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La semana pasada finalizaba nuestra carta dominical afirmando que las personas motivadas sienten el impulso de conseguir tanto sus propias expectativas como las de los demás. El primer signo es la pasión que se muestra por el trabajo, por los retos creativos, por aprender, dando muestras de una energía sin límites y con la satisfacción de dejar el legado de un trabajo bien hecho. Son gentes con empuje que no se conforman con el statu quo, sino que analizan la situación presente y sus antecedentes, y a la vez, exploran nuevas formas de abordar su trabajo. Otro rasgo común es que siempre intentan superarse a sí mismas y que mantienen el compromiso con la institución a la que pertenecen. No resulta difícil entender que la motivación se acaba traduciendo en un fuerte liderazgo. El impulso de superar metas llega a ser contagioso y los líderes con frecuencia generan a su alrededor equipos de personas con cualidades parecidas. El factor de la motivación afecta a todos los órdenes de la vida: el trabajo, el deporte, el arte, la familia, la escuela, la empresa, etc. Es un factor de inteligencia emocional que se debe desarrollar y que ayuda en todas las dimensiones de la vida, también en la vida de fe. La fe aporta al creyente un plus, un refuerzo importante para la motivación en general, es más, acaba convirtiéndose en la principal fuente de motivación. En la Sagrada Escritura podemos encontrar muchas citas. La primera que me viene a la memoria es el mandato de Dios a nuestros primeros padres: “Dios los bendijo; y les dijo Dios: «Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra.» (Gn 1, 28). La parábola de los talentos (cf. Mt 25,14-30) es particularmente ilustrativa. Insiste en la actitud interior con la que se deben acoger y valorar los dones de Dios. La actitud equivocada es la del miedo que lleva a esconder la moneda bajo tierra y dejar de producir frutos. Lo propio es hacer fructificar los dones recibidos y compartirlos con los demás. La enseñanza de esta parábola nos induce a desarrollar una mentalidad activa y emprendedora. La tercera cita es la llamada de Jesús en el Sermón de la Montaña, que culmina con el ideal máximo de perfección: «Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt. 5, 48). Esta es la perspectiva, el ideal para todo cristiano. No vale refugiarse en las limitaciones personales o en las dificultades ambientales. Hay que vivir el convencimiento pleno de esa llamada. Ya sabemos que la santidad es sobrenatural y excede la posibilidad humana, pero Dios puede santificar al ser humano y esta es su voluntad. Conviene recordar que esta es la pedagogía que Jesús utiliza con las personas, que podemos resumir de esta manera: Dios nos mira con un amor infinito, y respetando nuestra libertad, nos llama a la perfección y nos da la gracia para alcanzarla. Motivación en el deporte y el tiempo libre, en el trabajo, en la familia, en la vida de fe, en el desarrollo pleno de nuestra realidad de hijos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y más conscientes aún de la fuerza del amor de Dios, que estará presente en todo momento. Pero hay que superar la rutina, el desánimo, la desmotivación. Hay que plantear retos cosas nuevos en la vida espiritual, en la pastoral, en todos los ámbitos de la vida y de la sociedad. Si funcionan, adelante; si no funcionan, se dejan y a probar en otras direcciones. Ojalá podamos repetir con san Juan de la Cruz: “volé tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance”.
+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa