El símbolo de la “puerta santa”

ESCUDO EPISCOPAL SAIZ

Se ha dicho que el papa Francisco puede ser calificado como “el Papa de las puertas abiertas”. De hecho, él ha insistido mucho en lo que ya decía siendo arzobispo de Buenos Aires: evitar convertirse en una Iglesia autorreferencial, centrada en sí misma; por el contrario, trabajar para que sea una Iglesia “en salida”, que va hacia los hombres y las mujeres de hoy, hacia las periferias geográficas y existenciales. Es la imagen, para él tan querida, de la Iglesia como un “hospital de campaña”.

Este deseo del Papa queda también expresado en la “puerta santa”, un símbolo unido a todos los Años Santos. Es una de las puertas que hay en el vestíbulo de la basílica de San Pedro, en el Vaticano. El Papa la abre solemnemente al comenzar el jubileo y la cierra cuando éste se clausura. Así lo hizo el pasado 8 de diciembre,  fiesta de la Inmaculada Concepción  y también el 50 aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II, aunque unos días antes ya abrió la “puerta de la misericordia” de la catedral de Bangui, en la República Centroafricana, durante su viaje a éste y otros dos países africanos –Kenia y Uganda- en el pasado mes de noviembre.

Como es sabido, una singularidad del actual Año Santo es que, por deseo del Papa, se celebra y se pueden recibir las gracias espirituales propias de un jubileo, no sólo en Roma, sino también en todas las diócesis del mundo, por lo que –el pasado 13 de diciembre, tercer domingo de Adviento, el Año y la “puerta de la misericordia” se abrió en todas las diócesis. En cada catedral, por tanto, se ha habilitado una “puerta santa”. ¿Cuál es el simbolismo de la llamada “puerta santa”? En primer lugar, recordemos que una puerta abierta siempre ha sido un signo de acogida. El Papa, en la bula de convocación del jubileo, dice que “en esta ocasión la puerta santa será una Puerta de la Misericordia, a través de la cual cualquiera que entre podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y que ofrece esperanza”.

Aunque el hecho de llegar a la puerta jubilar de cada catedral no va exigir una peregrinación especialmente larga, siempre conviene realizarla atentos a su sentido espiritual y al compromiso que comporta: acoger a Jesucristo. Éste dijo, al presentarse como el Buen Pastor: “Yo soy la puerta; si uno entra por mí estará a salvo; entrará y saldrá, y encontrará pasto” (Jn 10,9). Nadie puede ir al Padre si no es por medio de Él y sólo Él es el Salvador que el Padre ha enviado. Y en el libro del Apocalipsis hay una referencia a la puerta que me parece muy significativa del amor y la intimidad con el Señor a la que de cada cristiano está llamado: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (3,25).

Atravesar la puerta santa no se ha de vivir como un gesto mágico, como si el situarnos en el dintel y atravesar esa puerta nos hiciese buenos y santos; se trata más bien de un símbolo de una actitud que cada persona está invitada a vivir a comprometerse en ella.  La pequeña peregrinación hacia la Puerta Santa es un signo del deseo profundo de conversión.  Pasar por la puerta es confesar que Jesucristo es el Hijo de Dios, el Señor y el Salvador que sufrió, murió y resucitó para nuestra salvación. Durante el Año Santo, hemos de orar y trabajar para superar los obstáculos  que provienen de la tentación o de la fragilidad personal, y llegar a vivir una mayor comunión con el Señor.

Os invito, pues, a atravesar con estas actitudes la puerta santa de la misericordia.

+Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa