El 27 de agosto celebramos la fiesta de santa Mónica, y el 28, su hijo san Agustín. San Agustín es uno de los mayores pensadores de la historia, cercano a los hombres de cualquier época y lugar, dotado de una extraordinaria empatía para quien se aproxima a su figura. Su madre le transmitió la fe católica cuando era niño. Más tarde, en su juventud, se alejó buscando la felicidad en la satisfacción de los sentidos y sobre todo a causa de las doctrinas maniqueas, que le ofrecían aparentemente una concepción más racional del mundo. Pero su sed de la verdad era tan fuerte y profunda que no se contentó con aquellas cosmovisiones y buscó y buscó hasta que encontró al verdadero Dios, que da la vida y que entra en nuestra misma historia. Su peregrinación intelectual y espiritual es un paradigma del trabajo de reflexión en la relación entre fe y razón, en definitiva, en la búsqueda de la verdad. Según él, fe y razón son "las dos fuerzas que nos llevan a conocer". Formuló esa relación coherente entre fe y razón: crede ut intelligas (cree para comprender), y de manera inseparable, intellige ut credas (comprende para creer).
Seguramente su frase más conocida es aquella con la que comienza el libro de las Confesiones: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti" (I, 1, 1). Es una descripción magnífica de su itinerario de insatisfacción interior, de búsqueda y de encuentro. Descripción del encuentro con quien era más interior a él que él mismo: "Porque tú estabas más dentro de mí que lo más íntimo de mí, y más alto que lo supremo de mi ser" (III, 6, 11). En consecuencia, quien está lejos de Dios también está lejos de sí mismo, alienado de sí mismo, y sólo puede encontrarse a sí mismo si se encuentra con Dios. De este modo logra llegar a sí mismo, a su verdadero yo, a su verdadera identidad. En esa misma línea, el Concilio Vaticano II (cf. GS 22) nos enseña que el misterio del ser humano sólo se esclarece en el misterio de Jesucristo, que es quien manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación.
La conversión de san Agustín puede definirse como un itinerario que culminó con la conversión y después con el bautismo de manos de san Ambrosio, pero que continuó hasta el final de su vida. El itinerario comienza con su acercamiento progresivo al cristianismo, aunque de hecho había recibido de su madre, santa Mónica, una educación cristiana que siempre estuvo latente. También la filosofía platónica contribuyó positivamente en su camino de retorno a Cristo. Los libros de los filósofos le indicaban que existe el Logos, del que procede todo el mundo, pero que parecía lejano. En la lectura de las cartas de san Pablo es donde encontró plenamente la verdad. La fe en Cristo llevó a cumplimiento la larga búsqueda de san Agustín en el camino de la verdad. Después de recibir el Bautismo, quiso dedicarse a la vida contemplativa y al estudio, pero tres años después fue consagrado sacerdote y después obispo en Hipona y destinado a servir a los fieles. En la última etapa de su vida fue especialmente consciente de que tenemos necesidad de una conversión permanente y hasta su muerte vivió con una intensa actitud de humildad, pidiendo perdón a Dios cada día de su vida.
San Agustín tiene mucho que decir a los hombres y mujeres de hoy. Sobre todo nos recuerda que más allá de nuestras dudas e inseguridades, no debemos perder la esperanza de encontrar la verdad y que hay que buscarla con humildad y constancia.
+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa