el periodista italiano Andrea Tornielli titulado ‘El nombre de Dios es misericordia’, termina con estas palabras: “Acercarse, saber escuchar, aconsejar y enseñar, sobre todo con nuestro testimonio. Al acoger al marginado que tiene el cuerpo herido, y al acoger al pecador con el alma herida, se juega nuestra credibilidad como cristianos. Recordemos siempre las palabras de san Juan de la Cruz: ‘En el atardecer de la vida seremos juzgados en función del amor’”.
+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa