El maltrato a las personas mayores

Quisiera iniciar esta reflexión con un recuerdo personal. Cada verano, nuestra familia se proponía vivir unos días de convivencia todos los hermanos en torno a nuestros padres. Todos procurábamos estar con ellos en una localidad de la costa, concretamente en Cubelles. Eran momentos muy oportunos para dedicarles nuestra estimación y nuestro agradecimiento por todo lo que habían hecho por nosotros. Este es el primer verano en el que los hermanos nos reuniremos, pero ya sin nuestra madre, que murió hace unos meses. Nuestro padre ya nos dejó el año 2003.

            En contraste con esta vivencia de mi familia, observo que los medios de comunicación nos traen cada día noticias más frecuentes de maltrato a las mujeres, de maltrato a los hijos y de malos tratos de los hijos hacia sus padres. E incluso noticias de maltrato a las personas mayores.

            Se tiene la impresión de que en nuestra sociedad se va instaurando un clima de creciente violencia. Los sociólogos nos hablan de las causas, pero me parece que también habría que pensar en los posibles remedios a esta situación que deshumaniza nuestra sociedad y nuestras relaciones interpersonales, incluso en un ámbito tan sensible como el matrimonio y la familia.

             Relacionada con el creciente envejecimiento de la población en nuestro país, surge esta realidad que es el maltrato a las personas mayores. Es una realidad poco reconocida y muy oculta socialmente, pero que comienza a aflorar con toda su carga dramática y cotidiana. Los maltratos que sufren las personas mayores constituyen una fuente de trastorno importante, tanto de carácter físico como psíquico y emocional.

            Las administraciones públicas y la sociedad en su conjunto comienzan a ser conscientes del problema y a plantearse la necesidad de establecer mecanismos que permitan, de una manera coordinada y eficaz, la prevención, la detección y la intervención ante este problema. El maltrato a las personas más próximas no puede ser considerado sólo como un problema de ley y orden o como un asunto privado, sino como un problema social de amplio alcance que nos compromete a todos.

            Aunque en la mayor parte de las sociedades tradicionales la persona de edad avanzada era portadora del patrimonio cultural y de la sabiduría de la comunidad a la pertenecía y en la que ocupaba un lugar de relevancia social, como persona experimentada y sabia, en nuestra sociedad su aportación no es valorada. Por esto, al parecer, una de las tareas pendientes para la regeneración social y la prevención de la violencia doméstica ha de ser la de tener en cuenta, redefinir y potenciar los valores y las actitudes que las personas mayores pueden aportar, que son muchos y muy necesarios.

            Aquí es donde el cristianismo puede hacer una aportación que hoy es más necesaria que antes, dada la existencia del fenómeno que ha motivado este escrito. Siempre será verdad que vale más encender una cerilla que despotricar contra las tinieblas. Por esto, confío a la nobleza y a los sentimientos humanos y cristianos de quienes puedan leer este escrito una propuesta concreta: que el tiempo de vacaciones, para todas aquellas personas que las pueden vivir, sea un tiempo para estar más cerca de nuestras personas mayores y para darles aquella estimación y aquel afecto que sean expresión de nuestro agradecimiento por todo lo que, en unas circunstancias más difíciles que las actuales, ellos hicieron por nosotros y por nuestra sociedad.

 

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa       

 

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa