El nuevo templo es Cristo

ESCUDO EPISCOPAL SAIZ

El Evangelio de este domingo se sitúa en el Templo de Jerusalén. El Templo había sido profanado en diferentes ocasiones por invasores venidos de países lejanos o por reyes impíos de Judá. Al retornar la normalidad, el pueblo fiel se sentía en el deber de purificarlo. Una fiesta muy expresiva, la «Hanakká», reanimaba todos los años ese sentimiento. En esta ocasión la profanación procede del interior de Israel, con un mercado estridente que eclipsaba aquel espacio sagrado que estaba reservado a significar y vivir la Presencia de Dios. Hoy contemplamos el episodio en el que Jesús expulsa del Templo a los vendedores de animales y a los cambistas, que habían convertido en un mercado la casa de su Padre. Con este acto, purifica el Templo de Jerusalén. Se trata de un gesto de autoridad propio del Mesías, según la esperanza de los profetas y del pueblo fiel; un acto que impresionó profundamente a la multitud y también a sus discípulos.

Jesús lleva a cabo esta denuncia con un signo impresionante, siguiendo el estilo de los profetas, en el marco de la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación a Jerusalén. Con esta acción simbólico-profética quiere llevar a sus últimas consecuencias el hecho de que el Templo, la casa de su Padre, casa de oración, haya sido convertido en lugar de mercadeo, y que la religión del templo, donde se adora a Dios, haya quedado vacía de contenido. Por eso mismo, no está condenando el culto y la plegaria de aquella religión, sino el hecho de que se haya vaciado de contenido y que después no tenga apenas incidencia en la vida de las personas.

Los judíos reaccionan pidiendo cuentas de aquella conducta sorprendente, y Jesús les responde de manera misteriosa haciendo referencia a su muerte y resurrección: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré». Él hablaba del templo de su cuerpo y se refería a su resurrección al tercer día de su muerte. Así lo entendieron sus discípulos después de los acontecimientos pascuales. Todo el relato de la purificación del Templo se orienta a esta automanifestación de Cristo en su misterio de redención. Él significa y lleva a cabo el relevo a la antigua Alianza y el final del culto que encarnaba el Templo de Jerusalén.

Jesús, en el fondo, es el verdadero templo; de su costado abierto brota una fuente de agua viva y vivi ficante. San Pablo completará esta reflexión diciéndonos: vosotros sois el templo de Dios. Jesucristo es el fundamento del edificio, el único cimiento posible. Pero a la vez, cada uno de nosotros, cada creyente que vive en comunión con él, colabora en la construcción de este edificio que es la Iglesia. Nosotros somos las piedras vivas que hacen presente en medio del mundo la fuerza salvadora de Dios, y somos la señal del amor del Dios salvador para con la humanidad entera.

Somos el templo de Dios, un templo que es sagrado y en el que habita el Espíritu de Dios. Ha sido construido por el mismo Dios, con la colaboración humana, sobre el único cimiento: Jesucristo. Los edificios visibles donde nos reunimos simbolizan el misterio de la comunión de Dios con nosotros. Son casa de oración, lugar de la presencia y la acción de Dios sobre los fieles que peregrinan hacia la Jerusalén celestial. Los templos donde nos reunimos son lugares consagrados a Dios y en ellos oramos, y celebramos los sacramentos, especialmente la Eucaristía.

Que el camino de conversión que recorremos a lo largo de la Cuaresma nos ayude, pues, a ser piedras vivas de este edificio espiritual.

+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa