El psicólogo J. Sterling Livingston explica que el secreto del éxito en la gestión empresarial e institucional se encuentra básicamente en dos ingredientes: entusiasmo e interés por parte de los dirigentes. A la vez, las bajas expectativas de los responsables conducen al bajo rendimiento de los empleados.
Para ilustrarlo, recoge un pasaje entrañable de la obra de Bernard Shaw Pigmalion, en que Eliza Doolittle se desahoga con el Sr. Pickering quejándose del trato que le dispensa el profesor Higgins en su proceso de educación: "Como ve, la única diferencia que hay entre una señora y una florista, aparte de las cosas que cualquiera puede ver (como el vestido, la forma de hablar), no está en la manera de comportarse, sino que está en la forma de ser tratada. Para el profesor Higgins, yo seré siempre una florista, porque me trata siempre como una florista y siempre lo hará; pero yo sé que para usted puedo ser una señora, porque usted siempre me ha tratado y me seguirá tratando como a una señora"
Hay directivos que tratan siempre a sus subordinados de una forma que les lleva a rendir más. Otros, al contrario, les tratan de manera que les lleva a rendir menos. Lo mismo sucede en el ámbito educativo por parte de padres, profesores, monitores, etc. La forma como se trata a un subordinado o a un educando está de forma sutil influida por las expectativas que nos forjamos sobre él. Y a la vez, parece como si hubiera un mecanismo oculto que provoca que el rendimiento del subordinado o el progreso del educando se ajuste a las expectativas que se depositan sobre él.
Muy a menudo en las visitas pastorales recomiendo que no nos quejemos nunca de los niños ni de los jóvenes, que lo que deberíamos hacer es ayudarles a desarrollar todo el potencial que llevan dentro. No cabe duda que educar es muy difícil. Es más, yo me atrevo a decir que educar es una obra de arte y por eso requiere mucho amor y mucha paciencia. Pero no cabe ninguna duda de que el crecimiento personal de nuestros niños y jóvenes depende en gran medida de la forma como les tratemos y de las expectativas que depositemos sobre ellos. A la vez, un buen maestro, un buen educador es el que sabe proponer metas altas y a la vez realistas que los educandos alcanzarán después.
A veces nos encontramos con hijos o con alumnos traviesos, malos estudiantes, desobedientes, que actúan así seguramente por muchas razones, pero entre esas muchas razones una es su percepción de que eso es justamente lo que se espera de ellos, el rol que tienen adjudicado, y ellos actúan en consecuencia.
Por eso creo que los padres, educadores, catequistas, sacerdotes, toda persona que influye en la formación de otros, -y en ese sentido todos somos educadores porque todos interactuamos-, no debemos decir jamás expresiones como: "¡Eres un desastre!". Si tanto se lo decimos, acabará siéndolo. Al niño, al joven (o incluso al adulto), cuando se equivoca habrá que decirle: "Oye, con un fondo tan bueno como tú tienes, con tantas posibilidades como tienes, ¿cómo es posible que actúes así?" La diferencia entre la primera y la segunda manera de mirar y de tratar a la persona es que con la primera manera la hundimos cada vez más en el fondo de sí mismo, sin captar que su rebeldía y
su desobediencia a veces no son más que una forma de reclamar atención y ayuda. Con la segunda manera le estamos haciendo una llamada al cambio, a la autoexigencia y a la superación.
Quería hablar también de la manera cómo nos mira Dios. Será en el próximo escrito, Dios mediante.
+ Josep Àngel Saiz Meneses, Obispo de Terrassa
Para ilustrarlo, recoge un pasaje entrañable de la obra de Bernard Shaw Pigmalion, en que Eliza Doolittle se desahoga con el Sr. Pickering quejándose del trato que le dispensa el profesor Higgins en su proceso de educación: "Como ve, la única diferencia que hay entre una señora y una florista, aparte de las cosas que cualquiera puede ver (como el vestido, la forma de hablar), no está en la manera de comportarse, sino que está en la forma de ser tratada. Para el profesor Higgins, yo seré siempre una florista, porque me trata siempre como una florista y siempre lo hará; pero yo sé que para usted puedo ser una señora, porque usted siempre me ha tratado y me seguirá tratando como a una señora"
Hay directivos que tratan siempre a sus subordinados de una forma que les lleva a rendir más. Otros, al contrario, les tratan de manera que les lleva a rendir menos. Lo mismo sucede en el ámbito educativo por parte de padres, profesores, monitores, etc. La forma como se trata a un subordinado o a un educando está de forma sutil influida por las expectativas que nos forjamos sobre él. Y a la vez, parece como si hubiera un mecanismo oculto que provoca que el rendimiento del subordinado o el progreso del educando se ajuste a las expectativas que se depositan sobre él.
Muy a menudo en las visitas pastorales recomiendo que no nos quejemos nunca de los niños ni de los jóvenes, que lo que deberíamos hacer es ayudarles a desarrollar todo el potencial que llevan dentro. No cabe duda que educar es muy difícil. Es más, yo me atrevo a decir que educar es una obra de arte y por eso requiere mucho amor y mucha paciencia. Pero no cabe ninguna duda de que el crecimiento personal de nuestros niños y jóvenes depende en gran medida de la forma como les tratemos y de las expectativas que depositemos sobre ellos. A la vez, un buen maestro, un buen educador es el que sabe proponer metas altas y a la vez realistas que los educandos alcanzarán después.
A veces nos encontramos con hijos o con alumnos traviesos, malos estudiantes, desobedientes, que actúan así seguramente por muchas razones, pero entre esas muchas razones una es su percepción de que eso es justamente lo que se espera de ellos, el rol que tienen adjudicado, y ellos actúan en consecuencia.
Por eso creo que los padres, educadores, catequistas, sacerdotes, toda persona que influye en la formación de otros, -y en ese sentido todos somos educadores porque todos interactuamos-, no debemos decir jamás expresiones como: "¡Eres un desastre!". Si tanto se lo decimos, acabará siéndolo. Al niño, al joven (o incluso al adulto), cuando se equivoca habrá que decirle: "Oye, con un fondo tan bueno como tú tienes, con tantas posibilidades como tienes, ¿cómo es posible que actúes así?" La diferencia entre la primera y la segunda manera de mirar y de tratar a la persona es que con la primera manera la hundimos cada vez más en el fondo de sí mismo, sin captar que su rebeldía y
su desobediencia a veces no son más que una forma de reclamar atención y ayuda. Con la segunda manera le estamos haciendo una llamada al cambio, a la autoexigencia y a la superación.
Quería hablar también de la manera cómo nos mira Dios. Será en el próximo escrito, Dios mediante.
+ Josep Àngel Saiz Meneses, Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa