Este domingo celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo, la fuente de todos los otros misterios de la fe, la enseñanza más fundamental y esencial en la jerarquía de las verdades de fe (cf.CIC 234). En esta solemnidad celebramos la Jornada Pro orantibus para recordar a quienes se dedican a la vida íntegramente contemplativa; rezamos especialmente por ellos, expresamos nuestro reconocimiento, estima y gratitud, y también damos a conocer la vocación específicamente contemplativa, tan actual y tan necesaria en la Iglesia y para el mundo. El lema de este año es: “Contemplad el mundo con la mirada de Dios”.
Seguramente nos hemos encontrado con no pocas personas que cuestionan la vida contemplativa, que no le encuentran el sentido, máxime cuando en el mundo hay tantas necesidades en campos como la acción caritativa y social o la enseñanza, por citar dos. Esto sucede en reuniones familiares, en el lugar de trabajo o en tertulias con amigos. Parece como un despilfarro de recursos humanos, que podrían rendir más y mejor atendiendo tantas urgencias que se producen en el mundo. No son de extrañar estas opiniones en una sociedad materialista y tecnocrática, que se preocupa más del tener que del ser, que no va más allá de un utilitarismo de lo inmediato, y que se olvida de Dios. Es más, con tantos avances de la ciencia y de la técnica pudiera parecer que Dios ya no es necesario, que se puede prescindir de él.
Pero a la vez, el ser humano, hoy más que nunca, tiene sed de sentido, de felicidad, de infinito; y este ser humano que busca la felicidad, en el fondo, está buscando a Dios. Es que el deseo natural de Dios está inscrito en el corazón del ser humano por la sencilla razón de que ha sido creado por él y para él. Por eso, sólo en Dios puede apagar su sed de trascendencia, sólo en Dios puede encontrar la verdad, el bien, la felicidad y el sosiego que anhela su corazón. Precisamente el testimonio de la vida contemplativa es una expresión luminosa e incesante del encuentro con Dios, de la primacía que tiene en la vida de los contemplativos y de cómo Dios llena de sentido y de alegría su existencia.
Su existencia sólo se explica desde la fe y desde el amor. Con su forma de vida prefiguran la meta hacia la cual se encamina la Iglesia peregrina. Sólo se puede entender desde la perspectiva que nos ofrece santa Teresa del Niño Jesús cuando explica su vocación: “Al contemplar el cuerpo místico de la Iglesia (…) entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno. Entonces, llena de una alegría desbordante, exclamé: «Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo se verá colmado».
Celebremos con sincera gratitud este domingo de la Santa Trinidad, demos gracias a Dios por la vocación consagrada contemplativa, y pidamos hoy por tantos hermanos y hermanas nuestras que viven, trabajan y oran en los monasterios, especialmente para que el Señor les bendiga con abundantes vocaciones.
+ Josep Àngel Saiz Meneses Obispo de Terrassa
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa