El tiempo de Adviento es una llamada a reavivar la esperanza. El Adviento nos invita a vivir con la esperanza cierta de que es Dios el que llevará a plenitud las aspiraciones humanas. En Adviento contemplamos que Dios es el protagonista de la historia. La Iglesia nos invita en este tiempo a poner la esperanza en Dios, no en nosotros mismos.
Pero, después de afirmar lo anterior, me pregunto lo que quizá también se pregunte el lector u oyente de esta carta dominical: ¿dónde vivir y alimentar esta esperanza en nuestra sociedad secularizada? El profesor Olivier Clément, al que me referí en un comentario anterior, en su estudio sobre “la misión de los cristianos en la sociedad de hoy” es taxativo al afirmar: “Estoy plenamente convencido de que la secularización está destinada a perdurar”. Opina este intelectual, que es como un puente entre Oriente y Occidente en la teología y en la espiritualidad, que la tradición judeo-cristiana no tiene nada que temer del fenómeno social de la secularidad, porque –como él dice- “en el fondo esta sociedad secularizada no le es extraña al cristianismo”.
Sin embargo, este profesor confiesa también que “la secularización tiene efectos terribles”. Y entre éstos señala “el desarrollo de la razón instrumental, que desintegra las grandes referencias simbólicas”. Y entre éstas se sitúa sin duda la capacidad humana de abrirse a la esperanza y a un futuro mejor. La capacidad de confiar, de adherirse en la fe a un Dios bueno que tiene en su mano el desenlace final bueno de nuestra historia personal y colectiva. La cultura secular no sabe nada de esto. Y en esta cultura hemos de vivir los cristianos.
El P. Lluís Duch OSB. señalaba en la lección inaugural del nuevo curso en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Barcelona que “provisionalidad y desconfianza son los dos ejes en torno de los cuales gira la sociedad moderna”. Por otra parte, destacaba que “la actual crisis de las transmisiones culturales afecta por igual a todos los sistemas que tienen vigencia en nuestras sociedades: religión, política, escuela, familia, cultura, comparten una irrelevancia creciente de sus ofertas y referencias”.
Por lo que se refiere a la religión cristiana, el padre Duch lamentaba “el agudo analfabetismo religioso que, por lo menos de entrada, imposibilita a muchos de nuestros contemporáneos toda posible forma de confesión religiosa cristiana”. ¿Qué hacer ante este análisis? Creo que, hoy más que nunca, necesitamos con urgencia disponer de unas “comunidades confesantes”, o sea, unos ámbitos humanos reducidos en los que resuenen y se hagan vivencia los símbolos y las expresiones de cada tradición religiosa. Y entre estas “comunidades confesantes”, por lo que al cristianismo se refiere, creo que la familia y la parroquia están llamadas a realizar esta transmisión de la fe con una especial calidez y autenticidad, centrándose en sus contenidos esenciales.
Esta semana celebramos la fiesta de la Inmaculada y nuestras calles ya respiran aires navideños. Cierto es que sus símbolos, más que a la fe, a menudo parecen invitar al consumismo. Pero no perdamos la esperanza de que con todo ello, la sociedad se diga a sí misma que no todo puede quedar reducido a la razón instrumental de nuestra dura sociedad cotidiana. Porque el corazón tiene razones que la mera razón desconoce.
+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa