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En el mensaje con motivo de la Jornada Mundial del enfermo que se celebrará el próximo 11 de febrero, el papa Francisco habla de la gratuidad. Hace referencia a un fragmento del evangelio de San Mateo (Mt 10,8) que se sitúa en el contexto del envío misionero de los discípulos en el que les pide que curen los enfermos, purifiquen y expulsen el maligno que impide al ser humano vivir su dignidad de hijo de Dios.
La invitación del pontífice a vivir la gratuidad en la acción pastoral para con las personas enfermas y debilitadas, se sitúa, a su vez, en la invitación dirigida a todos los cristianos a ser una Iglesia en salida en medio de nuestra sociedad. En el mensaje de este año recuerda que los voluntarios que colaboran con los enfermos y en los hospitales, así como también los profesionales católicos, son un verdadero signo de la presencia de la Iglesia en medio de un mundo secularizado, marcado por la cultura de descarte y la indiferencia y en medio de la fragmentación social. Es necesario cuidar los enfermos con profesionalidad y con ternura, a través de los gestos concretos Y pone como ejemplo de esta actitud a santa Teresa de Calcuta que fue, en palabras del papa, una “generosa dispensadora de la misericordia divina” y que ayuda a comprender que el único criterio de actuación con los pobres y los enfermos ha de ser el amor gratuito para todos, sin distinción de lengua, cultura, etc.
El Plan Pastoral de nuestra diócesis se enmarca en este contexto de Iglesia que sale al encuentro de la persona, y en este primer curso de aplicación dedica una acción precisamente al ámbito de la pastoral de la salud. Se pide que en cada parroquia esté organizada la atención a las personas mayores y enfermas y, a la vez, que se consolide y coordine el servicio religioso en los hospitales, expresando la cercanía de la Iglesia hacia las personas que sufren dolor o enfermedad así como también a sus familiares. Desde la Delegación Episcopal de Pastoral de la Salud, en coordinación con los párrocos y las comunidades religiosas, se está trabajando para llevar a la práctica esta acción concreta y evangelizadora.
Retornando el mensaje del Santo Padre sobre la gratuidad que debe caracterizar la acción evangelizadora en este ámbito, Francisco pone el ejemplo de la parábola del Buen Samaritano para descubrir en este personaje la espiritualidad que debe impregnar a las personas dedicadas a este ámbito pastoral.
El buen samaritano se compadece de quien encuentra herido al borde del camino de la vida; es el que ayuda a la persona concreta y le ofrece lo que tiene para curarla, aportando la calidez del corazón y la promoción humana; y es quien la acoge en casa expresando la fraternidad universal y haciéndose prójimo de la persona necesitada, sin tener en cuenta las consecuencias que ello pueda comportarle. En definitiva el buen samaritano es aquel que ha conocido el amor de Dios, que se siente igualmente pobre, necesitado e indigente y que por tanto vive, comparte y proyecta este amor. Un amor que se manifiesta muchas veces más en la acogida, en la proximidad, en la ternura de las obras que en las palabras, y que como dice la Sagrada Escritura, experimenta que “hace más feliz dar que recibir” (Hechos 20,35).
Concluyo estas palabras agradeciendo una vez más la dedicación de tantas personas que se dedican a acompañar los enfermos en los hospitales, en las residencias y los centros de día, y también en el hogar de muchas personas que sufren soledad. Ellos son en muchos casos la primera y más importante presencia de la Iglesia en medio de estas personas y sus familias, mostrando el rostro misericordioso y cercano de Dios, a través de la gratuidad de sus gestos y su entrega.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
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