El ininerario de la filósofa Edith Stein

A primera vista parece ingenuo que un obispo católico se anime a enviar un mensaje a los jóvenes no creyentes. Alguien podrá pensar que se trata de una especie de  brindis al sol, de palabras que no encontrarán destinatario alguno. Sin embargo, a lo largo de mi ministerio pastoral he pasado muchas horas en conversaciones con jóvenes de todo tipo: creyentes y no creyentes, de izquierdas y de derechas, ricos y pobres, del país e inmigrantes, en mi  familia, en la mili, en la universidad.
Podría explicar muchas anécdotas. He vivido –y vivo aún- momentos de diálogo profundo y entrañable con los jóvenes. Y no piense el lector que se trataba sólo de jóvenes cristianos. Conservo un grato recuerdo de muchas conversaciones con jóvenes no creyentes. Hemos hablado desde el respeto mutuo, desde la propuesta sincera  y,  a pesar de las diferencias, desde la comprensión y el  aprecio, e incluso desde la amistad. Es fácil entenderse cuando se constata una rectitud de intención, una actitud de franqueza, desde la curiosidad intelectual y desde la búsqueda.
Por eso me animo a enviar un mensaje a los jóvenes no creyentes, un mensaje de amigo. He conocido muchos jóvenes no creyentes que eran unas bellísimas personas. Que intentaban ser coherentes en su vida, con un corazón noble y generoso, sensible y solidario a las necesidades ajenas. Pero que no tenían fe, y no porque estuvieran en contra de la fe cristiana ni de nada de ella en particular. Simplemente, -como me dijo uno en una ocasión-, no tenían esa “chispa”, ese toque  que los creyentes llamamos fe.  Siempre me permití hacerles una  recomendación sencilla: que practicaran el bien en sus vidas, que buscaran la verdad. Y les decía –y les digo- que sin duda, si son coherentes en ese propósito, tarde o temprano se encontrarán con Cristo.
Este es el itinerario existencial que siguió una joven judía llamada  Edith Stein, discípula del filósofo Husserl y ella misma filósofa, que en un momento de su vida abandonó la religión judía y se sumergió en la filosofía para tratar de comprender el sentido de la existencia humana. Posteriormente, del ateísmo pasó a la fe católica y, en su seguimiento de Jesús, fue adquiriendo, desde la experiencia de la fe, lo que ella llama “la ciencia de la cruz". Para ella, Dios es la verdad, y quien busca la verdad, busca a Dios. Su experiencia y sus escritos nos ayudan en el camino de la búsqueda de la verdad y del bien a los  creyentes  y a los no creyentes. Impresionada por el testimonio de Santa Teresa de Jesús –cuando leyó la vida de la santa-, decidió entrar en el Carmelo de Colonia. Por su condición de judía, aunque trasladada a Holanda, fue perseguida por el régimen nazi y terminó su vida terrenal en las cámaras de gas del campo de exterminio de Auschwitz.
Edith Stein, o la hermana Teresa Benedicta de la Cruz –que es su nombre de Carmelita-, me parece que nos ha dado uno de los mayores testimonios de lo que es la  fe como búsqueda en el siglo XX.  Como búsqueda y como encuentro. Buscó valerosamente la verdad y en este camino encontró a Dios y a Jesucristo.
En esta búsqueda de la verdad llegó a la conclusión de que ser totalmente de Dios, darse por completo a Él, es la vocación de todo ser humano, y más aún, de todo cristiano. Descubre esta santa filósofa que en la medida en que el hombre y la mujer se esfuerzan por descubrir en plenitud el sentido de lo que se esconde en su interior, descubren su realidad más profunda: ser imagen y semejanza de Dios, su creador.

+Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa