Las personas de edad avanzada se convierten cada vez más en un problema para la sociedad y para las familias. Las causas son muy diversas. En el trasfondo está la imagen que sobre la vejez trasmite la sociedad de consumo, que no resulta precisamente atractiva. El reducido espacio en que la mayoría de las familias han de habitar y convivir, tampoco ayuda al respecto.
Vivimos en una sociedad que excluye a los débiles y a los pobres, y los ancianos son débiles y pobres en no pocos aspectos. El problema se agrava cuando ellos mismos se arrinconan y no acaban de ver el sentido de su vida, especialmente al hacerse presente de forma grave y crónica la enfermedad y el dolor. Es humanamente decepcionante constatar la pérdida de energías físicas, mentales, así como la pérdida de protagonismo en la vida familiar, profesional, social, etc.
Quisiera en esta carta llamar la atención sobre una práctica que en los últimos años se va incrementando y que no tiene otro calificativo que el de inhumana. Al llegar la hora de las vacaciones hay familias que no saben qué hacer con los ancianos. La solución para poder disfrutar convenientemente de las vacaciones pasa por llevarlos a centros sanitarios a los que llegan aparentemente enfermos. Cuando se recuperan y la familia es requerida desde el hospital para que los vayan a recoger, nadie responde al teléfono.
Se trata de una práctica deplorable y afortunadamente no generalizada. Pero aunque fuera un solo caso, no podemos dejar de denunciarlo ya que los padres son algo sagrado y el cuarto mandamiento –"honrarás a tu padre y a tu madre"- no ha perdido su vigencia. Hay un refrán que dice "una madre es para cien hijos y cien hijos no son para una madre". Se refiere a la capacidad de sacrificio y de amor que suelen tener los padres, y a la falta de reciprocidad por parte de los hijos.
No sólo no hay que abandonarlos al llegar el momento de las vacaciones, se trata sobre todo y en todo momento de cuidarlos, quererlos, integrarlos, hacerles la vida agradable en sus últimos años de existencia. Tendríamos que ejercitar la empatía, ponernos en su lugar, ver qué piensan, qué sienten, qué quieren. A fin de cuentas, es una situación a la que todos llegaremos.
Nuestros mayores merecen en primer lugar, respeto. Un respeto que se fundamenta en la memoria de todo lo que han hecho por nosotros, a menudo en circunstancias harto difíciles en las que no escatimaron sacrificios por sus hijos. Un respeto que se traduce en la atención, en cercanía, en la escucha paciente de sus recuerdos y experiencias, dedicándoles tiempo, al menos para devolverles un poco del tiempo que ellos nos dedicaron cuando dependíamos de ellos.
Sobre todo hay que darles cariño. El cariño es la energía que les da fuerza para vivir y sobre todo que les da la auténtica calidad de vida de la que tanto se habla, a menudo referida a meras cosas materiales. Cariño en la mirada, cariño en la palabra, cariño en nuestros gestos con ellos.
Dedicar tiempo a un bebé es seguramente más gratificante que dedicárselo a un anciano. No es fácil cuando tienen obsesiones o achaques o se adentran en los senderos de la demencia senil. Más difícil es la situación para ellos, personas que a menudo han ocupado cargos de responsabilidad o que han sido brillantes en muchos aspectos de su profesión o de su vida, y ven que les abandonan las fuerzas físicas y también las capacidades intelectuales. Es importante y bello corresponder a los padres en su vejez por todo lo que han hecho por nosotros. Amor con amor se paga y ellos nos han amado mucho. Desde luego, por más cansados y agobiados que se encontraran cuando criaban a sus hijos pequeños, por más que necesitaran vacaciones, eso de abandonar a un familiar en un centro sanitario, ellos nunca lo hubieran hecho con un hijo.
+ Josep Àngel Saiz Meneses, Obispo de Terrassa
Vivimos en una sociedad que excluye a los débiles y a los pobres, y los ancianos son débiles y pobres en no pocos aspectos. El problema se agrava cuando ellos mismos se arrinconan y no acaban de ver el sentido de su vida, especialmente al hacerse presente de forma grave y crónica la enfermedad y el dolor. Es humanamente decepcionante constatar la pérdida de energías físicas, mentales, así como la pérdida de protagonismo en la vida familiar, profesional, social, etc.
Quisiera en esta carta llamar la atención sobre una práctica que en los últimos años se va incrementando y que no tiene otro calificativo que el de inhumana. Al llegar la hora de las vacaciones hay familias que no saben qué hacer con los ancianos. La solución para poder disfrutar convenientemente de las vacaciones pasa por llevarlos a centros sanitarios a los que llegan aparentemente enfermos. Cuando se recuperan y la familia es requerida desde el hospital para que los vayan a recoger, nadie responde al teléfono.
Se trata de una práctica deplorable y afortunadamente no generalizada. Pero aunque fuera un solo caso, no podemos dejar de denunciarlo ya que los padres son algo sagrado y el cuarto mandamiento –"honrarás a tu padre y a tu madre"- no ha perdido su vigencia. Hay un refrán que dice "una madre es para cien hijos y cien hijos no son para una madre". Se refiere a la capacidad de sacrificio y de amor que suelen tener los padres, y a la falta de reciprocidad por parte de los hijos.
No sólo no hay que abandonarlos al llegar el momento de las vacaciones, se trata sobre todo y en todo momento de cuidarlos, quererlos, integrarlos, hacerles la vida agradable en sus últimos años de existencia. Tendríamos que ejercitar la empatía, ponernos en su lugar, ver qué piensan, qué sienten, qué quieren. A fin de cuentas, es una situación a la que todos llegaremos.
Nuestros mayores merecen en primer lugar, respeto. Un respeto que se fundamenta en la memoria de todo lo que han hecho por nosotros, a menudo en circunstancias harto difíciles en las que no escatimaron sacrificios por sus hijos. Un respeto que se traduce en la atención, en cercanía, en la escucha paciente de sus recuerdos y experiencias, dedicándoles tiempo, al menos para devolverles un poco del tiempo que ellos nos dedicaron cuando dependíamos de ellos.
Sobre todo hay que darles cariño. El cariño es la energía que les da fuerza para vivir y sobre todo que les da la auténtica calidad de vida de la que tanto se habla, a menudo referida a meras cosas materiales. Cariño en la mirada, cariño en la palabra, cariño en nuestros gestos con ellos.
Dedicar tiempo a un bebé es seguramente más gratificante que dedicárselo a un anciano. No es fácil cuando tienen obsesiones o achaques o se adentran en los senderos de la demencia senil. Más difícil es la situación para ellos, personas que a menudo han ocupado cargos de responsabilidad o que han sido brillantes en muchos aspectos de su profesión o de su vida, y ven que les abandonan las fuerzas físicas y también las capacidades intelectuales. Es importante y bello corresponder a los padres en su vejez por todo lo que han hecho por nosotros. Amor con amor se paga y ellos nos han amado mucho. Desde luego, por más cansados y agobiados que se encontraran cuando criaban a sus hijos pequeños, por más que necesitaran vacaciones, eso de abandonar a un familiar en un centro sanitario, ellos nunca lo hubieran hecho con un hijo.
+ Josep Àngel Saiz Meneses, Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa