La lectura de unas reflexiones sobre el fenómeno del ateísmo me ha llevado a recordar una de las páginas del Concilio Vaticano II que siempre me ha parecido una de las más lúcidas y valiosas en las enseñanzas de aquel concilio. Me refiero al apartado titulado "Formas y raíces del ateísmo", desarrollado en los números del 19 al 21 de la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, conocida como la Gaudium et Spes.
El Concilio no duda en reconocer que "el ateísmo debe ser considerado entre los problemas más graves de esta época y debe ser sometido a un examen especialmente atento". Con la palabra ateísmo se designan fenómenos muy diferentes entre sí. Uno de los ateísmos, según el Vaticano II, es el de "aquellos que se representan a Dios de tal manera que esa falsa imagen, que rechazan, no es de ningún modo el Dios del Evangelio".
Quien se haya acercado al estudio del ateísmo no dejará de reconocer que esta afirmación responde a una realidad muy extendida. Las imágenes de Dios que rechazan algunos de nuestros contemporáneos -entre los cuales no podemos olvidar a los llamados maestros de la sospecha: Marx, Nietzsche y Freud- son unas imágenes en las que los creyentes no podemos reconocer el rostro del Dios vivo y verdadero. Lo cual no nos exime a los creyentes, a los cristianos, de un examen de conciencia. El Vaticano II lo reconoció al decir: “En esta génesis del ateísmo puede corresponder a los creyentes una parte no pequeña, en cuanto que, por descuido en la educación para la fe, por una exposición falsificada de la doctrina, o también por los defectos de su vida religiosa, moral y social, puede decirse que han velado el verdadero rostro de Dios y de la religión, más que revelarlo".
Este texto me parece que nos invita a los cristianos a una tarea que ya está en curso de realización, pero que en modo alguno podemos pensar que ya está concluida. La crítica de la religión de Marx, Nietzsche y Freud, entre otros, toca al corazón del creyente, y lo obliga a examinar su idea de Dios y la relación que establece con él en su interioridad.
Quizá algunos se puedan preguntar el porqué de la insistencia del Papa Benedicto XVI en el Dios que es amor en su magisterio. Como es sabido, su primera encíclica se titula precisamente Dios es amor y su primera exhortación apostólica dirigida a toda la Iglesia está dedicada a la eucaristía, "el sacramento del amor". Al comprender a Dios desde la lógica del amor, como un Dios de comunión en el amor interpersonal, se supera la imagen de un Dios que conduciría a los hombres a una permanente minoría de edad. Dios sería como el enemigo del hombre; confesar a Dios sería la renuncia por el hombre a su autonomía y a su libertad. Esta idea es diametralmente opuesta a la de un Dios-Amor que se niega infinitamente a sí mismo para dejar crecer al hombre en plena libertad.
Decía un pensador contemporáneo que Dios ha hecho al hombre como el mar ha creado los continentes: retirándose. San Ireneo de Lyon afirma que "la gloria de Dios es el hombre viviente"; y san Ignacio de Loyola nos invita en sus "Ejercicios Espirituales" a contemplar "cómo la divinidad se esconde".
El Dios cristiano no es aquel Absoluto del hombre que entra en contacto con él para humillarlo y anularlo, ni -como dice Benedicto XVI, el Papa teólogo- el tirano que "convierte en amargo lo más hermoso de la vida" (Dios es amor, 3). Dios es el absoluto que, por ser amor en sí mismo, por ser comunidad de personas en el amor pleno, es capaz de crear al hombre como ser diferente de él, con consistencia y autonomía propias. Para el creyente, ese Dios hace posible la libertad real del ser humano, que, por lo mismo, puede tanto disentir de él y negarlo como vivir la fe como la posibilidad de realizarse plenamente como hombre.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa